Bailando con papá
Ayer
llegamos a la casa del pueblo, tras un viaje de cuatro horas en el doscaballos. Salimos de Madrid bien, como siempre, apretado el equipaje. Apretados
mis hermanos y yo en el asiento de atrás, peleándose entre ellos, como siempre,
uno a cada lado mío. Mamá, delante, cantando "Pobre mi caballo bayo, cómo
lloraba cuando murió", como siempre, después de haber terminado el
repertorio de villancicos. Yo, pensando en el frío que íbamos a pasar, como siempre.
Y la niebla rodeándolo todo.
La
casa estaba helada. Papá encendió la estufa de butano en el comedor, mamá los solthermic.
La luz saltó. Mamá apagó el solthermic de su cuarto y papá arregló los plomos.
Cenamos algo recalentado y nos mandaron arriba, a la cama. Me puse el pijama y
me metí en la mía. Había muchas mantas, pero estaba fría y húmeda. Volví a
ponerme el jersey y los calcetines. No iba a poder dormir de frío.
Cuando
desperté, pensé: Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Saqué una mano de
debajo de las mantas. Afuera estaba helado. Luego entro papá y dijo: mamá está
malita. Ayuda a tus hermanos a vestirse y lavarse y luego desayunáis y os vais
a comprar pan y leche. Encendí el solthermic del baño y se fue la luz. Papá
arregló los plomos. El agua estaba helada, me lavé como un gato y me vestí.
Mi
hermana estaba roja y con los ojos brillantes. Le hice levantarse y, cuando se
fue al baño, me fui a despertar a mi hermano. Él estaba también rojo, pero no
podía despertarle. Murmuraba cosas y temblaba.
—Creo
que Luis también está malo, le grité a papá. Al mismo tiempo, se oyó un golpe
en el baño. Ana se había caído y le salía sangre de la nariz. Papá me mandó a
buscar al médico.
—¿Y
el desayuno? —pregunté.
—Luego
—contestó.
—¿Y
compro ya el pan y la leche? —pregunté.
Papá
se volvió, me miró con la cara que pone cuando no sabe si es que su hija es
tonta y gritó:
—¡Luego!
¡Ve a buscar al médico!
Yo
cogí el abrigo y fui a buscar al médico. Le dije que mamá y mis hermanos
estaban malos y que viniera a casa.
—¿Qué
tienen? —me preguntó.
—Mamá
no lo sé. Luis está modorro y Ana se ha caído y le sale sangre por la nariz.
El médico se acabó un vasito de coñac, cogió su maletín y dijo:
El médico se acabó un vasito de coñac, cogió su maletín y dijo:
—¡Vamos!
Los
tres tenían gripe. Le dio a papá una receta y le dijo que el practicante les
pinchase. Papá me mandó a comprar las inyecciones y a que avisara al
practicante, que era el peluquero.
—¿Y
el desayuno? —Me miró y salí corriendo otra vez. Fui a la farmacia y luego al
peluquero, y le pedí que fuese pronto a pinchar a mi madre y mis hermanos. Le
di las inyecciones y fui a la panadería y la lechería. Como no llevaba jarra,
me prestaron una. Lo dejé todo a deber, porque tampoco llevaba dinero. En la
calle, me eché un trago de leche y me comí el coscurro de la barra de pan mientras
canturreaba: "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad..."
Cuando
volví ya se iba el practicante. Papá calentó leche y, mientras tanto, hizo
tostadas. Yo le avisé de que la leche había que hervirla primero, pero me callé
porque me miró con la misma cara otra vez. Me puso un tazón en la mesa, lleno
de leche caliente, y una tostada, y el resto lo puso en una bandeja y subió a
dárselo a mamá y a mis hermanos. Yo volví a echar mi leche al cueceleches y
vigilé atentamente a que empezara a hervir. La leche subía por el tubo del
centro espumeando y volvía a caer dentro del cueceleches. Así ya no se salía la
leche, ni se pegaba a la cocina ni olía a leche quemada, ni se apagaba el
butano y podíamos explotar. Mientras me comía la tostada con miel, esperé a que
hirviera un poco, apagué el butano y cerré la llave. Subí a ver a mamá, pero
papá me dijo que me quedase abajo o me contagiaría. Entonces pensé que papá
había subido y, si se contagiaba, yo tendría que ocuparme de todo. La cocina
estaba caliente porque papá había encendido la estufa de butano. Me gustaba
mirar cómo de vez en cuando una llama más azul se extendía por la rejilla y
provocaba un chisporroteo. Miré a ver qué había traído mamá para comer y qué
había en la despensa. Cuando bajó papá con la bandeja, le dije que para comer
había pollo guisado y que podía pelar patatas y partirlas y comer patatas
fritas y pollo. Me miró con la cara del papá que me quiere y sabe que su hija
es lista y dijo:
—Bien.
Como
no teníamos mucho que hacer los dos solos, decidimos comer pronto. Aunque
habíamos desayunado tan tarde por todo el jaleo, en realidad no era demasiado
pronto para comer. Así que yo me puse a pelar patatas y papá me dijo:
—No
te cortes, ¿eh?
Pelé
las patatas y las partí con muchísimo cuidado. Si papá se había contagiado y yo
me cortaba y moría desangrada, todos morirían. Tardé mucho por eso y porque no
tenía nada de hambre, pero por fin acabé. Papá puso la sartén a fuego fuerte y
el pollo también, a calentar en una cacerola. Yo fregué las cosas de la bandeja
y la preparé para subirles la comida a los enfermos. Papá echó las patatas al
aceite humeante. Todo saltó (él también, gracias a eso no se quemó) y la cocina
se puso toda perdida de aceite. Lo recogí con la fregona. El pollo empezó a
quedarse sin jugo y a oler a socarrado, así que apagué el fuego. Por arriba
debía estar frío todavía. Papá sacó las patatas del aceite, partió el pollo en
trozos e hizo dos viajes para subir la comida a los enfermos.
Volvió
a bajar y me guiñó un ojo:
—Desastre
total. El pollo no es pollo, es el pavo que había que cenar esta noche. Había
que haberlo calentado en el horno.
"Esta
noche es Nochebuena y mañana Navidad", pensé yo.
—Además,
dicen que no tienen hambre.
—Yo
tampoco, la verdad —contesté.
Aún
así, mordisqueamos las patatas fritas, que estaban crudas por dentro. Luego yo
recogí todo, puse el pavo en la bandeja del horno y fregué los cacharros
sucios. El suelo, como ya le había pasado la fregona húmeda al recoger el
aceite, no lo volví a fregar. Estaba brillante y resbaladizo, como los suelos
de los palacios. Papá se llevó la estufa de butano al comedor y sacó el tablero
de ajedrez. Yo, rápidamente, cogí mi libro de Los siete secretos. Odiaba que
papá quisiera jugar al ajedrez conmigo. Yo había entendido bien los movimientos
de las fichas, pero me aburría mucho pensar las jugadas que se harían después
según qué ficha moviera.
La
luz se fue yendo poco a poco. Empezaba a costarme leer cuando me acordé de que
no había puesto el belén. Busqué las cajas, extendí las arpilleras y las
montañas de corcho, coloqué el portal y el río, y los árboles y el musgo.
Cuando estaba echando la harina, se oyó un grito fortísimo desde el cuarto donde
estaban Ana y Luis. Ana estaba sentada en la cama, como si viese fantasmas.
Luis la miraba entre los párpados medio cerrados. Mamá apareció tambaleándose,
en camisón y zapatillas. Papá la mandó a la cama e intentó calmar a Ana, que
señalaba a la pared y decía cosas ininteligibles. Papá me mandó llamar otra vez
al médico. Cuando volví con él, nos enseñó a poner paños de agua fría en la
frente de los enfermos para bajarles la fiebre. Nos dio también unas pastillas
para que se tomasen después de cenar. El practicante volvería por la mañana a
ponerles más inyecciones.
Al
poco de irse y a pesar de los paños, deliraban los tres. Nos turnamos para
atenderlos a todos. A la hora de la cena, papá encendió el horno. Saltó la luz.
Papá apagó un solthermic, arregló los plomos y puso el pavo a calentar. Yo puse
mesa para dos y preparé las bandejas. Primero les dimos la cena y su pastilla a
los enfermos. La pastilla hizo efecto enseguida, les bajó la fiebre y se
quedaron dormidos. Luego cenamos papá y yo un poco de pavo reseco y turrón. Yo
canté:
—Esta
noche es Nochebuena y mañana Navidad, saca la bota María que me voy a
emborrachar.
Papá
me cogió en brazos y bailó conmigo mientras cantábamos todo el villancico. En
el belén no había personajes, era un paisaje vacío. Luego me subió al
dormitorio, me ayudó con el pijama y me arropó y me dio un beso. Yo canturreé,
bajito, el villancico hasta que me quedé dormida.
¡Que cosa más tierna, por Dios! Aquellos soltermic que hacían saltar los plomos y hoy hacen saltar las lágrimas y vacían las carteras... muy bueno, señorita Pirandello.
ResponderEliminarContar lo cotidiano de forma primorosa. Esperamos una Navidad que celebrar y la vida todos los planes nos los cambia.
ResponderEliminarRelato enfocado, con éxito, desde el punto de vista de una niña. Las gripes, infatigables compañeras de nuestra vida, pueden arruinarnos los planes, pero tu protagonista, a pesar de los pesares, recordará esa Navidad y el baile con su padre con felicidad.
ResponderEliminarFelices fiestas.
¡Qué bonito! Bueno, bonito para la niña que se acuerda ahora. Para los que estaban con fiebre no tanto. Pero el relato es bonito.
ResponderEliminarBien escrito. Si señor (o signorina). Sincero y honesto: por lo menos no intenta seducirnos con los consabidos tópicos del amor fraternal, los deseos de paz mundial, los buenos propósitos para el año venidero, etc, etc., que de tanto abundar ya hasta aburren en el resto de relatos navideños. Espero ansioso leer otros relatos suyos. Presiento que no me defraudará, no me pregunte porqué.
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