jueves, 12 de marzo de 2015

Eduardo nos regala un relato. Gracias, amigo.

MI ESPECTRO

El anciano se hallaba sentado a las puertas del Edificio.
No tenía intención de ser agradable. Parecía formar parte de las altas puertas de madera que franqueaban el paso a la antigua Biblioteca. Nunca supe muy bien cómo llegué a ése lugar, creo que fue por un sueño. No estaba seguro si el lugar existía, si era una locura o una pesadilla. Pegados a él se hallaban otros edificios similares, sucios, húmedos. Oscuros. La calle estrecha llevaba inexorablemente a esta edificación. Esto podía ser Barcelona, París o Alemania. Ventanas adornadas con arabescos arquitectónicos de época. Mil cuatrocientos y tanto, mil quinientos, no sé. En aquellos años en que el Ocultismo, la sabiduría, lo sobrenatural, dominaban intelectualmente a los espíritus inquietos y las mentes de los escritores...
Esta ciudad estaba rodeada de canales con aguas malolientes y verdosas, puentecillos de piedra manchados de musgo, avenidas silenciosas y árboles raquíticos y sombríos. Por transeúntes melancólicos. Con un cielo plomizo, el cual, como una mano tapando una horrenda herida, cubría todo.
Su mano derecha asomaba en el bolsillo del gastado chaquetón. El viento arremolinaba hojas secas al borde de la calle. Se oyó por ahí un murmullo de conversaciones, risas de niños. A lo lejos...ladridos. La luz del farol a cincuenta metros de donde estábamos, comenzó a parpadear intermitentemente. Parecía encender. Ya no quedaba tiempo. Al entrar, yo ya sabía que no tendría muchas opciones.
Me acerqué lo más que pude y el anciano me vio. Sus ojos apenas reconocían mi figura, las arrugas alrededor de ellos y el cabello extrañamente bien conservado, blanco y largo, le daban el aspecto de un viejo demonio. Su mano izquierda se apoyaba en un rugoso bastón plateado. La silla en la que se sentaba, parecía brotar del suelo. Tenía un respaldo elevado y la madera con la que había sido construida, no sólo era negra, dura, lustrosa, sino también, tan antigua como el edificio. Decían los pobladores del lugar, que los árboles de los cuales se extrajo...no existían ya.
Los antiquísimos volúmenes encerrados en aquel lugar me atraparían, me aturdirían con sus letras góticas, sus giros idiomáticos, sus sutiles historias de magia, sus espectros y la loca cacofonía de sus gruñidos...Como alaridos.
 Luego giró y dándome la espalda, se dispuso a abrir una hoja de la pesada puerta de entrada. La llave era negra como la madera de la silla. Chirrió en la cerradura y el sonido de la puerta al arrastrarse, se repitió, con ecos, por la estancia. Todo allí era penumbras. Se hizo a un lado en el umbral y me dejó pasar, su bastón parecía brillar. Habló entonces...
Me dejarían, en fin, laxo, gozoso. Satisfecho, pero atormentado. Ansioso y feliz. Queriendo leerlo todo. Verlo todo, saber más y más. No me preguntaría hasta dónde debería llegar ni para qué. Sólo me daría a la inexplicable tarea de tratar de dilucidar lo inexplicable... Por el sólo hecho de entender...lo inexplicable.
Todo aquello que fue oculto durante siglos, al común de los mortales. El anciano se levantó a duras penas y sin decir ni una palabra, sacó su mano del bolsillo y me entregó un pequeño amuleto de metal y cerró mis dedos alrededor de él, obligándome a apretarlo fuerte en mi puño. Me quemaba.
-"Este es el final de tus comienzos. No te apresures a entenderlo todo. Cuando menos lo esperes, la sabiduría se clavará dentro tuyo como un puñal filoso..."-
Confieso que me asusté, su voz era cavernosa, firme. Me recordaba algo o a alguien. Siguió diciéndome...
-"Los motivos por los cuales llegaste hasta acá, poco importan.
 Lo verdadero, es el vacío de tu espíritu. Todo lo que ves aquí, es tu reflejo.
Ése era mi lugar, pensé y cuando lo hice, me di cuenta que ya estaba perdido, que todo lo anterior ocurrido en mi vida, carecía de importancia. Este sueño o esta pesadilla, se hacía realidad. Nunca supe cuánto tiempo pasó, ni qué cosas me sucedieron. Hoy no lo recuerdo. Mi mente tal vez no quiera rememorarlo...Tal vez fueron horas o días. Al salir, el viejecillo no estaba. Las luces de los faroles en las esquinas, se hallaban encendidas y la gente circulaba rumbo a sus casas, a sus trabajos, a sus citas de amor por el lugar. Todo parecía normal. La biblioteca, detrás mío, al observarla bien, desde esta distancia, tenía en su fachada, dos inmensas ventanas y a los pies de ellas, sendas gárgolas de dientes afilados en sus fauces abiertas. Las puertas con figuras gastadas de dragones en la húmeda madera, casi podrida, parecían a punto de derrumbarse.
 La sensación de nada que te invade ahora, será rebalsada de fuerzas que ni yo conozco...No temas. Cree, sólo debes creer."-
A  todo esto, me sentía hipnotizado por el lugar.
Un amplio salón con un techo alto y abovedado, rematado en aquella bóveda por vitreaux de colores, con dibujos de ángeles y demonios, figuras femeninas desnudas, árboles con frutos dorados, unicornios, dragones, serpientes, lunas y estrellas...
Las paredes, todas tapadas con estantes desbordados de libros y en medio de la sala, una grandiosa mesa oval con una sola silla, una pequeña lámpara individual, papeles en blanco y dos o tres bolígrafos de tinta exquisita, fresca, pronta a dar vida a las palabras y los textos más sublimes. U horrendos.
La silla en la cual estaba sentado ahora, era lo único firme...y mi bastón plateado.
Frente a mí, alguien esperaba entrar y me miraba. Curioso. Expectante.
Apreté más fuerte aún el pequeño amuleto en mi mano derecha y ya no me importó que me quemara.
-"...todo lo que ves aquí, es tu reflejo."- Recordé.
Y entonces supe que aquella voz, era la mía..

Eduardo Sosa