AQUELLA
NOCHEBUENA EN LA QUE MURIÓ EL NIÑO
“Hacia
Belén va una burra rin rin yo me remendaba yo me remendé…”
Goyo
Fernández y sus cuatro amigos caminaban por la acera de Pérez Galdós a Pío XII,
cantando el villancico a voz en grito, al llegar a lo de: “yo me remendaba yo
me remendé” daban dos saltos con los pies juntos y riendo seguían cantando
adelante. Cuando se cruzaban con algún grupillo de gente, él hacía resonar su
zambomba y cambiaban de villancico. “Ande, ande, ande, la marimorena…”, o
cualquier otra tonadilla dependiendo del que cantaran los del otro grupo.
—¡Feliz Nochebuena, Feliz Navidad! —gritaban a
los de la acera de enfrente.
Doscientos
metros más adelante notó que sus compañeros no cantaban. Se volvió y se dio
cuenta de que debía de llevar ya un rato cantando y tocando la zambomba solo.
Sus amigos se habían ido metiendo por las bocacalles para ir a casa de sus
novias. Luego se reunirían todos a bailar al bar de Manolo, que había comprado
discos nuevos y unos altavoces potentes.
Pero, de momento, dejó de cantar y con su zambomba debajo del brazo y un poco
avergonzado por las miradas de la gente con la que se cruzaba, se fue hacia la
casa de Maribel, su novia, con la que llevaba unos días de enfado sin saber por
qué. Uno de esos enfados novieriegos de los que se sale con una dulce
reconciliación.
Al
llegar al portal donde vivía ella, le extrañó no ver luz en las ventanas.
“Estarán
en las habitaciones de atrás”, se dijo. Delante de la puerta de la chica,
estuvo a punto de volverse; no se oían voces dentro, pero, ya que estaba allí,
se animó a llamar.
Después
de tocar el timbre dos veces, sin que nadie diera señales de vida, pensó irse y
volver más tarde. Los vecinos del piso de arriba cantaban el “Dime niño de
quién eres…” y armaban una buena bulla.
Entonces
se abrió la puerta de enfrente y apareció la señora Lola.
—Hola,
Goyo, guapo, buscas a Maribel ¿verdad?
—Sí
señora Lola, pero parece que no hay nadie.
—Han
ido a cenar a casa de sus tíos. De todas formas, me dijo su madre que vendrían
pronto. Pero pasa, pasa y los esperas aquí mientras tomas una copita de anís.
Ya no tardarán.
—Gracias,
señora Lola.
—¡Huy
señora Lola, señora Lola! ¡Qué fino! Lola a secas guapetón, que no soy tan
vieja; treinta y siete; y tú ya tendrás los veinte por lo menos.
Goyo
pensó que se quitaba años, que los cuarenta y dos ya no los cumplía, pero a él
qué más le daba.
—Diecinueve.
Bueno, hago los veinte en abril.
Él
también se aumentó un año, pero pensó que ella tampoco se lo creería.
Ahora
los vecinos de arriba ya iban por el “Asturias patria querida”
—Y
menudo hombretón que estás hecho. Pero bebe, bebe. Vamos a brindar por Maribel;
bueno, por Maribel y por ti.
Pues
por Maribel y por mí; y también por ti. Puedo tutearte ¿verdad?
—Claro,
¿no te lo he dicho antes?
—Sí,
sí que me lo has dicho; y también bridaremos por el señor Luis; no lo
despertaremos ¿verdad?
—No,
no lo despertaremos; está en Bilbao, con sus hermanas. Tienen a su padre en el
Hospital y se ha ido para cuidarle. Pero, anda, come un polvorón, hombre. Te
gustan los polvorones, ¿verdad?
Goyo
pensó que la señora Lola se le estaba insinuando y empezó a sentirse un poco
incómodo.
—Mira,
ya se oye ruido en la escalera. Seguro que son ellos —dijo la señora Lola
pegando un ojo a la mirilla—. Vamos a darles una sorpresa. Cuando vayan a
entrar en casa, saldremos gritando: ¡Feliz Navidad!
Ahora
no se oía casi ruido, apenas el crujido de algunos peldaños de la escalera de
madera. Lola seguía con el ojo pegado a la puerta, hasta que, de pronto se
apartó con cara seria. Goyo fue inmediatamente a mirar: Maribel estaba apoyada
en la pared abrazada con un hombre, dándose unos besos que, a él, le parecieron
guarros. Se separaron un momento, Maribel sacó las llaves y abrió la puerta
mientras el hombre le metía la mano por debajo de su falda. Ella volvió a
rodear el cuello de él con sus brazos y cerraron la puerta.
Goyo
se aparto de la mirilla con lágrimas en los ojos, mientras Lola le miraba con
piedad.
Los
vecinos de arriba cantaban ahora otro villancico:
«Ábreme
tu pecho niño
Ábreme
tu corazón
que
hace mucho frio afuera
y
en ti sólo hallo el calor.
Pastores
venid
Pastores
llegad…»
Mi querido gato:
ResponderEliminarMe parece que acabas de desaprovechar una estupenda historia, que habría merecido mucho más el título que elegiste para ésta que has escrito. Cuando llegué a la parte donde dice "Goyo pensó que la señora Lola se le estaba insinuando y empezó a sentirse un poco incómodo" yo hacía ya un rato que experimentaba ciertas molestias asociadas a la tirantez en el tiro de mis pantalones. Debería haber sido menos "políticamente correcto" y haber dejado por un momento a la pánfila de Maribel para retomar la historia de la infidelidad en otro momento. En fin, es una opinión de alguien que a estas alturas se deja seducir más por la experiencia de la madurez que por las veleidades de los volubles adolescentes. Me debe una, maldito felino de Chesire.
Oye, y que yo también lo veía así, pero lo di a leer a la familia y me corrieron a gorrazos. Con la ilusión que a mí me hacía que además de darle a la zambomba le diera al almirez, pero en fin, el espíritu es débil, en mi caso.
ResponderEliminarSinceramente, tengo que coincidir con lo que te sugiere Anónimo. Me gustaba más, y me cuadraría más con el título, la historia de iniciación a la carne entre Goyo y la señora Lola. Era lo que se intuía desde que tienen el primer contacto, y para mí que hasta se nota que te viste obligado a dar ese giro final al argumento. Me apunto de lo "novieriegos", diga lo que diga la RAE. Un abrazo
ResponderEliminarUn relato bien escrito, con unos diálogos fluidos, pero que podía haber ido por otros derroteros. De todas formas, también está bien así, y queda abierta la opción de otro final en otro relato y que se arme el belén.
ResponderEliminarA mí lo de la zambomba y el almirez me daba espeluzno, pero vistos los comentarios, va a ser que soy una estrecha. Sube el original y pasa de la familia y estos otros animales.
ResponderEliminarDe todos modos, a mí no me ha parecido mal este final, precisamente porque has dejado la parte "calientabraguetas" y luego le has dado un giro, que, aunque a primera vista sea muy "moralina", también muestra el cambio de actitud de la vecina calentona al ver la desolación del muchacho. También pasar de niño a hombre es aprender de los golpes de la vida, y ella lo sabe. No todo es folgar, ni siquiera por despecho.
En cualquier caso, un buen cuento que despierta comentarios y discusión. Feliz Navidad.