Todavía
resonaban los ecos de la décima campanada en la torre de la Iglesia de San
Martín de Braux, cuando Corinne Grac abrió puntualmente las puertas de la
pâtisserie "La Bouche de
Bétizac", tal como venía haciéndolo desde hacía más de veinte años. El
suelo brillaba; ella se había encargado de que así fuera, como de costumbre,
tras cerrar la tarde anterior. La clientela también brillaba... ¡pero por su
ausencia! Eran tiempos muy difíciles, estos de la Gran Guerra, para la pequeña
población de Braux, en la Provenza; varios de los vecinos habían sido convocados
a filas, entre ellos Claude y Thibaut, los dos hijos de Corinne Grac. Pero esa
guerra iba a terminarse algún día, sus hijos regresarían a casa y los brauxois volverían a frecuentar su
establecimiento, ansiosos por endulzarse la vida.
Mientras
tarareaba "La Madelon", la
pâtissière ordenaba con entusiasmo diversas exquisiteces detrás del mostrador,
dando la espalda a la puerta; de pronto, su sexto sentido le avisó que alguien
había penetrado en el local. Al volverse, lo primero que vieron sus ojos fue un
par de zapatos embarrados justo encima de su piso reluciente, la mirada cargada
de reproche trepó por las vestiduras harapientas hasta detenerse, al fin, en un
rostro barbado y macilento.
-
¿Mamá?
-
¡Thibaut! - la alegría estalló, como un obús, dentro del pecho de Corinne.
Automáticamente, se produjo el retroceso - ¿Dónde está Claude?
-
El no vendrá...
-
¡Ya lo veo! No vendrá ahora. ¿Pero cuándo...
-
Nunca, mamá. Claude murió.
Corinne
Grac se precipitó sobre el recién llegado y le golpeó el pecho con los puños,
varias veces, mientras lo apostrofaba:
-
¡Me prometiste que ibas a cuidar de tu hermano pequeño durante los combates!
¿Cómo es que él ha muerto y tú regresas ileso?
-
Cumplí la promesa que te hice cuando nos alistamos, mamá, siempre cuidé de
Claude durante los combates. Pero él no murió en combate...
-
¿No? - Corinne Grac se retorcía las manos - ¿Y qué fue, entonces? ¿Tifus?
¿Influenza?
-
No, mamá. Claude fue fusilado...
-
¡Los boches fusilaron a mi hijo
pequeño! ¿Y qué hacías tú mientras pasaba eso?
Las
palabras salieron con dificultad de la boca de Thibaut:
- Es que no fueron los
alemanes, mamá... fueron los franceses.
El
bofetón que le cruzó el rostro quedó resonando dentro del vacío salón de "La Bouche de Bétizac".
-
¡Tu hermano no era un cobarde y, mucho menos, un traidor! ¿Por qué habría de
fusilarlo nuestro propio Ejército?
-
Tienes razón, mamá - Thibaut intentó acariciarle la cabeza, pero la mano se quedó
a mitad de camino - Claude no era ningún traidor y fue tan valiente como el que
más, hasta el último instante... Solamente tuvo mala suerte.
Ya
no brotaba ni una sola palabra de la cerrada garganta de Corinne Grac pero,
igualmente, su mirada resultaba ser la más elocuente de las inquisiciones.
-
Habíamos atacado aquella posición una vez, y otra, y otra... y otra más -
intentó explicarse Thibaut - En todas y cada una de esas ocasiones fuimos
rechazados; varios camaradas perdieron la vida durante esos frustrados intentos.
Todavía no nos habíamos repuesto del último de ellos, cuando volvieron a sonar
los silbatos para que abandonásemos nuevamente las trincheras. No sabría decir
muy bien qué fue lo que pasó, no era que hubiésemos hablado algo entre nosotros
para ponernos de acuerdo... Seguramente fue la falta de sueño, el
agotamiento... ¿Qué sé yo? Lo cierto es que, a juicio del Alto mando, nuestra Compañía
no se movilizó con la rapidez que se esperaba y pretendieron imponernos un
castigo ejemplarizante que disuadiese al resto de las tropas de cualquier
posible intención de imitarnos... ¡En fin! El Capitán Mangiapa dijo haber
recibido órdenes del propio General Pétain para fusilar cinco hombres de cada
uno de los dos pelotones que formaban nuestra Compañía. El Teniente Lambruisse
mandaba uno de ellos y decidió asumir plenamente la responsabilidad de aquella
acción: él, personalmente, por los motivos que habrá considerado más oportunos,
designó a los cinco soldados que iban a ser pasados por las armas. Nuestro
pelotón estaba bajo las órdenes del Teniente Bianchi; éste no tuvo los cojones
necesarios para hacerse cargo de la situación... y acabó ordenando que fuésemos quintados al
azar. ¡Maldito sea, por siempre jamás!
Yo creía que el Mariscal Pétain era un colaboracionista de los alemanes, pero... seguramente me confundo y no tengo ganas ahora de repasar la historia. En mi memoria, posiblemente equivocada, sus tropas no lucharon contra los alemanes, ni tampoco contra los aliados, simplemente se dejaron ocupar. Dejando aparte esta disquisición, la historia está muy bien escrita, agradablemente sin fallos, según mi humilde saber. Sorprende la poca alegría de la madre al ver al hijo superviviente, mas si así lo quiere el autor...
ResponderEliminarA mí me ha gustado la introducción del azar en la muerte del hermano pequeño. Un azar que va del brazo de la estupidez macabra que preside algunos actos en las guerras y en los ejércitos. Jilguero, la explosión de júbilo de la madre al ver a uno de sus hijos se apaga de inmediato al notar la ausencia del otro soldado. Quizás tengas razón y, sin necesidad de datos supuestamente históricos (yo tampoco tengo ganas de repasar nada) la historia pueda ser extrapolable a cualquier guerra. Es un buen relato.
ResponderEliminarEsta historia nos vuelve a recordar los horrores de la guerra, de cualquier guerra, de todas las guerras. Los hombres no aprenden nunca de sus errores. El relato está bien contado y el tema del azar hace acto de presencia en un sorprendente final. Buena historia, Châtaigne et Marron.
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