UNA
NAVIDAD SIN FRONTERAS
Por Michel de
Bergerac
—¡Ho, ho, ho! ¡Feliz
Navidad! —exclamaba sin pausa Papá Noel, mientras recorría los inmensos
pasillos abarrotados de gente del centro comercial.
—¿Eres tú el verdadero Santa Claus?
—le preguntó una niña de ojos claros que iba de la mano de una señora muy
elegante.
—¡Por supuesto que sí! —respondió él.
—Entonces, ¿quién es el otro Papá
Noel que acabo de ver en la entrada?
—¿En la entrada? ¡Ah, sí! Ese es un mentiroso
que se hace pasar por mí. Pero tú no le creas, que el auténtico soy yo. Mi
verdadero nombre es Nicolás, aunque soy más conocido como Santa Claus o Papá
Noel. ¿Quieres un caramelo?
La niña abrió la mano y él le dio un
puñado de pequeñas golosinas que ella se apresuró a guardar en uno de los
bolsillos de su abrigo. Después, le dijo adiós y se perdió con su madre entre
una multitud de personas cuyo número iba aumentando a medida que avanzaba la tarde.
—¡Ho, ho, ho! ¡Feliz Navidad! —seguía
exclamando Papá Noel, mientras repartía chucherías a los niños y saludaba a los
mayores.
Aquel Santa Claus me resultaba familiar.
Había algo en su mirada que me recordaba a algún conocido, pero no acababa de
situarle en un contexto determinado. Tampoco su acento me era extraño. Ese deje
tan propio de los ciudadanos de Europa del este me era también bastante
familiar. Me acerqué para poder ver su cara más de cerca. Esos ojos… Sí, no
había duda, era él.
—¡Nicolai! ¡Cuánto tiempo! ¿Te
acuerdas de mí?
—¡Hombre, Pepe! ¿Qué haces tú por
aquí?
—Pues he venido a traer mi currículum
por si necesitan personal, y también quería aprovechar para comprar algo para
esta noche. Hace tiempo que busco trabajo, pero las cosas están muy mal en este
momento. En fin, ¡qué te voy a contar! ¿Y tú? ¿Estás trabajando? —le pregunté
yo.
—Sí, se supone que estoy trabajando, si a esto se le puede llamar
trabajar —me contestó él—. Me han contratado para la campaña de Navidad. Me pagan
treinta euros al día por estar aquí doce horas felicitando a la gente y
repartiendo caramelos entre los niños. Eso sí, tengo media hora para comer.
Bueno, es lo que hay. Desde que nos dejaron en la calle hace cuatro años no he
vuelto a tener un trabajo estable. Sobrevivo con lo que va saliendo y
realizando alguna chapucilla que otra. Creo que si esto sigue así voy a tener
que regresar a Bulgaria, a pesar de los muchos años que llevo viviendo aquí. ¿Y
tu mujer? ¿Cómo está? ¿Habéis pensado en volver a Ecuador?
—Pues, de momento, no. Preferimos
esperar mientras podamos, a ver si mejora la cosa. A María le gustaría volver,
sobre todo para tener a la familia más cerca. Sus padres se van haciendo
mayores y ya no pueden seguir trabajando el campo. Y sus dos hermanos, los que
vivían aquí, han regresado a Ecuador. Han montado un negocio en Guayaquil. Pero
el principal motivo de quedarnos es que María está embarazada y sale de cuentas
dentro de dos semanas. ¡Este año vamos a tener un buen regalo de Reyes! Por eso
que no ha venido conmigo. Ha preferido quedarse a descansar un poco antes de preparar
la cena de esta noche. Por cierto, ¿dónde vas a pasar la Nochebuena?
—En casa, con una buena botella de
vodka como única compañera. Mis dos compañeros de piso se han ido a ver a unos familiares que viven en la costa. Desde que mi hermano y su mujer
regresaron a Bulgaria ya no me queda familia aquí. Pero bueno, luego les llamo por
teléfono. Y después, beberé y beberé y volveré a beber, como los peces en el
río, hasta que me quede traspuesto. Al fin y al cabo, es otro día más del año.
Y estas fechas se pasan rápido. ¡Y tú vas a ser papá! ¡Enhorabuena, compadre!
—¡Nada de eso! ¡Tú te vienes a casa a
pasar la Nochebuena! ¡Faltaría más, compañero! María va a preparar un arroz con
menestra y carne que está para chuparse los dedos. Después de la cena, a
medianoche, vendrán también mis primos con sus mujeres y sus hijos para brindar
por la Navidad con una auténtica chicha guayaquileña.
—No, mejor en otra ocasión. No quiero
molestar.
—¡Pero qué molestia! ¡Estaremos
encantados de que vengas, compadre! Además, tú eres como de la familia. Y a
María le va a hacer mucha ilusión volver a verte. Eso sí, si quieres, te puedes
traer la botella de vodka —exclamé, soltando una pequeña carcajada—. ¡Venga,
que solo falta media hora para que cierren el supermercado y aún tengo que
comprar algunas cosas! Espérame aquí, que en cuanto termine de comprar, me
reúno contigo y nos vamos a casa.
—Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad,
saca la bota María que me voy a emborrachar. Ande, ande, ande, la Marimorena…
—empezó a cantar Nicolai, con el pulgar de la mano izquierda alzado, al tiempo
que yo me dirigía hacia la entrada del supermercado.
—¡Ho, ho, ho! ¡Feliz Navidad! —volvió
a exclamar, sacando de uno de sus bolsillos unas cuantas golosinas, perdido
entre el gentío que llenaba a rebosar el centro comercial a escasos minutos del
cierre.
Después se acercó a la floristería y
compró un ramito de flores variado y multicolor para llevar a María. Al salir,
se topó con los tres Reyes Magos que estaban sentados dentro de un pequeño
decorado navideño donde recibían a los niños y se hacían fotos con ellos.
Nicolai se detuvo un momento al lado de Baltasar, a quien conocía. Era Mussa,
un chico malí que también vivía en su barrio. Este le presentó a sus dos
colegas españoles, Rosendo y Joaquín, que hacían de Melchor y de Gaspar. Eran
buenos amigos y habían formado un grupo de rock. Les deseó a los tres una feliz
noche y se dirigió al lugar donde había quedado conmigo.
De camino a casa, y sentados en la
última fila del autobús, los dos hablamos de aquellos años en los que
trabajamos juntos como montadores en una fábrica de muebles. Ambos éramos
carpinteros de profesión, pero la empresa quebró y nos quedamos en la calle.
Ahora íbamos tirando de trabajos esporádicos y gracias también a algunas ayudas
que recibíamos de vez en cuando de una organización caritativa. A los dos se
nos había terminado el derecho a cualquier tipo de subsidio, pero a pesar de
eso salíamos adelante. Nicolai había sido durante todo ese tiempo un excelente
compañero, siempre dispuesto a echar una mano en todo lo que hiciera falta.
Mientras nos alejábamos del bullicio
de la ciudad, nos pareció ver una estrella fugaz cruzando el firmamento y que
llevaba la misma dirección que nosotros.
El autobús nos dejó en la plaza del
pueblecito donde hacía dos años que vivíamos mi mujer y yo. Nos habíamos integrado
muy bien, y los vecinos nos apreciaban, pues tanto María como yo les echábamos
una mano con la limpieza de sus casas así como con las restauraciones de los
viejos muebles de madera. Ellos nos ayudaban con la comida y cubriendo alguna
que otra necesidad que nos surgiese a última hora.
Estando ya cerca de la vieja casita de
piedra que nos había alquilado el ayuntamiento a través de los servicios
sociales, pudimos escuchar a una de las vecinas que, al verme llegar, gritó:
—¡José! ¡Date prisa, muchacho! ¡María
se ha puesto de parto y no conseguimos localizar al médico de zona!
Por fortuna, la que sí que pudo venir
fue la señora Magdalena, una antigua comadrona ya jubilada que vivía en un
pueblo vecino. Cuando entramos en la casa, ella se encontraba junto a María y
le explicaba como tenía que respirar. Yo corrí a sujetar su mano mientras ella
apoyaba la cabeza sobre mi pecho.
Después de unos minutos en los que los
gritos de dolor se mezclaban con las órdenes de la comadrona, de repente se
hizo un silencio que solo fue roto por el llanto del recién nacido que empezó a
escucharse con claridad desde la calle. Era un niño, y tenía una buena mata de
pelo negro como el azabache.
La noticia del nacimiento se extendió
con rapidez por los pueblos vecinos, y hasta nuestra casa se acercaron muchos
habitantes del lugar, desde pastores que llegaron con algún corderillo como
regalo, hasta el mismo boticario en persona, quien trajo gasas, calmantes, y
varios paquetes de pañales. También se presentó el médico, que no pudo venir
antes porque él solito tuvo que atender varias urgencias en la zona y el pobre
no daba abasto. Por desgracia, los recortes aplicados en el sector de la
sanidad habían generado esta terrible situación. Luego llegaron Mussa, Rosendo
y Joaquín, a quienes había avisado Nicolai para que trajesen algo de ropa para el
niño que acababa de nacer. Entonces, alguien preguntó:
—¿Y cómo se va a llamar la
criaturita?
María y yo nos miramos por un
instante y, al unísono, respondimos:
—¡Le llamaremos Jesús!
El resto del Universo puede decir lo que quiera… a mí me encantó tu cuento!!! Gracias por semejante regalo de Navidad!!!
ResponderEliminarMe hace muy feliz leer tu comentario, mi querido Tornado Celeste. Gracias por tus bellas palabras y también por el muy original y fantástico cuento que nos has regalado a todos los lectores del blog.
EliminarQue pases un feliz día de Navidad.
A esta otra parte del universo también le encanta tu cuento y, efectivamente, digo lo que quiero. Es una actualización del nacimiento de Jesús, muy bien lograda.
ResponderEliminarEl Pringao del barrio (Que como no recuerdo la contraseña, entro como anónimo)
Anónimo, según parece, era quien le escribía sus obras a Shakespeare. Jajajaj.
EliminarGracias, mi admirado Pringao del barrio, por tus alentadoras palabras. Me alegro de que te haya gustado mi historia.
Con mis mejores deseos para este nuevo año que va a comenzar.
Pues que sí, que me gusta como ha quedado.
ResponderEliminarSi yo hubiera sido uno de los reyes, le hubiera regalado al niño una camiseta del Real, o ¿es de Atleti?
Me alegro de que te guste mi cuento de Navidad. Gracias, mi querido Gato de Cheshire.
EliminarEn cuanto a la camiseta, yo creo que a Jesús le queda mejor la del Atleti, por eso de que es la camiseta de los sufridores. Jajajaj.
Te deseo todo lo mejor para el 2014.
A mi también me encanta tu cuento. Perfecto para cerrar el capítulo sobre la Navidad.
ResponderEliminarGracias por tus hermosas palabras, mi querida Reina de corazones. Me alegra saber que te ha gustado mi historia. Leer todos estos comentarios me motivan mucho para seguir adelante y, sobre todo, seguir aprendiendo en esto de la escritura.
EliminarTe envío mis mejores deseos para el nuevo año que pronto va a comenzar.
¡Ah! Tenías que ser tú, el último romántico, el que hiciera un cuento tan bonito, tan tierno, tan entrañable y tan tan... Me encanta, he disfrutado mucho leyéndolo.¡Feliz Navidad!
ResponderEliminarMi querido Lucero Del Alba, me hace feliz saber que has disfrutado con la lectura de mi cuento de Navidad. Nuestra mayor recompensa es que el lector disfrute cuando nos lea.
EliminarGracias por tus bellas palabras.
Te deseo todo lo mejor para el 2014.
Mas que un relato, yo casí diría que se trata de un villancico desarrollado en forma de cuento, henchido de buenismo y con su mensaje de amor fraternal tan consecuente con lo que la mayoría de la sociedad occidental católico apostólico romana opina sobre estas fechas. Intuyo que debes ser una magnífica persona y te aseguró que habrá mucha gente a la que le encante tu relato, Michel
ResponderEliminarHola Anónimo, gracias por leerme. Si te soy sincero, no me considero tan magnífico como intuyes. Si realmente lo fuese estaría trabajando como voluntario en alguna ONG y dedicando mi vida a ayudar a quien realmente lo necesita. Y no es el caso. Eso sí, intento colaborar en lo que puedo, y sigo el principio de que hay que intentar siempre hacer el bien, ser solidario y ayudar al prójimo. Pero no por cuestiones religiosas, sino que por cuestiones humanitarias. No soy católico, ni apostólico, ni romano. Nunca he creído en el Vaticano. No soy nada religioso y, además, tengo muchos defectos y no pocos vicios. Tampoco me gustan estas fechas.
EliminarEn lo que respecta a mi cuento navideño, pensé que no estaría mal hacer una versión moderna y solidaria del nacimiento de Jesús. Eso es todo. Se puede decir que es un cuento de ficción, aunque muchos de los personajes son reales, por lo menos están inspirados en gente que conozco y con la que trato con asiduidad.
Te agradezco una vez más tus palabras y te animo a que nos sigas visitando. Un cordial saludo.