jueves, 26 de diciembre de 2013

CUENTOS DE NAVIDAD

Gracias, David, por participar en este especial Navidad. Felices escrituras.


Cenas especiales

Los pendientes de aro tintineaban con el vaivén de los baches y sonaba el ruido del motor del aire caliente. Con él, lograba evitar que se empañara la luna del Land Rover. Lola sujetaba con determinación el volante. La vibración hacía temblar sus tríceps. Tenía miedo: de siempre, a circular por una pista forestal cuando era de noche; el novedoso era el que estaba experimentando ante la incertidumbre del plan que iba a ejecutar.
            Según le habían comentado, el lugar exacto se hallaba en el campo anexo a la paridera derruida del Tito Manuel. La imagen de la Virgen de los Dolores se balanceó después de apagar el motor. Lola la sujetó con la mano. Estiró del cordón que la unía al retrovisor para besarla. Dejó los faros encendidos, enfocando a los olivos. La llovizna era tan leve que apenas aguijoneaba la capa de nieve que cubría el suelo. Sacó del maletero las bolsas de la compra y las colocó con cuidado en los asientos traseros para que los frascos no se rompieran. Junto al nombre del supermercado estaba estampado el rostro de un Papá Noel sonriente. Apartó una manta y cogió la pala. Pensó que iba a acabar con el abrigo calado. Tendría que quitárselo antes de que la vieran o inventar una excusa de camino a casa.
            Desde allí, observó una pequeña elevación artificial. Bien podría ser. Las botas se hundieron en la nieve a cada paso. Se detuvo. No podía soportar ese chasquido. Tampoco le gustaba el silencio, y quería librarse del sonido de las paladas de tierra. Volvió sobre sus huellas y encendió el motor. Conectó el equipo de música del coche. Eligió algo alegre: sevillanas.
            Se trataba del montículo que buscaba. Menos de un metro de profundidad hasta llegar a la caja, pero le llevó casi dos horas de trabajo. Notó sudor en sus axilas, principalmente, aunque todo su cuerpo estaba húmedo bajo el abrigo. Tosió mucho debido a la fatiga y al frío. Al día siguiente, era probable que amaneciera enferma. Si todo salía bien, carecería de importancia.
            El baúl era rudimentario. La madera estaba todavía fresca, recién pulida. Escobilló, con las manos enguantas, la tierra de la tapa. Estaba cerrada con un grueso candado. Intentó partirlo a golpes con la pala. En vano. No tenía fuerza suficiente. Lola, desesperada y cansada, apoyó su espalda en uno de los troncos rugosos. La música le trajo imágenes junto a su marido bailando en la Feria. Cuando la cogió de la mano y la llevó detrás de una carpa. Cuando se besaron furtivamente. Miró el Land Rover y se le ocurrió una idea.
            De vuelta al punto donde se encontraba el baúl, con una gran tenaza en la manos, se tropezó con un tocón y cayó de bruces. Empapó también el pantalón vaquero y rasgó sus guantes de lana. Se arrodilló junto al cierre. Respiraba con rapidez. De su boca y nariz salía vaho abundante. Pinzó la armella con cada uno de los filos cortantes en que acababan los brazos de la herramienta. Estaba exhausta, pero confiaba en poder romper la anilla: debería ser más fácil que la horquilla del candado. Con rabia, presionó.

A Francisca la llamaban Paquita en el pueblo. Madre, le decía Pascual. Lola, en conversaciones con otras personas, se refería a ella con la palabra suegra. Sin embargo, cuando hablaba directamente con Francisca utilizaba la tercera persona del singular: respetuoso, pero en menor medida que usted. Aquello era una sutil, algunos pensarán que asustadiza, muestra de desprecio.
            Pascual subió las maletas desde la cochera a la planta calle. Tras él, Francisca apoyada en su cayado de nogal. Los dos niños dejaron de toquetear las bolas del árbol navideño y corrieron a recibir a su abuela. Lola escuchó las voces excitadas de sus hijos desde la cocina. Se dirigió con desgana al salón. Saludó a Francisca y se dispuso a besarla, con cierta inseguridad. De nuevo recibió un bofetón que nunca llegó a ser, pero era como si lo fuera por doloroso y evidente: Francisca pasó a su lado, bordeándola, y la dejó ligeramente agachada.
            La abuela subió a la primera planta donde estaba su habitación. Se ayudaba en la pasamanería y levantaba con pesadez sus piernas hinchadas para superar, de uno en uno, los escalones. Pascual vigilaba sus movimientos, presto a prevenir cualquier resbalón, mientras repetía lo de todos los años: <<Ni una pedrea>>. Francisca regresaba a casa el día del sorteo de Navidad. Así lo convinieron Pascual y su hermana, desde que hacía cinco años hubo enviudado. Por ello, Lola detestaba el sorteo y mientras los demás compraban décimos con la ilusión de obtener un premio, ella maldecía porque se acercaba el pistoletazo que daba comienzo a seis meses de convivencia con su suegra.

El veinticuatro de diciembre, Lola se acicaló con rapidez tras recoger la cocina. Francisca estaba sentada en el sofá viendo la televisión. Los niños, sentados en el suelo, jugaban con unos coches. Francisca levantó la vista cuando escuchó los pendientes en el piso de arriba.
            Lola informó a su suegra de que se marchaba al funeral de los Fernández y que luego iba a hacer las últimas compras para la cena. Francisca no la miró.
            —Cuando vuelva Pascual, dígale que me llevo el Land Rover. No creo que hoy vaya a cazar —Lola se dio la vuelta enfadada, dispuesta a marcharse, pero se detuvo—. Ah, y le dejo a los niños.
            —De eso nada —contestó tajante Francisca—. Esta tarde pensaba ir a ver a Carmen.
            A pesar de que era costumbre para Francisca en su vuelta, aquellas visitas la molestaban más que nada en el mundo a Lola. Al principio, pensó que quizá su suegra todavía guardaba cariño a Carmen o que era necesario un tiempo hasta que su amistad se debilitara. Pero luego, intuyó que a Francisca no le importaba mucho Carmen; la visitaba para enfadarla y para que siempre tuviera presente que ella, la madre de Pascual, prefería a Carmen antes que a su nuera.
            —Tendrá que dejarlo para otro día, porque no me pienso llevar a los niños a un funeral.

Lola se detuvo a dar el pésame a los allegados y a hablar sobre la tragedia ocurrida. El pueblo entero coincidía en los testimonios. La agonía de la familia Fernández, un matrimonio que no llegaba a los cincuenta años y su hija adolescente, fue cruel. En aquel momento, Lola todavía no había planeado nada. Se percató de que había dejado de nevar.
            Pensó en la sección de congelados. Únicamente le quedaba por comprar algo para el postre. Se había decidido por una tarta helada. Metió unos mazapanes en el carro, por si acaso venían los vecinos. Aunque su amiga ya sabía que en Nochebuena, y en realidad durante todas las fiestas, Lola no estaba de humor para cantar villancicos. En el trayecto hacia las cámaras frigoríficas, Lola pasó por el pasillo donde estaban las conservas. Se quedó paralizada. Soltó el carro y los brazos cayeron inertes a los lados. Las ruedas metálicas avanzaron con lentitud por el suelo embaldosado. El chirrido estridente cesó cuando el carro chocó con una estantería. Lola contempló con espanto los botes de espárragos y cardo y las latas de piña y melocotón en almíbar. Giró el cuello hasta divisar las carnes en una repisa a la derecha, a media altura. Cogió un frasco de manitas de cerdo en escabeche. Sintió como si le quemase al tocar su envoltorio de papel negro satinado; al palpar que bajo él, estaba el vidrio fresco y seco; y por último, al ver flotar en el líquido la carne como un feto muerto.
Recordó la explicación que le había dado un primo de los Fernández.
—La Juana se levantó malamente, con muchas náuseas hasta que se alivió en el baño. Pero no le dieron importancia, mi primo Eladio pensó que serían las molestias típicas en las mujeres. Al poco rato, me contó que le vino la niña toda asustada porque veía doble. Mi primo le dijo que cómo iba a ser eso, que pestañeara fuerte, pero nada, que la niña seguía igual. Le preguntó si se había dado un golpe en la mollera o había fregado su baño con lejía y la había respirado. A la chiquilla no le había pasado nada raro.
 >>La Juana se puso nerviosa y mandó al Eladio a llevar a la niña al médico. Fueron a las urgencias del centro de salud, y el sinvergüenza que la atendió, el nuevo que está desde octubre, ¿sabes quién? Ese la estuvo mirando un rato y le dijo que iba a necesitar gafas. Que al día siguiente fuese a la óptica. Así que volvieron un poco más tranquilos a casa, pensando que lo que le pasaba no era grave.
>>La Juana no probó bocado en la comida. Se tomó una cucharada de Primperan para dejar de devolver. No quería ir al médico porque decía que acababan de estar con la niña, que cómo iban a ir dos veces seguidas personas de la misma familia. Ya conocías tú a la Juana, que siempre ha sido muy mirada y prudente. El caso es que mi primo decidió llevarla al hospital cuando se le empezó a trabar el habla. No le entendía ni mijina, decía que tenía la boca reseca y la lengua hinchada. Al desdichado del Eladio se le ocurrió tarde, justo cuando se le dormían a él los brazos y las piernas. A duras penas, pudo marcar mi número. Yo llegué a toda prisa a la casa. Me llevé una impresión grande al encontrármelos en ese estado. Mi primo no se podía ni cantear, su mujer parecía como los niños con retraso que les cuesta hablar y la pobrecita de mi sobrina ya estaba como en otro mundo. Le decías y no respondía, parecía como drogada con los párpados caídos. Cuando los abrí, tenía las pupilas dilatadas a más no poder. Casi no se le veía el blanco de los ojos. Era todo muy raro. Pensé: si llamo a la ambulancia, cuando llegue estos están muertos. Así que los subí al coche y los llevé para Ecija.
>>Le estuvieron preguntando a mi primo sobre lo que había pasado, pero ya estaba muy enfermo. Yo les conté esto mismo que acabas de escuchar. Lo mismito que me dijo Eladio. Me insistieron en qué habían comido ese día y el día anterior. No lo sabía. Me cago en la puta, si le hubiera preguntado a mi primo, aunque hubiera sido en el coche de camino, pero con los nervios yo lo único en que pensaba era en que vaya faena, y en estas fechas, y en la carretera y en llegar volando.
>>A las tres horas o así, me informaron que la niña había entrado en paro respiratorio, que la tenían entubada pero que pintaba malamente. Me pidieron que volviera a la casa de mi primo o que mandara a alguien allí para intentar descubrir lo que habían comido. Fue mi hijo y vio dos platos con macarrones con tomate que apenas habían tocado. No sé si les valió de algo a los médicos. La cosa es que se marcharon los tres casi a la vez: primero la niña, luego la madre y, al final, el Eladio.
>>Ayer vinieron unos de la Junta a registrar la casa. Encontraron un frasco de cristal en el cubo de la basura. Me preguntaron a mí, como si yo hubiera estado con ellos el martes para saber qué coño comieron del bote. Les dije: miren ustedes, mi primo hacía muchas conservas de membrillo, tomate y carne. Me miraron extrañados. Lo normal en el campo: se recogen los frutos y se hace la matanza, les tuve que explicar. Se llevaron una muestra de lo que había en la despensa y luego llenaron un arcón con todos los botes. Me explicaron que se los llevaban a analizar para saber si los habían ingerido en mal estado y si se habían envenenado como parecía ser, y que iban a enterrar todo lo demás. Les acompañé a las eras viejas, justo pasada la paridera del Tito Manuel. Que he pensado que habrá que dar parte al ayuntamiento porque no vaya a ser que alguien coja las aceitunas que hay allí sembradas ahora, y le pase lo mismo que a mi primo. Porque digo yo que esa bacteria contaminará el suelo, como paso hace años con lo de la central esa de los rusos.
>>Sí, fue una bacteria. Esta misma mañana me ha llamado el técnico de la Junta. ¿Cómo me ha dicho que se llamaba? Gotulismo, botulismo o algo así. Que es un bicho muy dañino que está en las conservas en mal estado. Según me ha comentado, lo han detectado en el cerdo. Que no se darían cuenta porque la bacteria esa no pudre la carne, es decir que no huele ni sabe mal ni da mal color. Mala suerte. Y que hagamos lo que queramos, pero que no es negligencia del hospital porque los pocos casos que se han dado, suelen acabar en muerte fulminante.

Lola no marcó los platos de una manera especial. Era innecesario. Francisca sería la única comensal que tomaría las manitas de cerdo. Eso sí, metió rápidamente, antes de que su marido pudiera entrar en la cocina, la cuchara y el tenedor con que había manipulado el alimento junto a los guantes de látex en una bolsa de basura. Sintió como las rodillas y las palmas de las manos le ardían. Pascual escanció vino en su copa.
            —Madre, ¿no prueba las manitas?
            —No me apetece.
            —Como sé que no le gusta el cordero, le he preparado esto. Coma algo, no se vaya con el estómago vacío a la cama —dijo Lola.
            —El cordero me gusta, y mucho. El que no puedo tragar es el que asas tú. Siempre te sale reseco.
            Los ojos de Lola se humedecieron. Pascual convenció a los niños para ir a acostarse porque Papá Noel podría aparecer en cualquier momento. Protestaron porque querían postre.
            —Haremos una excepción y hoy tomaremos el flan en la cama.
            Lola impulsó la silla hacia atrás. Antes de levantarse, miró fijamente a su suegra.
            —¿Por qué me trata de esta forma?
            —¿Por qué? —Francisca sonrió con malicia.
            —Me imagino que es por la misma razón por la que visita a Carmen.
            —Ella es la que debería estar aquí sentada y no tú. Mis nietos tendrían que tener sus rasgos. Carmen iba a casarse con Pascual, estaban prometidos hasta que apareciste con las pechugas al aire y engatusaste a mi hijo. Eso jamás te lo perdonaré. Así que ni sueñes que te vaya a tratar bien, muerta de hambre. Ya sabías que hacías mal, que ibas a romper una pareja, pero te trajo sin cuidado. Lo que querías era resolver tu futuro con un marido con posibles. De momento, te ha salido bien, pero no cantes victoria: la vida da muchas vueltas.
            Lola pensó en abrirle la boca, tirando de ella con las dos manos hasta hacerle sangrar. Y luego meterle las manitas sin quitar siquiera los huesos y obligarla a que las tragara. Y mantener su boca sellada, pinzando los labios para que no pudiera escupir o vomitar el cerdo infectado. Pero fue consciente de que no podía hacerlo. Impotente, se marchó llorando a la cocina.
            Cuando Pascual bajó y vio que no estaba Lola sentada a la mesa, se temió la discusión. Preguntó a Francisca, pero se mantuvo en silencio, sin girarse hacia él. Oyó el llanto y fue a la cocina. Lola manoteó cuando Pascual intentó rodearla con el brazo. Se fue al dormitorio, dando portazos a su paso.
            Pascual se sentó con gesto resignado. Se dispuso a dialogar, pero se detuvo y cogió la copa de vino. Lo saboreó.
            —Madre, coma algo antes de que se le enfríe.
            —No pienso probar nada de lo que haya hecho la golfa de tu mujer.
            —No lo ha cocinado ella. Me ha dicho que lo ha comprado esta tarde, especialmente para usted.
            Francisca observó el plato. Las manitas tenían buen aspecto y olían de maravilla. Francisca echó hacia atrás la silla. La empuñadura curva del bastón se movió levemente. Volvió a colocarse la servilleta sobre los muslos y levantó los cubiertos. 

David García Molina

5 comentarios:

  1. Un relato costumbrista (en algún momento me ha recordado el suceso ocurrido últimamente en Andalucía, de esa familia de la que mueren tres de sus cuatro miembros por una posible intoxicación alimentaria) y con algo de suspense, especialmente al final.
    De todo destacaría lo bien escrito que está, una sintaxis perfecta, reproduces el pensamiento muy bien, con maestría. Tienes oficio.
    Y el final es magnífico. Sobran las palabras . Mi Enhorabuena, parece que has superado la primera parte de estas fiestas, estás aquí para contarlo y te deseo que continúes así de bien y poder seguir leyendo cosas nuevas tuyas. Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo.

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  2. Bienvenido de nuevo a nuestro rincón. Da gusto leerte, coincido con lo expuesto por Lucero del Alba. Bien resuelto la trama al final: a pesar de que Francisca tenía todas las papeletas para morir "asesinadita" parecía que se iba a escapar...

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  3. De nuevo es un gran placer, David, volver a leerte. Tu relato navideño es genial. Los personajes, la historia, el ritmo de la narración. Magistral. Gracias por este bonito regalo, amigo mío.
    Que pases un buen final de año y mis mejores deseos para el 2014.

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  4. Coincido con Lucero del Alba. Se nota el oficio de escritor en David. He encontrado un par de erratas que imagino serán errores de transcripción. Imagino que será una coincidencia que esta colección reúna dos relatos navideños con desenlace similar (el envenenamiento por venganza de un personaje odioso), pero estéticamente me parece más efectivo este final: sin necesidad de dar todo tipo de explicaciones al lector (o al personaje asesinado) todos entendemos cual va a ser el final de la suegra: "Francisca observó el plato. Las manitas tenían buen aspecto y olían de maravilla. Francisca echó hacia atrás la silla. La empuñadura curva del bastón se movió levemente. Volvió a colocarse la servilleta sobre los muslos y levantó los cubiertos." Enhorabuena

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  5. Gracias por vuestros comentarios tan positivos. En cuanto a que es costumbrista, me ha hecho reflexionar sobre lo que entendemos hoy por dicho término: ¿todo lo rural lo es? ¿Y lo navideño? Sería un debate divertido. Feliz año a todos.

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