Susana, con
ambas manos, recogió su cabello en forma de moño. Estaba segura de que el pelo le
favorecía suelto, pero el calor hacía que lo sintiera como una cortina pesada
sobre la espalda y que la nuca se le humedeciera por la transpiración. Entonces
se miró en el espejo del comedor y, como “Alicia en el país de las maravillas”,
viajó; sólo que Susana fue hacia un día especial de su pasado.
La fragancia
de los jazmines reinaba en el patio trasero de sus abuelos. Esa noche juntarían
varias mesas y a su alrededor se reunirían hasta los parientes más lejanos. Susanita
corría por los pasillos jugando con sus primos y tarareando canciones alusivas
a la Navidad. Entró al dormitorio de sus tíos. Eran jóvenes, como sólo lo
serían en aquel momento en que el abuelo cumplía el papel de líder absoluto.
Sabía que le estaban rogando para que los dejara ir a la playa. “Podemos
celebrar ahí la Nochebuena”, le dijeron. La temperatura, en Montevideo, rondaba
los cuarenta grados. Una vez dado el sí, la alegría que Susana sintió fue inmensa.
Vio a los adultos cargar bolsos con comida y otros con bebida. La fiesta se
haría en la playa.
Un gran mantel
se extendió sobre la arena y se colocaron los diferentes alimentos. Antes o
después de la cena compartirían bellos juegos en el mar que estaba ahí,
esperándolos. Con tan sólo cuatro años, Susanita presintió que esa noche sería inolvidable.
La playa se había
convertido en centro de encuentro para los vecinos, que intentaban aliviar la
canícula apostándose cerca del agua. Los faroles a mantilla fueron las lámparas
que alumbraron la reunión. Las estrellas brillaban en el cielo y atraían las
miradas de los niños que vivían en la misma calle o en las cercanías de la casa
de los abuelos. Convirtieron el calor insoportable en un evento digno de ser
disfrutado. Extendían sus brazos, los elevaban y bajaban emulando a las aves y,
corriendo lo más rápido posible, pretendían volar. Susanita llegó a creer, por
unos instantes, que vencería la gravedad. Al fin, entre risas, se dejaron caer
sobre la arena y decidieron examinar las sombras de la luna que estaba redonda
como una pelota.
—Mi papá me
contó que esas manchas son Los Reyes Magos —dijo uno de los pequeños.
Susana, que
hasta ese momento no se había planteado el lugar de residencia de esos seres, pensó
que ahí debían estar y pronunció con énfasis:
—¡Sí!
Se generó, entre las criaturas, un silencio prolongado
y lleno de miradas cómplices. Sólo se escuchaba el oleaje y las conversaciones
de las personas mayores. Una prima de Susanita, que tenía el doble de edad que
ella, se levantó y mirándolos dijo:
—¡Ustedes
todavía son tan tarados para creerse ese cuentito! No existen los reyes. Los
que nos dejan los juguetes son los padres.
—¡Tas loca!
—gritó el niño que los creía habitantes de la luna— Yo vi a los reyes. No me podía
dormir y ellos me tiraron polvo de sueño
para que cerrara los ojos.
—¡Mirá que sos
mentiroso! —exclamó la prima de Susana—. Los reyes no existen. Yo misma voy con
mi mamá a comprar los juguetes.
Susanita comenzó
a sentir el pecho oprimido y la boca seca con gusto a metal. Se levantó y fue
en busca de su madre. Cuando la encontró le dijo:
—Mami, quiero
la verdad. No me vayas a mentir. ¿Los reyes magos existen?
La madre no
contestó de inmediato, se tomó unos segundos, pero cuando lo hizo fue con un no
rotundo, doloroso y desgarrador para la niña, que deseaba un sí por respuesta.
Susana lloró
con desconsuelo. No podía asimilar esa noticia tan impactante como
entristecedora. Los fuegos artificiales comenzaron a surcar el firmamento. Eran
las doce, pero Susana no quiso disfrutar del espectáculo y hundió la cabeza en
el pecho de su madre que la tenía en brazos. En esa reunión improvisada, el
resto de los presentes, miraban absortos la composición de colores y formas que
aparecían sobre ellos. Después comenzaron los saludos y dos palabras se repetían incansablemente:
“Feliz Navidad”. En ese momento notaron la ausencia del abuelo. Al principio no
se alarmaron, pensaron que se habría alejado caminando con algún vecino. Con el
transcurrir de los minutos, los rostros cejijuntos, los rasgos endurecidos, los
labios dibujando curvas descendientes, nada tenían que ver con una celebración.
Susanita seguía con su rostro oculto por sus reyes desaparecidos. En ese
momento no le importaba que el abuelo no estuviera. Se dio cuenta que su madre lloraba y creyó que
se sentía mal por haberle dicho la dolorosa verdad.
El abuelo no
fue encontrado. Especialistas en rescate buscaron en el mar por varias
jornadas, pero no lo hallaron.
La tristeza
enlutó a la familia. Los días se hicieron oscuros como el carbón con que, hasta
entonces, habían amenazado a Susanita que le traerían los reyes si se portaba
mal.
No volvieron a
festejar la Navidad. Esa fecha se convirtió en mala palabra. La abuela no tardó
en morir. Más allá del dictamen médico, todos creyeron que fue por tristeza y
por el deseo de reencontrarse con su marido. Sus tíos se culparon por haberlo
convencido de ir a la playa y la madre de Susana le recriminó a la pequeña el
hecho de sentir más congoja por la inexistencia de los reyes magos que por la
muerte del abuelo. El entorno de la niña se modificó de forma radical y la
perjudicó convirtiéndola en una generadora de conflictos. Los creaba con la misma
facilidad con que caen las hojas en otoño. Los padres la llevaron a terapia y
Susana terminó dependiendo del terapeuta de turno. Era como un bastón del que
no se quería desprender. Las veces que se consideró enamorada, intentó vivir en
pareja. Pero terminaba boicoteándose la posibilidad de una vida medianamente
feliz.
Susana volvió
a ver su rostro en el espejo y notó la boca seca con gusto a metal. Imaginó a
los reyes magos sobre los camellos y recordó el agua y el pasto que les ponía
cuando aún era una niña.
Perder al
abuelo, que su progenitora la culpara por no sufrir su ausencia como debía, la
casi inmediata muerte de la abuela, a la que adoraba, el hecho de que se diera por sentado que había
fallecido por reencontrarse con su
esposo y vivir cada Navidad como un luto, la encerró en una neblina de la cual
parecía no poder salir. Según su percepción, esta cadena de sucesos eran los
responsables de sus fracasos, de su desequilibrio y de su profunda infelicidad.
Mas sucedió un acontecimiento inesperado, que modificaría los sentimientos de
Susana. Un hombre mayor apareció diciendo ser el abuelo. La familia se reunió y
sí, era cierto. En un resumen, tan corto como impulsivo, el anciano explicó la
verdadera historia de lo sucedido aquella Nochebuena. Les pidió disculpas y
alegó, en forma de defensa, que los tiempos eran otros, que no sabía cómo hacer
para dejar a su esposa, sus hijos y nietos, pero que estaba enamorado de otra mujer.
Aprovechó la amplitud de la playa, la noche, la cantidad de vecinos, la soledad
en que dejaron las casas y al mar como posible homicida. Pasaría a ser una
víctima más de los ahogados que se cobraba año tras año. Este conjunto de circunstancias
le brindó el marco ideal para fugarse y hacer que todos pensaran que había
fallecido. Se escabulló y se dirigió a la casa. No dejó rastros de su
presencia, pero recogió un dinero que tenía guardado. La abuela no estaba al
tanto de que existía esa suma. Se quedó en una pensión, en la que dio un nombre
falso, y el mismo veintiséis partió hacia el departamento de Rivera. Ahí vivía
su amada y juntos, en una tranquila caminata, cruzaron a Santana do Livramento,
Brasil. Lo más sorprendente es que, salvo por el dinero recogido por si alguna
vez se atrevía a vivir con su amante, no tenía la menor idea de hacer algo así
hasta que sus hijos le pidieron celebrar la Nochebuena en la playa. Aunque los
extrañaba, estaba tranquilo; les había dejado todo, la casa, el negocio... Ahora su pareja había muerto y se encontraba
solo. Venía a pedirles perdón y les rogaba que se apiadaran de él. Los hijos,
nietos y bisnietos, en una decisión casi conjunta, le cerraron la puerta en la
cara. Sólo Susana quiso mantenerse en contacto con su abuelo.
Esa Navidad,
como el resto de las que habían sucedido a la desaparición, ningún miembro de
la familia se reuniría. Susana, en cambio, invitó al anciano. Se vistió de
forma muy elegante y pese al calor dejó su cabello suelto. Cuando él llegó,
quedó impactado al ver una mesa tan bien puesta; no esperaba tal recibimiento y
hasta se emocionó al darse cuenta que había una fuente con velas y jazmines rodeándolas,
al igual que lo hacía la abuela.
A la hora de
comer, el hombre pareció reticente después de probar la carne.
—¿Qué sucede
abuelo, no es de tu gusto? —preguntó Susana con expresión afligida.
—Claro que sí,
Susanita. Está riquísimo —contestó y no paró hasta dejar el plato vacío.
El viejo
comenzó a retorcerse por el piso y le preguntó qué le había puesto a la comida.
Susana le contestó que compró una colita de cuadril y la caló en el centro; en
el orificio introdujo panceta ahumada, ciruelas pasas descarozadas, aceitunas
negras y verdes sin huesitos, morrones rojos, previamente asados y pelados.
Después, y pese al calor reinante, lo horneó. Todo en honor a su abuelo. “Eso
sí —le dijo— en tu plato espolvoreé un
condimento especial. Un poco de estricnina. Lo suficiente para que mueras
retorciéndote de dolor”.
Susana
descorchó una botella de cava bien frío, se sirvió una copa, se sentó
cómodamente y dijo:
—¡Salud!
Tomaré tu regreso como el mejor regalo de reyes. Después de tantos años de dolor,
seguro que me entienden. Estarán mirando desde la luna y haciéndome un guiño.
Tornado
Celeste.
Veo que os gustan los finales truculentos. ¡No olvidéis que estáis hablando de Navidad: felicidad, amor, sentimientos entrañables, etc... Jajaja. Es broma. Está bien ese final que se aparta de la norma. Lo único que te reprocho es que a veces das demasiadas explicaciones. Contrasta tu intención de construir un final sorprendente con el hecho de que, en otros pasajes, intentes dejarlo todo requeteexplicado, sin dejar mucho espacio a la imaginación del lector. Pero en general, me ha gustado tu cuento. Sigue deleitándonos con tus letras.
ResponderEliminarLADN:
EliminarGracias por haber leído mi cuento y por darme tu punto de vista.
Abrazo.
Buen relato con sorprendente final. Cómo se las gasta Susanita.
ResponderEliminarGracias, Lucero Del Alba. Sí, Susanita no se iba con chiquitas, jejejeje. Un abrazo y Feliz Navidad.
EliminarNo sólo es una Navidad diferente porque nos acerca a un lugar y a unas costumbres distintas, sino que es un relato de Navidad diferente. El hecho de que los acontecimientos que narras se produjeran en esas fechas concretas, da lugar a obsesiones más profundamente traumáticas que si hubieran ocurrido en un día cualquiera, indudablemente. Cuidadín con lo que hacéis allá estos días, que los calores son muy malos para la salud mental. Felices fiestas.
ResponderEliminar
EliminarQuerida Signorina Pirandello:
Para mí una Navidad diferente es una Navidad con frío.
Supe pasar algunas en España y disfruté de las exquisiteces gastronómicas para un clima invernal, caldos, turrones, mazapanes…
Acá gozamos al aire libre y la flor típica de las fiestas son los jazmines que nos regalan su fragancia.
Tu comentario me parece acertado. Quise plasmar las costumbres de mi país en un relato que saliera del tradicional espíritu navideño. También es cierto que los sucesos que acontecen en estas fechas quedan marcados de manera especial, para bien o para mal. En ello me basé para el desarrollo del relato.
Que pases junto a tus seres amados una feliz Navidad.
¿Tánto quería al abuelo, para un sufrimiento tan grande por su desaparición? ¡Qué suerte tenía este abuelo de tener una nieta que lo quisiera así! Claro, que la "donna e mobile..."
ResponderEliminarMuy bien escrito Tornado, pero yo, eso de bañarse en la playa en navidad, y además con un cupo anual de ahogados, ¿Que quieres quete diga? Me da frío.
Feliz y calurosa Navidad.
Me temo estimado Tornado que has pecado de falta de originalidad. Creo que has (hemos) visto demasiadas películas navideñas facturadas en Hollywod en las que el protagonista esconde alguna triste e inconfesable historia ligada a esta fechas tan señaladas y que lo han traumatizado de tal forma que se justifica la depresión que arrastran despues a lo largo de su vida adulta. Revisen las filmotecas y verán como no me falta razón. Me temo que tu historia no cuenta nada nuevo bajo el sol. El estilo, te aconsejo que lo revises: a veces no se sabe si el narrador habla como un niño, el escritor escribe como un niño (quizás Tornado es un niño; si es así, mis disculpas), o el narrador confunde su voz con la del escritor, que a su vez confunden al lector hablando como un adulto que intenta razonar como un niño, o todo lo contrario.
ResponderEliminar¿Feliz Navidad?
Qué casualidad. Anoche mismito, haciendo zapping, me encuentro una de estas escenas tan repetidas que comentaba viendo la pelicula Gremlins. En este caso, la historia triste es la de la pareja del prota. Una forma infame de ganarse las simpatías del público.
EliminarEl gato de Cheshire y Anónimo:
ResponderEliminarEs un verdadero placer ver como se fijan en los detalles y me hacen observaciones. Con la crítica se crece más que con los elogios.
Gracias por brindarme el mejor de los obsequios, preciosos minutos de sus vidas dedicados a mi relato.
¡Feliz Navidad para todo el mundo!
Pues a mi me gusta esa Navidad vivida en calor y en la playa. Y es cierto que lo de menos es el clima, incluso que no tengamos las mismas costumbres porque, lo verdaderamente importante es que al margen de creencias, costumbres, ritos y comercialización, la Navidad tiene un yo que sé que nos hace a todos un poco más niños; hagan la prueba de pensar que les sugiere estas fechas... seguro que se transportan a un lugar de su infancia sin necesidad de recurrir al psicoanálisis.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Reina de Corazones. Se puede decir muchas cosas de la Navidad, que se emplea para vender machaconamente (es cierto), que tenemos que soportar a parientes no gratos, que al no ser creyente para qué festejarla… Pero cuando llega el momento… ¡ay! terminamos siendo niños y recordando la ilusión con la que año a año la esperábamos.
ResponderEliminarMe alegra que te gustara mi relato. Abrazo y beso.