domingo, 31 de agosto de 2014

Cruda luz del invierno, por El gato de Cheshire



                      CRUDA LUZ DEL INVIERNO

Cogidos del brazo caminamos, una vez más, por el sendero.
A los lados, la nieve amontonada y sucia, se derrite lenta.
Fuera del camino, todo el campo es de un blanco azulado
y un sol tímido y frío da al paisaje, una pálida luz de candileja.

Treinta años paseando por el mismo camino. Todos los días.
Y  esta cruda luz  del invierno, nos encanece el alma
y nos lacera las ilusiones, ahora ya en el ocaso,
con esa gélida espada infatigable que es el tiempo.

¡Ah! Cómo desearíamos, que los años olvidaran su crueldad,
y nos hicieran volver a la fértil inocencia del estío.
A los días en que el amor y la vida comenzaban,
y la rama dorada descansaba en nuestras manos.

Pero aunque nos siga mandando su implacable cosecha
Y las rosas de oro no ceñirán de nuevo nuestras sienes,
El tiempo aquel, el que habitamos en nuestro paraíso,
seguirá viviendo en nosotros para siempre.

sábado, 30 de agosto de 2014

A CONCURSO: 07 - REGRESO SIN GLORIA, por CHÂTAIGNE et MARRON



            Todavía resonaban los ecos de la décima campanada en la torre de la Iglesia de San Martín de Braux, cuando Corinne Grac abrió puntualmente las puertas de la pâtisserie "La Bouche de Bétizac", tal como venía haciéndolo desde hacía más de veinte años. El suelo brillaba; ella se había encargado de que así fuera, como de costumbre, tras cerrar la tarde anterior. La clientela también brillaba... ¡pero por su ausencia! Eran tiempos muy difíciles, estos de la Gran Guerra, para la pequeña población de Braux, en la Provenza; varios de los vecinos habían sido convocados a filas, entre ellos Claude y Thibaut, los dos hijos de Corinne Grac. Pero esa guerra iba a terminarse algún día, sus hijos regresarían a casa y los brauxois volverían a frecuentar su establecimiento, ansiosos por endulzarse la vida.
            Mientras tarareaba "La Madelon", la pâtissière ordenaba con entusiasmo diversas exquisiteces detrás del mostrador, dando la espalda a la puerta; de pronto, su sexto sentido le avisó que alguien había penetrado en el local. Al volverse, lo primero que vieron sus ojos fue un par de zapatos embarrados justo encima de su piso reluciente, la mirada cargada de reproche trepó por las vestiduras harapientas hasta detenerse, al fin, en un rostro barbado y macilento.
            - ¿Mamá?
            - ¡Thibaut! - la alegría estalló, como un obús, dentro del pecho de Corinne. Automáticamente, se produjo el retroceso - ¿Dónde está Claude?
            - El no vendrá...
            - ¡Ya lo veo! No vendrá ahora. ¿Pero cuándo...
            - Nunca, mamá. Claude murió.
            Corinne Grac se precipitó sobre el recién llegado y le golpeó el pecho con los puños, varias veces, mientras lo apostrofaba:
            - ¡Me prometiste que ibas a cuidar de tu hermano pequeño durante los combates! ¿Cómo es que él ha muerto y tú regresas ileso?
            - Cumplí la promesa que te hice cuando nos alistamos, mamá, siempre cuidé de Claude durante los combates. Pero él no murió en combate...
            - ¿No? - Corinne Grac se retorcía las manos - ¿Y qué fue, entonces? ¿Tifus? ¿Influenza?
            - No, mamá. Claude fue fusilado...
            - ¡Los boches fusilaron a mi hijo pequeño! ¿Y qué hacías tú mientras pasaba eso?
            Las palabras salieron con dificultad de la boca de Thibaut:
            - Es que no fueron los alemanes, mamá... fueron los franceses.
            El bofetón que le cruzó el rostro quedó resonando dentro del vacío salón de "La Bouche de Bétizac".
            - ¡Tu hermano no era un cobarde y, mucho menos, un traidor! ¿Por qué habría de fusilarlo nuestro propio Ejército?
            - Tienes razón, mamá - Thibaut intentó acariciarle la cabeza, pero la mano se quedó a mitad de camino - Claude no era ningún traidor y fue tan valiente como el que más, hasta el último instante... Solamente tuvo mala suerte.
            Ya no brotaba ni una sola palabra de la cerrada garganta de Corinne Grac pero, igualmente, su mirada resultaba ser la más elocuente de las inquisiciones.
            - Habíamos atacado aquella posición una vez, y otra, y otra... y otra más - intentó explicarse Thibaut - En todas y cada una de esas ocasiones fuimos rechazados; varios camaradas perdieron la vida durante esos frustrados intentos. Todavía no nos habíamos repuesto del último de ellos, cuando volvieron a sonar los silbatos para que abandonásemos nuevamente las trincheras. No sabría decir muy bien qué fue lo que pasó, no era que hubiésemos hablado algo entre nosotros para ponernos de acuerdo... Seguramente fue la falta de sueño, el agotamiento... ¿Qué sé yo? Lo cierto es que, a juicio del Alto mando, nuestra Compañía no se movilizó con la rapidez que se esperaba y pretendieron imponernos un castigo ejemplarizante que disuadiese al resto de las tropas de cualquier posible intención de imitarnos... ¡En fin! El Capitán Mangiapa dijo haber recibido órdenes del propio General Pétain para fusilar cinco hombres de cada uno de los dos pelotones que formaban nuestra Compañía. El Teniente Lambruisse mandaba uno de ellos y decidió asumir plenamente la responsabilidad de aquella acción: él, personalmente, por los motivos que habrá considerado más oportunos, designó a los cinco soldados que iban a ser pasados por las armas. Nuestro pelotón estaba bajo las órdenes del Teniente Bianchi; éste no tuvo los cojones necesarios para hacerse cargo de la situación...  y acabó ordenando que fuésemos quintados al azar. ¡Maldito sea, por siempre jamás!

miércoles, 27 de agosto de 2014

Un tango en la noche. Poema.

Dafne nos ha regalado su poesía y a mí me ha dado envidia. Tengo un poema, carne de papelera en un concurso donde ha sido arrinconado por otros de más valor; ya no me ata a él ningún compromiso (esa es otra, tu mandas, vía Internet, tus sueños y los concursos los secuestran hasta que consideran que es una porquería, y que no merecen ni ocupar una de esas nubes informáticas). ya sé que no es digno del Parnaso, pero os lo dejo a vosotros antes de tirarlo yo también a la papelera.

Un tango en la noche.

Hay una calle empedrada,
un banco desvencijado
junto al farol de hierro.
La ciudad no oye mis pisadas
ni el viejo tango que suena a lo lejos.

La lluvia cae, mansa,
mojando los recuerdos.
Y en el suelo, los charcos,
atrapan las luces de otros tiempos.

Ladrón. Te llevaste, a oscuras,
los juegos imprudentes
y las mañanas alegres.
Me siento tan desnuda
como un árbol aterido
en diciembre.

Cabrón, me robaste los sueños.
Pero olvidaré tu cara,
tu mirada, tus gestos;
el aire ya no olerá a escarcha,
a humo, a polvo, ni a cieno.

El sol entrará por la ventana
de la abandonada alcoba.
Y estoy aquí para despedirte.
Bajo la farola.
Gritando en silencio, y a solas.

martes, 26 de agosto de 2014

Un nuevo poema de Dafne

DANZA DE MARIPOSAS   


Las mariposas conquistadoras,
abanican el gusanillo del amor,
 trepando enojado, quebranta el pecho
y  ocupa la garganta.
Las mariposas danzan y danzan.

Un  torbellino de hálito crudo,
se apodera sin tino de la calma,
traicionando la esperanza.
Las mariposas  danzan y danzan.

Como un huracán enfebrecido,
hurga en el recodo de las esencias,
calcinando las nieves del alma.
Las mariposas danzan y danzan,

La boca apretada  sujeta la tristeza
no dejando  escapar las lágrimas,
por el rostro curtido de piel clara.
Las mariposas danzan y danzan.

Los sentidos mal heridos se lamentan,
del punzón de las mariposas,
que danzan y danzan, dentro del pecho,
donde no alcanzo atraparlas.

jueves, 14 de agosto de 2014

A CONCURSO: 06 - DESATINADOS DEVANEOS CON ÉL MÁS ALLÁ, por Dafne



DESATINADOS  DEVANEOS CON ÉL MÁS ALLÁ

 En aquel atardecer dorado intentaba razonar sus recuerdos; mientras en el horizonte, el sol con su color de fragua y sus rayos recogido, se deslizaba plácidamente entre nubes blancas, Hasta el azulado mar. Su existencia pasaba como una locomotora de carbón, que iba dejando en sus sentidos un murmullo metalizado, revertido de una humareda parda, cada vez más insistente, en aquel panorama marino, mudo de vida humana.
La soledad impregnada de placidez se anulaba por la pertinaz automotora que, una y otra vez, insistía en transitar por aquel apacible paisaje. La mente con un manotazo de realidad, rechazaba la presencia del olor a humo y rumor del tren de la memoria, mezclados con la brisa del mar. El resultado era una película inverosímil, que el viento le hacía danzar en aquel atardecer insólito, aunando imágenes del tiempo pasado y del presente.
 Poco apoco, la brisa susurrarte se fue apoderando del entorno anulando la conciencia. Sintió un estremecimiento penetrante cuando le envolvió aquella bruma de humo y niebla, con un abrazo tan poderoso que fue incapaz de resistirse. Se abandonó sin miedos en aquella presencia que descubría llena de ternura; quizá porque era lo que ella estaba aguardando de hacía mucho tiempo.
En aquel abrazo difuso se quedo adormecida.
No sabía el tiempo que permaneció allí, cuando percibió las voces de unos niños exaltados que exclamaban
-¡Está dormida!
-¡No está muerta!
Se fue incorporando para preguntarle a los chiquillos; pero estos salió corriendo como alma que le lleva el diablo; escudriñó sin resultado la incorporada noche que le impedía ver más allá de sí misma, sigilosamente se encaminó a su casa. De pronto volvieron las voces y, esta vez, también eran personas mayores que intentaban poner un poco de orden en aquella algarabía. Se volvió sobre sus pasos y apartó a la gente que se encontraba alrededor de algo que estaba en la arena, y de pronto vio lo que había provocado tanto alboroto.
-¡Puñetas! ¡Si soy yo!
Se miró detenidamente, sus pies con sus zapatillas blancas, sus piernas en pantalón corto, los brazos desnudos con una camiseta de tirantas, palpó su pecho y su cabeza sintiéndose entera, observando que aquel bulto húmedo que estaba inmóvil en la arena, también era ella. En aquel momento fue consciente de su situación
-¡Pues anda, que manera de morir más tonta. Menudo lío para mis hijos. Yo me voy no quiero más dilemas familiares, ahora me iré a averiguar lo del cielo  y el infierno, que será más distraído.
Se fue alejándose de aquel remolino de gente que no tendría encuentra para nada su no presencia.  Decidida se encaminó fuera de la playa, ansiando hallar el paraíso, y se encontró con un gran espacio vacío, sintiéndose pequeña y más desguarnecida que nunca, a lo lejos un edificio cuadrado, muy blanco, como un dado grandísimo, y con unas ventanillas tan diminutas que, desde lejos y con su  vista, parecían pequeños desconchones en la pared. Se encaminó hacia él y entró; se encontró en un enorme espacio cuadrilátero, con paredes huecas, y columnas redondas de una especie de piedra caliza transparente, que diez hombres no podrían rodear con sus brazos, el techo no se avistaba, parecía estar en el infinito; una destellante luz iluminaba todo, pero en todo el contorno no había focos ni lámparas.
 Exclamó. -¡Claro aquí deben tener luz celestial!
De tramo a tramo, unas mesas cristalinas que no tenían ni principio ni final. Se dirigió hacía una de las personas que, al otro lado, estaba muy absorta mirando un punto del habitáculo que ella no pudo precisar.
-Señorita, por favor, acabo de morirme y no sé donde tengo que ir, si al cielo o al infierno.
La mencionada movió su cabeza lentamente y le miro sí interés.
-Señora, aquí no se llama así.
-Bueno, como se llame, ¿dígame por favor, por dónde tengo que ir?
-¿Trae usted los documentos?
-¿Qué documentos? Si yo me he muerto en la playa, y ya me ve qué pinta, sólo llevo en el bolsillo cuatro euros y las llaves de la casa. 
-Si no lo trae, vaya aquella mesa, que le den un impreso y lo rellena.
Por lo bajo- “Cocho, ya empezamos con la burocracia”
Se fue hacia la mesa indicada y pidió un documento de muerta. Le dieron unos grises papelotes, cogió un bolígrafo que estaba asido a la pata de la mesa.
Pensó -¡Mira, parece que aquí también limpian los bolis!
Puso los datos personales que pedía y, en un apartado decía; motivo de fallecimiento. Se quedo pensativa
-¿De qué he muerto yo? ¡Será porque tenía que morirme! ¿Y ahora, cómo me  arreglo para no tener faltas de ortografía? Tiene narices que hasta aquí tenga que lidiar con la gramática.
-Señorita, ¿qué pongo en el apartado de los motivos de la muerte?, Yo no sé cómo me morí.
-¿Qué dijo el médico?.
-No se me ocurrió preguntarle ¿pero, tiene importancia?
-Pues claro que tiene importancia, porque no es lo mismo que la hayan matado a que se haya muerto sola.
-No lo entiendo; yo creí que cuando una se moría todo daba igual.
 -¡Pues no señora, no!
 -¿Y eso influye?
-Claro, todo se sintetiza más.
-Hay que ver, hasta para morirse hay que tener suerte, pero me he muerto en la playa, ¿me darán algún punto más?, que si me hubiera muerto como Dios manda en mi cama y con mi pijama nuevo, ¿no?
- Señora, ya le dije que todo de pende de lo que le haya dicho el médico.
- Es que yo ni lo vi; me fui de allí enseguida para no ver sufrir a mí mis hijos.
-Señora, aquí se viene cuando se termina todo y sabe lo que dice el médico, y los familiares. Usted se ha precipitado.
-Claro, allá andaba siempre precipitándome y aquí, no iba a ser distinto
Entonces se acordó del la historia de la rana de Marcena, que ella contaba cuando alguien le atribuía de precipitarse.
-Escuche, señora, tendrá que volver y enterarse de lo que pasa.
-Ni lo piense, yo no vuelvo, con las ganas que tenía de estar calmada, ¿usted me ha visto la pinta que tengo? Con estos pantalones cortos y la camiseta de tirantas.
Creyó  distinguir en la cara de cartón, una sonrisa de Gioconda, cuando le dijo.
-No se inquiete, si aquí no le ven nada más que los muertos.
-Y le parece poco,  aquí es distinto que allí, que hay más muertos que vivos.
-Señora, si quiere disfrutar aquí de una buena situación, tiene que elegir a diez personas y por lo menos, seis tienen que hablar bien de usted.
-¿Y puedo elegirlas que yo quiera?
-Por supuesto.
-Entonces, es fácil, eligiere a mis hijos, padres y amigos.
-No se confíe, puede llevarse una sorpresa.
-Señorita, ¿puede decirme si es tan amable, donde hay por aquí una tienda? Quiero comprarme algo más decoroso.
-Señora, aquí no existe la moda; eso es cosa superflua.
-Bueno, de todas maneras, sólo tengo cuatro euros y no creo que pueda comprarme ni un pañuelo, ¿tendría una rebequita a mano que luego se la devuelvo?
-Lo que le  voy a dar es esta agenda, y apunte todo lo que oiga. Luego la trae que ya se le dirá el resultado.
-¿Cuánto tiempo tengo para aportarla?
Otra sonrisa de Gioconda.
-Tiene toda la eternidad, señora.
-Tiene guasa, lo único que a mí se me daba bien en el otro mundo era la puntualidad. Y eso es lo que aquí no importa, ¿al menos me podrá decir, cuánto está  de lejos este lugar de donde están mis hijos?
-Pues lo que usted tarde en llegar.
 Iba a contestarle a la de cara de cartón, cuando en ese momento sintió unos golpecitos en el hombro. Era un señor mayor que estaba ya harto de la espera y sujetando su impaciencia en tono amable le dijo.
-Yo creo, señora, que si sale usted a la calle y piensa donde quiere ir, enseguida llega.
-Gracias, caballero, muy amable. Mire, eso de pasar a una vida mejor es un decir ¿no? Porque vaya acarreo que se traen aquí.
Salió a la calle e imaginó que estaba con sus hijos. Enseguida aparecieron ante ella; estaban los tres sentados, taciturnos, se le notaban muy cansados y abatidos, sintió ganas de abrazarles y decirles que no se preocuparan, que estaba bien, pero no pudo. En esos momentos, como si la hubiera presentido dijeron:
El mayor: - Pobre, con lo que disfrutaba cuando estábamos todos juntos.
La niña: - Sí, pero le gustaba que estuviéramos en su terreno.
El pequeño: - Claro, porque así dominaba ella la situación.
La niña: - Es que en el fondo, con todo su carácter, era muy insegura.
El pequeño: - Después de aguantar, al que vosotros sabéis, dieciocho años como para no serlo.
El mayor: - Lo aguantó tanto porque quiso, porque si por mí hubiera sido, se habría  separado diez años antes.
El pequeño: - No te pases, hermano, que entonces no hubiera nacido yo.
La niña al mayor: - Tú te fuiste pronto de casa y no sabes lo que tuvimos que aguantar todas sus nauras.
El pequeño: - Y sus manías.
El mayo: - Yo tampoco me libraba aunque estuviera lejos.
La difunta: - Atónita. ¡Tenga usted  hijos para esto!
El pequeño: - En un tono de cavilación. Pero nos dijo cuando salimos de casa que procuraría que no nos faltara nunca un trozo de pan, y desde luego, el pan no nos faltó pero no sabes cómo teníamos la garganta de arañada, de lo duro que estaba.
La niña: - Y lo dogmática que era. Los regalos siempre tenían que ser lo que ella quería, que si la bicicleta, que la cinta andadora, que el video, y lo último ya fue total; no me compréis tonterías, comprarme sábanas, toallas y paños de cocina, que los que tengo son los que me quedan de cuando me casé y están que da pena.
Se quedó parada. La conversación le había dejado muerta “bueno, si es que se podía estar más muerta aún”. Esta conversación era buena o no para su interesé. Pero, fuera como fuera, decían la verdad. Lo escribió todo y cerrando su agenda se marcho  sin querer oír nada más, no fuera que empeorara la cosa.
Pensó en sus padres, aunque sentía mucha pena por verlos sufrir, pero no tenía más remedio que ir cuanto antes, para dejar de deambular por la eternidad.
Vio como su padre, sentado en su sillón, delante de la tele, muy limpio y peinado, parecía un marques, con su camisa blanca, su corbata azul que combinaba con los cuadros de su bata, y en su mano el mando a distancia, muy absorto viendo el fútbol. De pronto muy despacito entra su madre y, poniéndose delante levantando la voz, le dijo:
-Osé, te pones con la tele y no oyes nada.
-¿Que es lo que quieres, María?
-Te preguntaba si has cogido le foto de la Maricarmen, que estaba en mi habitación.
-Que ya te he dicho que no.
-Pues alguien la tenido que coger.
-María, a lo mejor la has puesto en otro lado y no te acuerdas.
-Anda ya, si esta anoche la estuve mirando y rezándole mucho rato.
-Vamos a ver,  ¿para qué, quieres ahora la foto?
-Pues para ponerla en su sitio, que es donde tiene que estar.
-Donde tiene que estar, es en mi mesita de noche, que para eso me la regaló a mí en mi santo, y tu te apropiaste de ella.
-Para el caso que le hacías.
-No querías que estuviera todo el día cantándole saetas.
-¡Que sepas que la foto tiene que aparecer! Te prepararé un zumo de naranja.
Y se fue pasillo adelante hasta la cocina, diciendo no sé qué cosa de aquel hombre, lo despistado que estaba últimamente.
Ella muy compleja, también decidió marcharse, sabía que si seguía allí solo conseguiría enfadarse con ellos, porque desde hacía unos años, solo se entretenía discutiendo, cosa que nunca había hecho antes.
Llevaba cinco personas, y no tenía las cosas claras. Decidió que las próximas serian sus amigas del alma. Deberían hallarlas a las tres juntas, y las encontró tomando unas cervecillas, sentadas delante de un gran plato de caracoles que debían esta exquisitos “para ellas, claro”, por lo entretenidas que estaban con sus palillos de dientes, hurgando en el interior de aquellos bichos; con unos trocitos de pan mojaban una y  otra vez en la salsa, que se apreciaba picante.
Gange: –Me estoy acordando de la Carmela, no hubo manera de que probara nunca los caracoles.
Nani: –Ni los caracoles y algunas cosas más.
Gange: – Se perdía siempre lo mejor.
Lola: - Y la forma de vestir, con aquellos encajes y lacitos  ji.ji.
Gange: - Lo puesta que iba siempre, fuera donde fuera siempre con sus labios y ojos  pintados.
 Lola: - Hay que conocer que se podía contar con ella.
Gange: – Sobre todo, cuando era para las fiestolinas
Nani: –Ella siempre decía que era adjunta a nosotras, que se juntaba a las comidas, a las copas.....
Gange:- Recuerdo cuando nos conocimos, me pareció la cateta por excelencia y pasé de ella, un monto.
La muerta: - Mira guapa, tú a mí me caites como una patada en el estomago, y también pase de ti,  pero tienes que reconocer que el destino nos unió por algo.
Gange:- Pensativa; bueno, luego llegamos a conocernos tanto que no pedíamos pasar la una sin la otra, aun que fuera para reñir.
Nani: - Y que no era ligona, no se podía salir con ella, enseguida se arrimaba algún pesado.
Lola: -Si, pero lo divertido era, el pitorreo que se traía con todos.
Gange: - Si mucha guasa, pero cuando alguno la embobo, fue una pesadilla aguantar sus lamentos.
La muerta mosqueada, dando vueltas  alrededor de ellas, diciendo para sí misma, “digo para sí misma porque claro, nadie la oía”:
-¡Niñas, que estoy muerta!, y cuando uno muere todos dicen que son buenos, por lo menos, decir que era simpática.
Y como si la hubieran oído.
Gange: - Hay que reconocer que a veces tenía su punto.
Nani:-Sí pero lo perdía todo con sus enamoramientos.
Gange: -Es que tenía una vista para los hombres.
Lola:-Yo agradecía a veces que no tuviera graciosa porque mira cuando le daba por cantarme lo de que bonita es mi niña.
Gange-Sí a las tantas de la madrugada a gritos pelados de bajo de tu ventana.
Lola - Como que tenía que bajar rápido para que se callara y no despertara a los vecinos.
La muerta: -Sabéis lo que os digo, que os den morcilla; adiós guapas ¡si lo sé, no vengo!
Cada vez más impacientad pensado que con aquellas recomendaciones no ingresaba al cielo ni de guasa, le echo un vistazo a lo que estaba escrito en la agenda. Suspiro resignada, le faltaba dos, debería elegí bien porque si no tendría que esta perpetuidad bregando con la de la cara cartón, y estaba muy  cansada.
Decidió que el próximo fuera el que ella creía que era el hombre que más la había amado. Algún recuerdo bonito le quedaría de los primeros tiempos. Lo encontró en su despacho, sólo, muy absorto, con un montón de papeles; la radio a su espalda le promocionaba una música de fondo que daba una poquito de calidez, a aquel despacho sombrío e inhóspito; pensó como se la arreglaría para saber que opinión  tenía de ella; de pronto, empezó a sonar una de aquellas dulces canciones que, un día, él le había grabado con tanto amor" si tú me dices ven lo dejo todo”. En ese momento se quedó parada. Comprobando fascinada que podía oír sus pensamientos.
-Pobre Carmen, cómo llegó a creerse que yo la quería. Era tan sensiblera, que  la metí en el saco. Pero qué pesadita se puso al final, con tantos poemas y palabrerías. No entendí jamás cómo una mujer de su edad podía ser tan cursi.
Crispada dijo: -Por supuesto, insulso, que me metiste en el saco. Pero tenía tantos boquetes que sólo una pesada como yo podía permanecer en él sin escurrirse, pero claro, más grande fue la caída. 
El flemático cambió la emisora diciendo.
-Bueno, seguro que donde esté encontrará a alguien a quien darle la tabarra con sus risibles poesías.
No sabía si llorar o darle un puntapié al sillón, donde estaba, girándose de un lado a otro. Optó por esto último, y nada más que pensarlo, el sillón hizo un vuelco extraño hacia  adelante, cayendo de bruces sobre el montón de papelotes. Lo vio morder el polvo, “literalmente”, porque levantó la cabeza, escupiendo y quitándose el  resto del papel impreso que se le había quedado entre los dientes “Valió la pena morirse para ver aquello”. 
Ni siquiera una evocación de aquellos encuentros, tan breves como intensos, para él sólo había sido una experiencia más. Como retoñaba la humillación que un tiempo le hizo sufrir tanto. Ahora lo veía sentado, no podía concebir como en su madurez, este sujeto fue capaz de ocupar la parcela más excitante de su vida. Por última vez lo envolvió en un vistazo de dejadez y se fue cantando. “Solo fui para ti una bámbola”.
Resultado, le quedaba una última oportunidad. Tendría que aprovecharla bien. Pensó en su vecina Carmen con la que había compartido ciertas salidas y conversaciones filosóficas sobre los amores, amorcillos de lo sujetos fiadores de sus quererles.
Estaba en la escalera recogiendo el pan que le había dejado el panadero en el picaporte de su puerta; cuando otra vecina la saludó:
-Buenos días, ¿te has enterado que ha muerto una vecina que vivía en el segundo?.
-Sí, pobre era amiga mía.
-¿No-venia mucho por aquí  ¿no?
-No, trabajaba en la costa y venia poco.
-Yo no la conocí.
-Era un poco rarilla, pero en el fondo buena gente.
-¡Vaya menos mal que alguien dice algo bueno de mí! Por si acaso, me marcho antes de que esta se le escape algo de aquella noche, que llegábamos cuando el portero ya estaba limpiando la escalera, y eso no creo que esté bien visto en el otro barrio.
Con su agenda bajo el brazo se marchó no muy convencida del resultado de su encuesta, “si es que podía llamarse así”. Ojeó lo escrito. Pensó que quizás debería perder la agenda; pero si le hacían empezar de nuevo; también podía inventarse algunas cosillas, para eso siempre había tenido cierto talante escribiendo, Y, si estaban tan actualizados que tenia Internet y ya sabían el resultado. Sin dale más vueltas, se dirigió remisamente aquel edificio tan insólito; deseando que no estuviera la cara de cartón.
Se encontró con un barbilampiño lánguido, le sonrió pensando que siendo joven tendría más consideración, pero el muchacho la envolvió en una mirada tan tiesa que le cortó la sonrisa; temiéndose lo peor, le alargó con dudas lo que tantos desazones le costó conseguir.
El imberbe oteó sin interés  el escrito, y sin mirarla le dijo.
-Señora, sabe que aquí no expresa nada.
-¡Cómo que no dice nada, si he  hecho más kilómetros espirituales que si hubiera realizado el camino de Santiago andando!
-Señora, lo que quiero decir es que no aclara como se portó usted allá; y ni siquiera se sabe como murió.
-Que manía con esa historia, qué más da como he muerto; sé que fue en la playa.
-Pero, ¿la asesinaron o se murió sin más?
-Yo aunque estaba allí, estaba dormida y no me entere de nada
-Tenemos que saber a qué clase pertenece.
-No me diga que existen también aquí clases sociales, pues estamos apañados.
-Escuche, señora, tiene dos posibilidades: o vuelve otra vez y trae más información o se queda en un rincón quieta y muda.
-Quiere decir en el limbo, vaya.
-Señora, ¿quiere no rezongar más? ¡No me haga perder más tiempo!
 Alargando la mano para coger su  agenda, con la ira que en determinadas ocasiones había sentido y que ella temía tanto.
Le dijo con mal flema: -Perdone por las molestias; no sabía que su perpetuidad fuera más decretada que mi eternidad.
Quiso dar un paso adelante para seguir  diciéndole aquel individuo que estaba cansada del mejor mundo, que decían que era éste, y que quería morirse; bueno, no morirse, o lo que fuera, para largarse de allí. Fue tal el berrinche, que sintió como su espalda se tensaba; y que el abrazo, que en su momento percibió tierno, la abandonaba, sintiendo como las piernas se le endurecían. Un dolor tremendo en los dedos de los pies que se arrugaban, rígidos hacia dentro; su mano no encontró lo que buscaba y miró donde la vio por última vez, dándose cuenta que también su vista estaba afectada. Toda la claridad del entorno se diluía en una tenebrosidad que le hizo estremecerse; en unos instantes todo se esfumó, solo sentía la mirada teñida de distancia de aquel hombre que había envejecido treinta años, la angustia le mordisqueaba el estómago y mil hormigas presurosas merodeaban por su cuerpo, frenando su enojo.
Poco a poco se fue acostumbrando a aquella oscuridad.  Se dio cuenta que el hombre que la miraba de soslayo era el aguador de Velázquez, desde un cuadro colgado en la parel, girando la cabeza con una torpe mirada, fue descubriendo el insignificante apartamento; observó cómo las cortinas impedía que el atardecer se depositara en el interior; la mesita con el televisor, la pequeña cocina mustia, el viejo sofá cama, con su estampado raspado; la puerta de la calle severa y la cama pequeña donde se encontraba boca abajo; aunque todo era tan pequeño. Se sintió reconfortada después del aislamiento de los grandes espacios vacíos que había soportado. 
De pronto todo tenía sentido mirando su pijama nuevo, suspiró aliviada. ¡Todo había sido un sueño! Incorporándose lentamente descorrió el cortinón; la luz del atardecer se deslizó dentro del pequeño recinto y en su ser; se dirigió hasta la diminuta cocina para prepararse un café, puso un poco de música. Los recuerdos empezaron a aflorar, desde el instante que llegó del trabajo desalentada por la ávida llamada de la mañana, que la impregnó de nostalgias que la sumió en tal apatía, que sólo quería excluirse de aquella vida que no había sido benévola con ella. Comió un poco de ensalada con un poco de queso, disponiéndose a hacer una siesta en toda regla. Tenía tiempo hasta el crepúsculo de sol, que no se perdía ningún día. Se puso su pijama, cerró todo a cal y canto,  apago el teléfono móvil, como hacia siempre que se hallaba desorientada en el mundo y quería extraviarse en lo más recóndito de los sueños.
Pausadamente se deleitó con el café y con la bella música que salía de aquel radio casete antiguo. El desatado devaneo del sueño aun se percibía en el entorno, punzando la angustia en su pecho por aquel involuntario desvarío; la melodía que llegaba a sus oídos le recordaba la que él escuchaba, abrigando la misma dolencia que la envolvió cuando lo percibió sentado en aquel sillón girándose de un lado a otro. Sintiendo de nuevo como su sangre le abrasaba como un ascua viva. Con brío se desprendió del abrigo de la evocación que le masticaba el corazón, tornando sus pensamientos en los personajes  cada vez más palidecidos, en su memoria. La intolerancia de la cara de cartón y el imberbe, que tanto la hicieron rabiar, los lugares largos y solitarios que la encerraba en una galera sin salidas. Cuando terminó con el café, puso la taza en el fregadero, se cambio de ropa, apagó la radio. Salió. Ansiaba que la visión de la puesta de sol le lijara la sequedad del alma.
La tarde desaparecía cándidamente. Respiró profundamente el aroma apretado de la hierba recién cortada y regada del olor a sal; se dirigió hasta la orilla de la playa quitándose las zapatillas blancas, notando como las olas en su llegada a borbotones se alisaba besándole los dedos de los pies como un dulce amante. El sol con su color de fragua se deslizaba plácidamente hasta el acompasado mar; en el tapiz celeste se asomaban las estrellas que guiñaba burlonas a la  noche. Continuó caminando, bebió la brisa, hinchado su pecho de atardecer, y refrescando la esperanza de que el nuevo amanecer trajera las frescas melodías de sal; sintiendo que nada más que por eso merecía la pena vivir.
Siguió con el paseo, miró sus pies desnudos, el pantalón corto y la camiseta de tirantas,  pensó con voz  reserva:- Carmela, ya vuelve a las andadas.