jueves, 19 de diciembre de 2013

CUENTOS DE NAVIDAD



Bailando con papá

Ayer llegamos a la casa del pueblo, tras un viaje de cuatro horas en el doscaballos. Salimos de Madrid bien, como siempre, apretado el equipaje. Apretados mis hermanos y yo en el asiento de atrás, peleándose entre ellos, como siempre, uno a cada lado mío. Mamá, delante, cantando "Pobre mi caballo bayo, cómo lloraba cuando murió", como siempre, después de haber terminado el repertorio de villancicos. Yo, pensando en el frío que íbamos a pasar, como siempre. Y la niebla rodeándolo todo.
La casa estaba helada. Papá encendió la estufa de butano en el comedor, mamá los solthermic. La luz saltó. Mamá apagó el solthermic de su cuarto y papá arregló los plomos. Cenamos algo recalentado y nos mandaron arriba, a la cama. Me puse el pijama y me metí en la mía. Había muchas mantas, pero estaba fría y húmeda. Volví a ponerme el jersey y los calcetines. No iba a poder dormir de frío.
Cuando desperté, pensé: Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Saqué una mano de debajo de las mantas. Afuera estaba helado. Luego entro papá y dijo: mamá está malita. Ayuda a tus hermanos a vestirse y lavarse y luego desayunáis y os vais a comprar pan y leche. Encendí el solthermic del baño y se fue la luz. Papá arregló los plomos. El agua estaba helada, me lavé como un gato y me vestí.
Mi hermana estaba roja y con los ojos brillantes. Le hice levantarse y, cuando se fue al baño, me fui a despertar a mi hermano. Él estaba también rojo, pero no podía despertarle. Murmuraba cosas y temblaba.
—Creo que Luis también está malo, le grité a papá. Al mismo tiempo, se oyó un golpe en el baño. Ana se había caído y le salía sangre de la nariz. Papá me mandó a buscar al médico.
—¿Y el desayuno? —pregunté.
—Luego —contestó.
—¿Y compro ya el pan y la leche? —pregunté.
Papá se volvió, me miró con la cara que pone cuando no sabe si es que su hija es tonta y gritó:
—¡Luego! ¡Ve a buscar al médico!
Yo cogí el abrigo y fui a buscar al médico. Le dije que mamá y mis hermanos estaban malos y que viniera a casa.
—¿Qué tienen? —me preguntó.
—Mamá no lo sé. Luis está modorro y Ana se ha caído y le sale sangre por la nariz.
El médico se acabó un vasito de coñac, cogió su maletín y dijo:
—¡Vamos!
Los tres tenían gripe. Le dio a papá una receta y le dijo que el practicante les pinchase. Papá me mandó a comprar las inyecciones y a que avisara al practicante, que era el peluquero.
—¿Y el desayuno? —Me miró y salí corriendo otra vez. Fui a la farmacia y luego al peluquero, y le pedí que fuese pronto a pinchar a mi madre y mis hermanos. Le di las inyecciones y fui a la panadería y la lechería. Como no llevaba jarra, me prestaron una. Lo dejé todo a deber, porque tampoco llevaba dinero. En la calle, me eché un trago de leche y me comí el coscurro de la barra de pan mientras canturreaba: "Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad..."
Cuando volví ya se iba el practicante. Papá calentó leche y, mientras tanto, hizo tostadas. Yo le avisé de que la leche había que hervirla primero, pero me callé porque me miró con la misma cara otra vez. Me puso un tazón en la mesa, lleno de leche caliente, y una tostada, y el resto lo puso en una bandeja y subió a dárselo a mamá y a mis hermanos. Yo volví a echar mi leche al cueceleches y vigilé atentamente a que empezara a hervir. La leche subía por el tubo del centro espumeando y volvía a caer dentro del cueceleches. Así ya no se salía la leche, ni se pegaba a la cocina ni olía a leche quemada, ni se apagaba el butano y podíamos explotar. Mientras me comía la tostada con miel, esperé a que hirviera un poco, apagué el butano y cerré la llave. Subí a ver a mamá, pero papá me dijo que me quedase abajo o me contagiaría. Entonces pensé que papá había subido y, si se contagiaba, yo tendría que ocuparme de todo. La cocina estaba caliente porque papá había encendido la estufa de butano. Me gustaba mirar cómo de vez en cuando una llama más azul se extendía por la rejilla y provocaba un chisporroteo. Miré a ver qué había traído mamá para comer y qué había en la despensa. Cuando bajó papá con la bandeja, le dije que para comer había pollo guisado y que podía pelar patatas y partirlas y comer patatas fritas y pollo. Me miró con la cara del papá que me quiere y sabe que su hija es lista y dijo:
—Bien.
Como no teníamos mucho que hacer los dos solos, decidimos comer pronto. Aunque habíamos desayunado tan tarde por todo el jaleo, en realidad no era demasiado pronto para comer. Así que yo me puse a pelar patatas y papá me dijo:
—No te cortes, ¿eh?
Pelé las patatas y las partí con muchísimo cuidado. Si papá se había contagiado y yo me cortaba y moría desangrada, todos morirían. Tardé mucho por eso y porque no tenía nada de hambre, pero por fin acabé. Papá puso la sartén a fuego fuerte y el pollo también, a calentar en una cacerola. Yo fregué las cosas de la bandeja y la preparé para subirles la comida a los enfermos. Papá echó las patatas al aceite humeante. Todo saltó (él también, gracias a eso no se quemó) y la cocina se puso toda perdida de aceite. Lo recogí con la fregona. El pollo empezó a quedarse sin jugo y a oler a socarrado, así que apagué el fuego. Por arriba debía estar frío todavía. Papá sacó las patatas del aceite, partió el pollo en trozos e hizo dos viajes para subir la comida a los enfermos.
Volvió a bajar y me guiñó un ojo:
—Desastre total. El pollo no es pollo, es el pavo que había que cenar esta noche. Había que haberlo calentado en el horno.
"Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad", pensé yo.
—Además, dicen que no tienen hambre.
—Yo tampoco, la verdad —contesté.
Aún así, mordisqueamos las patatas fritas, que estaban crudas por dentro. Luego yo recogí todo, puse el pavo en la bandeja del horno y fregué los cacharros sucios. El suelo, como ya le había pasado la fregona húmeda al recoger el aceite, no lo volví a fregar. Estaba brillante y resbaladizo, como los suelos de los palacios. Papá se llevó la estufa de butano al comedor y sacó el tablero de ajedrez. Yo, rápidamente, cogí mi libro de Los siete secretos. Odiaba que papá quisiera jugar al ajedrez conmigo. Yo había entendido bien los movimientos de las fichas, pero me aburría mucho pensar las jugadas que se harían después según qué ficha moviera.
La luz se fue yendo poco a poco. Empezaba a costarme leer cuando me acordé de que no había puesto el belén. Busqué las cajas, extendí las arpilleras y las montañas de corcho, coloqué el portal y el río, y los árboles y el musgo. Cuando estaba echando la harina, se oyó un grito fortísimo desde el cuarto donde estaban Ana y Luis. Ana estaba sentada en la cama, como si viese fantasmas. Luis la miraba entre los párpados medio cerrados. Mamá apareció tambaleándose, en camisón y zapatillas. Papá la mandó a la cama e intentó calmar a Ana, que señalaba a la pared y decía cosas ininteligibles. Papá me mandó llamar otra vez al médico. Cuando volví con él, nos enseñó a poner paños de agua fría en la frente de los enfermos para bajarles la fiebre. Nos dio también unas pastillas para que se tomasen después de cenar. El practicante volvería por la mañana a ponerles más inyecciones.
Al poco de irse y a pesar de los paños, deliraban los tres. Nos turnamos para atenderlos a todos. A la hora de la cena, papá encendió el horno. Saltó la luz. Papá apagó un solthermic, arregló los plomos y puso el pavo a calentar. Yo puse mesa para dos y preparé las bandejas. Primero les dimos la cena y su pastilla a los enfermos. La pastilla hizo efecto enseguida, les bajó la fiebre y se quedaron dormidos. Luego cenamos papá y yo un poco de pavo reseco y turrón. Yo canté:
—Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, saca la bota María que me voy a emborrachar.
Papá me cogió en brazos y bailó conmigo mientras cantábamos todo el villancico. En el belén no había personajes, era un paisaje vacío. Luego me subió al dormitorio, me ayudó con el pijama y me arropó y me dio un beso. Yo canturreé, bajito, el villancico hasta que me quedé dormida.


5 comentarios:

  1. ¡Que cosa más tierna, por Dios! Aquellos soltermic que hacían saltar los plomos y hoy hacen saltar las lágrimas y vacían las carteras... muy bueno, señorita Pirandello.

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  2. Contar lo cotidiano de forma primorosa. Esperamos una Navidad que celebrar y la vida todos los planes nos los cambia.

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  3. Relato enfocado, con éxito, desde el punto de vista de una niña. Las gripes, infatigables compañeras de nuestra vida, pueden arruinarnos los planes, pero tu protagonista, a pesar de los pesares, recordará esa Navidad y el baile con su padre con felicidad.
    Felices fiestas.

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  4. ¡Qué bonito! Bueno, bonito para la niña que se acuerda ahora. Para los que estaban con fiebre no tanto. Pero el relato es bonito.

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  5. Bien escrito. Si señor (o signorina). Sincero y honesto: por lo menos no intenta seducirnos con los consabidos tópicos del amor fraternal, los deseos de paz mundial, los buenos propósitos para el año venidero, etc, etc., que de tanto abundar ya hasta aburren en el resto de relatos navideños. Espero ansioso leer otros relatos suyos. Presiento que no me defraudará, no me pregunte porqué.

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