(Finanzas
y márqueting)
El
señor Ignacio me aseguró que la aventura que les voy a contar es un hecho que
le ocurrió hace poco. Según me dijo, mientras se comía un palmo de chorizo y
media barra de pan, en el bar de Pablo, todo ocurrió en una semana del mes de
Junio pasado. Iba el hombre paseando por el barrio de las bodegas de Haro
cuando, desde el dintel de la puerta de una de ellas, una voz le llamó terca:
—¡Eh,
usted, señor! —Él se volvió a ver quien era, y vio con sorpresa a un individuo
con una camiseta del Atleti (de Madrid, naturalmente).
—¿Es a
mí? —contestó el señor Ignacio.
—Si
claro, no pasa nadie más… —dijo el de la camiseta de rayas.
—Y ¿qué
quiere?
—¿Podría
decirme si no es indiscreción si usted estudió por ciencias o por letras?
—Ni por
ciencias ni por letras —contestó mientras se acercaba al colchonero—, sólo
estudié la Enciclopedia Álvarez, hasta los trece años. Luego he vivido del
campo hasta que me jubilé.
—Pero
eso es estupendo, es usted un espíritu ingenuo—dijo el indio (rojiblanco), que
hablaba muy bien porque tenía una cultura francesa de las de no te menees—.
Pase con nosotros, buen hombre, y echaremos un trago y un bocado de lo que
haya.
El
señor Ignacio se quitó la boina y siguió al de la camiseta escaleras abajo por
el caño de la bodega. Mientras bajaban, del fondo salían unas voces de gente
que discutía acalorada. Cuando llegaron, el de la camiseta mandó callar a todos
y, con una amplia sonrisa, se dirigió a los congregados, seis mujeres y tres
hombres:
—Creo
que tengo a la persona adecuada. Ni es de ciencias ni de letras, es de la
Enciclopedia Álvarez.
—Para
servirles —dijo el señor Ignacio con una pequeña inclinación de cabeza.
—Verá
—dijo el de la cultura francesa—, somos un grupo de escritores y queremos
publicar un libro, pero como nunca nos hemos visto en estos trances, hemos
echado cuentas y a cada uno nos sale una cosa distinta. Mire, en principio,
habíamos hablado de hacer unos mil ejemplares, pero como nos salía mucho
dinero, lo fuimos bajando y bajando hasta dejarlo en ciento cincuenta, y con
eso nos salía a tres con veinticinco euros el ejemplar. Luego hablamos con Don
Ángel, nuestro contable y, después de muchos números, encontró uno que nos lo
dejaba en dos setenta y cinco, más los portes…
—Error,
un gran error, hagan por lo menos dos mil, cuantos más hagan más venderán y más
ganancia sacarán —dijo tomando una rebanada de pan sobre la que puso una tajada
de bacalao terciada y se la engulló como si nada.
—Pero
eso nos sale muy caro, ¿cómo lo vamos a pagar? —dijo una señora muy guapa, que
no se supo quién era porque todas eran guapas.
—Muy
fácil —dijo el señor Ignacio mientras terminaba de tragarse el bacalao, y que,
con la vista, ya buscaba el porrón— Tienen que hablar con un concejal de
ayuntamiento, de cultura a ser posible; son los que mejor pican el anzuelo. Le
dicen que su nombre y el del ayuntamiento saldrá en el libro y listo.
—Ya
pero el caso es que hemos consultado ya con muchos editores y, después
de ver muchos presupuestos, los números que nos salen varían, ya le digo —,
dijo otra de las guapas mientras miraba, inquieta, como el tipo aquel le metía
mano a la ensalada.
—Bueno
—dijo el hombre— yo tomaría el precio más alto que les salga y le añadiría dos
euros por los gastos de envío. Y así ¿cuánto sale?
—Seis
veinticinco —dijo un hombrecillo calvo, que estaba en un rincón, al lado de una
cuba.
—Pues
lo tienen fácil. Para redondear lo pueden poner a la venta a siete, y para que
no parezca que han redondeado lo suben a siete cincuenta, pero para no andarse
con cambios de monedas, lo dejan en ocho euros y ya está.
—Pero
eso parece una estafa —dijo la belleza rubia que estaba junto al hombrecillo
calvo. Entretanto el señor Ignacio se terminó de beber el vino de la bota y ya
se iba embutiendo medio kilo de lonchas jamón que había en un plato.
—Sí, yo
creo que es mucho —dijo el hombre que no había hablado hasta ahora.
—Y, ¿a
usted le parece un precio alto? ¡Qué raro! Me había parecido notarle un acento
catalán en la voz. ¡No sea pringado hombre, que le van a llamar el pringado del
barrio!
—Sí,
eso también es verdad —dijo el catalán con voz como de disculparse.
—Y
¿cómo lo van a titular?
—Pues
unos dicen que “Cuentos en tinta china”, Otros algo de… “después de Media
noche…”
—Nada,
bobadas —dijo el hombre mientras iba cortando un grueso salchichón en unas
rodajas como hamburguesas. Ustedes pongan algo así como: “Si no lee usted este
libro es que no tiene lo que hay que tener”. A la gente le gusta que la
provoquen. ¿No ven ustedes ese anuncio de una gran superficie: “Yo compro aquí
porque no soy tonto”? Y funciona, ¿no lo han notado?
El
hombre comía y bebía con unas ganas que asustaban un poco, les estaba dejando a
todos sin merienda.
—Y ¿qué
propaganda le van a hacer?
—Una
que hemos escrito entre nosotros. ¿Quiere que se la leamos? —se atrevió a decir
el hombrecillo calvo.
—Bueno,
dijo el señor Ignacio, mientras vaciaba un porrón que había estado lleno de
vino hasta hacía un ratito.
—“En
las procelosas aguas de Internet unos amigos…”
—Nada,
nada —cortó el de la boina, cogiendo un cuchillo y medio queso.
—Y,
¿dice usted que ha trabajado toda su vida en el campo? —le interrumpió una
guapa que todavía no había dicho nada.
—En el
campo no, yo no he tocado una azada en mi vida. ¡Del campo! Yo he vivido, ¡del
campo!” Primero como compraventa de fincas y, luego, los últimos veinte años,
como concejal de urbanismo del ayuntamiento.
El
“indio” ya no aguantó más. Lo agarró por el fondillo de los pantalones y del
borde de la chaqueta junto al cuello, y lo subió en volandas hasta la calle.
Allí le dio una patada en el culo y lo mandó al centro del camino.
—Pero
yo no solté el queso —me dijo el señor Ignacio.
El gato
de Cheshire
(Un viaje al pasado)
—Buenos días a todos. Vamos a dedicar
la clase de hoy a exponer los trabajos que habéis estado preparando desde
principio de curso. Espero que todos los hayáis terminado. Cuando acabéis con
vuestras exposiciones, hablaremos de nuestro proyecto literario.
La dulce voz de la Signorina
Pirandello —así se llama nuestra tutora, la mejor que podíamos tener— se
escuchaba nítida a través de los mini altavoces SUPERSOUNDTECH incorporados en
los smartablets de última generación que, los alumnos del curso de Creación
Literaria a distancia, utilizábamos desde casa para las clases. La Signorina
era descendiente directa del gran Luigi Pirandello, y llevaba la escritura en
la sangre. Autora de numerosas obras muy conocidas en el mundo literario,
destacaban, por encima de todas, sus novelas, varios libros de relatos, y
algunas antologías poéticas.
—No os olvidéis de poner la fecha en
vuestros archivos. Por si alguien no sabe aún a qué día estamos hoy, os lo
recuerdo a todos: hoy es jueves, veintinueve de febrero de dos mil cincuenta y
seis. Hacedlo antes de que se os olvide y me toque como siempre repasar la
fecha de cada uno de los archivos. Y no será porque no os lo explico alto y
claro, cabecitas locas.
—¡Uy!, menos mal que nos lo has
recordado, profe, con lo despistada que soy —dijo Tornado Celeste, la alumna
más seria, trabajadora y responsable de la clase, quien, con gran maestría y
aplomo, abrió con su exposición el turno de intervenciones. Habló de literatura
fantástica y de terror, y de su relación con el subconsciente. Por supuesto que
fue ella quien sacó la mejor nota.
A Tornado Celeste la siguió el Pringao
de la clase, capaz de dejar boquiabiertos a todos los compañeros con sus
inquietantes y lascivos relatos, como de hacerse el remolón con algunos de los
trabajos que se le encargaban. Su pasión por el fútbol le quitaba mucho tiempo
para el estudio. Era muy forofo de un equipo vestido de blaugrana, que había
dominado el universo futbolero durante dos décadas. Pero con el paso del tiempo,
una mala gestión interna, con varios desafortunados traspasos por un lado, y el
abandono progresivo de la política de cantera, por otro, hizo que el club
bajase a segunda división, de la que volvió a subir hace tan solo dos años.
Después fue el turno de la Reina de
Corazones, quien disertó sobre literatura y simbología del fascismo, leyendo
algunos relatos a modo de ejemplo. El más célebre era sin duda el que hablaba
de unas botas militares pertenecientes a un incondicional del régimen fascista
que había gobernado el país por espacio de cuarenta años, dejando tras de sí
una serie de ramificaciones que se habían prolongado durante unas cuantas
décadas más.
Luego llegó la exposición de Cronopio sobre
poesía mediterránea de finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno. Como
gran poetisa que era, recitó varios poemas que hablaban de mágicos continentes
sumergidos, de sirenas bellísimas, de nueras arpías y del drama de la vejez.
Otro alumno poeta, Vicky el Vikingo,
también conocido como el Gato de Cheshire, fue el siguiente en el turno de
exposiciones. Habló de poesía riojana, de paisajes con girasoles y de novelas
detectivescas por entregas, de las que era un gran especialista. Al igual que el
Pringao, era un gran forofo futbolero, aunque el equipo de sus amores, que iba
todo vestidito de blanco, no pasaba por sus mejores momentos. De la misma
manera que el equipo blaugrana, la pésima gestión económica —pagaba precios
desorbitados por jugadores que solo venían para ganar mucho dinero y después
emigrar a otro club que les pagase aún más—, junto a un deterioro constante de
su imagen, le habían conducido a la ruina financiera y había estado a punto de
desaparecer. Después de varios años también en segunda división, subió a
primera gracias al apoyo económico del poder político-financiero, salvándose
así de una inminente bancarrota. Desde entonces, se había convertido en un club
que aparecía más en las revistas del corazón y del glamour global que en la propia
prensa deportiva. ¡Y seguía sin ganar la décima!
El siguiente alumno en exponer su
trabajo fue el Love, gran ornitólogo, además de filólogo y experto en guerras,
de las que habló durante bastante tiempo y desde el punto de vista de la influencia
que tuvieron en la novela y el relato épicos a lo largo de la Historia.
Después intervino Fini, una compañera
a la que conocíamos poco, pues sus obligaciones laborales en el campo le
impedían participar todo lo que deseaba. Tenía mucho mérito de poder estudiar y
trabajar al mismo tiempo. Fini disertó sobre literatura esotérica y del más
allá, y también sobre literatura nutricional y ecológica.
A esta la siguió Sol, quien hizo toda
una disertación sobre el apocalipsis y sus consecuencias para el hombre, al
tiempo que intentaba encontrar respuestas a los interrogantes de la vida.
A continuación llegó el turno de Lucero
del Alba, a la que algunos problemas de salud también
impedían participar con más asiduidad. Centró su exposición en cómo desarrollar
relatos breves y micros a partir de lo cotidiano, dándoles un toque de realismo
mágico.
Luego intervino Mau, a quien sus
múltiples giras artísticas por toda la geografía nacional y parte del
extranjero dejaban muy poco tiempo para seguir las clases. Gracias a los
innumerables esfuerzos de la Signorina Pirandello, que le apoyaba y motivaba en
todo momento, Mau no abandonó sus estudios y pudo estar presente el día de las
exposiciones de los trabajos individuales. Nos leyó historias sobre viajes
interiores. También nos habló de literatura científica y de física cuántica.
Y por fin llegó mi turno. Me llamo Michel,
pero los colegas me llaman el franchute, por mi estrecha relación con la
cultura francófona. Tengo raíces quebequenses por parte de mi abuela, quien
había conocido a mi abuelo en un viaje por Europa, en Suiza concretamente, y
después de casarse con él se vino a vivir a España. Mi fuerte adicción a los
viajes y, sobre todo, a las chicas y a la música, hacía que mi cabeza estuviese
siempre ocupada en menesteres muy diferentes de los que realmente tenía que
ocuparse. También el fútbol hipotecaba buena parte de mi tiempo. Jugaba en el
equipo de la facultad, del que era capitán. Y era un gran forofo indio y
colchonero. Tenía la suerte de que, desde hacía varios años, mi equipo era el
que más títulos había ganado en el mundo y un ejemplo a imitar por los otros
clubes. Había apostado firmemente por la cantera y a largo plazo esta filosofía
trajo sus frutos. ¡Qué felicidad! Los otros equipos, los ricos, durante mucho
tiempo habían sembrado vientos, y las tempestades acabaron por llegar.
Mi exposición giró en torno al mundo
de la edición, que tanto había cambiado en los últimos años. Un gran abanico de
posibilidades se había ido abriendo a todos los escritores noveles e inéditos
que querían dar a conocer sus obras, y aunque cada vez se imprimía menos en
papel, cualquier autor que se preciase aspiraba a ver sus trabajos impresos en
un libro con sus correspondientes hojas de papel. Y por supuesto, las enormes
posibilidades que ofrecían las nuevas tecnologías, constituían una inmensa
fuente de promoción para los autores.
Para ilustrar el tema, me ayudé de un
viejo libro titulado “Cuentos en tinta china” (Primera antología de cuentos del
Corral de las Palabras). Había sido escrito por diferentes autores e ilustrado por
un gran artista plástico, cuyos dibujos habían inspirado todos los cuentos del
libro. En este había participado, con un cuento, mi bisabuelo paterno, cuya
vida se había desarrollado en su mayor parte en la época de la posguerra.
Republicano como la mayoría de sus colegas, siempre tuvo que tener mucho
cuidado con lo que decía o escribía. Estaba claro que el libro no podía salir a
la luz sin pasar antes por múltiples vicisitudes, censura incluida. Pero la
ilusión y el empeño que todos pusieron en el proyecto fueron más fuertes que
cualquier barrera y al final consiguieron llevar a buen puerto su bello sueño.
Fue todo un ejemplo de perseverancia y de determinación.
Afortunadamente, mi bisabuelo conocía
una imprenta clandestina, conocida como “Imprenta Balbino”, con cuyo
propietario, el tío Balbino, como él le llamaba, había luchado en el bando
republicano durante la guerra civil. Al acabar esta, continuaron siendo amigos
y colaborando en contra de la represión del régimen fascista. Habían organizado
una resistencia política y social, y fueron muchos los panfletos impresos allí que
habían sido utilizados en la lucha contra el opresivo régimen.
Como los autores del libro no tenían ni
la posibilidad ni los medios de publicar el libro a través de las editoriales
de la época, lo hicieron en la imprenta clandestina de Balbino, situada en un
pueblecito ganadero de la sierra noroeste de Madrid. El presupuesto final había
ascendido a unos ciento ochenta duros de aquel entonces. El tío Balbino únicamente
les cobró por la tinta utilizada. Pudieron imprimir cincuenta ejemplares, pero
eso fue solo el principio. La impresión no fue fácil, pero después de algunos
intentos fallidos, el libro por fin vio la luz un dos de marzo de mil
novecientos cincuenta y seis, justo el día en que nació mi abuelo paterno. Se
puede decir que ese día, mi bisabuelo tuvo dos hijos, mi abuelo y el propio
libro. Ese mismo día, plantó un ciprés en el pequeño jardín que había delante
de su casa. Años después, la magnífica antología de cuentos del ya célebre
grupo literario “El Corral de las Palabras”, se convirtió en todo un
“bestseller”.
Y hoy, día veintinueve de febrero de
dos mil cincuenta y seis, solo quedan dos días para que se cumpla el primer
centenario de la publicación de “Cuentos en tinta china”, y como homenaje
entrañable, toda la clase, con nuestra querida tutora al frente, hemos decidido
escribir un libro de cuentos inspirados en los impresionantes dibujos de otro
gran artista, el padre de nuestra admirada compañera la Reina de Corazones.
Creo que lo titularemos “Cuentos en tinta china II” (Homenaje a la primera
antología de cuentos del Corral de las Palabras).
Después de pedir varios presupuestos,
hemos encontrado algunas opciones interesantes para publicar en papel, y
también hemos decidido hacerlo en la Red, para que nuestras historias puedan
llegar hasta el último rincón del planeta.
¡El bello sueño continúa!
Michel de Bergerac
LIOFILIZACION
—No y mil veces no. ¡Nosaltres no
som d’eixe món! —vociferaba Cronopio con el puño derecho alzado y cerrado,
encaramada sobre una hilera de cubas de vino y con los ojos arrasados en
lágrimas—. Si hemos de morir en el empeño, ¡lo haremos!
Todas las mujeres al unísono
rompieron en aplausos mientras los hombres se miraron unos a otros y empezaron
a recular, aplaudiendo también, para disimular.
—¡No nos dejaremos vencer por el
editorial-capitalismo-oligárquico! —rugía como una posesa Fini, que atrajo
todas las miradas de los presentes, en cuyo semblante se leía: “¿Esta es
nuestra Fini?”.
La Signorina Pirandello, siempre
atenta a manejar el cotarro, se dirigió a los hombres que ocupaban un lugar discreto
al fondo de la bodega:
Y vosotros, ¿no decís nada?
El gato de Cheshire levantó la mano
llamando la atención de un mozo:
—Otra de queso —le dijo.
Con la respuesta de Josema, los
demás masculinos del grupo, consideraron subsanada su intervención.
—Yo quiero hablaros de mi
experiencia como librera —dijo Sol, con el suave acento mendocino, del que
hacía gala para llamar la atención.
—Sí, sí, que hable Sol —alzó su voz
entre el griterío Tornado Celeste, a la que sus compañeros, a sus espaldas,
llamaban “la cabezona” por lo terca y tenaz que era en todas sus cosas.
Sol, una vez hecho el silencio,
dijo:
—Editar una antología, exige lo
mismo que el océano al barco. No basta con izar las velas y esperar a que el
viento sople. La acción del viento debe de ser controlada y dirigida formando
el oportuno ángulo entre la derrota y la línea de crujía.
Todos menearon la cabeza asintiendo,
llevándose a la vez los vasos de vino a los labios, en señal inequívoca de que
no tenían ni idea de lo que estaba diciendo la chica.
—Escribir… —continuó la mendocina— puede
escribir todo el mundo. Publicar… ya es más difícil, pero podemos
autoeditarnos, para darnos a conocer. Que se distribuya nuestra obra… dependerá
de nosotros, pues no contaremos con nadie que nos apoye ¿¡Estáis dispuestos a
superar esta tormenta y a llevar vuestras ilusiones a buen puerto!? —terminó.
Todos dijeron que sí y gritaron
¡bravo!, menos Michel, que se había atragantado con un pedazo de morcilla
malagueña. Love le dio unas palmaditas en la espalda, para que se recompusiera.
Colorao como un tomate, por efecto de la tos, soltó a destiempo un debilucho
“bravo”.
La Reina de Corazones le extendió la
mano a Cronopio, para que la ayudara a subir a las cubas de vino, pues quería
hablar. Al estirarla hacia arriba, la levantina cayó desde lo alto del tonel y
las dos rodaron por el suelo, siendo pronto auxiliadas por las demás damas que
eran las que se encontraban más cerca.
La Signorina les ofreció de
inmediato a cada una un vaso de vino para que se reanimaran. Ya calmadas, La
Reina, de un salto se encaramó a una tina y dijo:
—Tenemos que decidir, el título, el
número de ejemplares, el precio, si lo vamos a vender o es solo para nosotros,
cuantos ejemplares quiere cada uno, cuantos cuentos vamos a escribir, cómo lo
presentaremos, etc. etc.
“El pringao”, con unos rosetones enormes en
las mejillas de tanto rioja, la nariz roja, los ojos semiabiertos y arrastrando
las palabras dijo:
—Xo me encargo —hip—, del etc. etc.
—Y volvió a sentarse, abrazándose a Love, el informático-ornitólogo, que ya
estaba cantando “Asturias Patria querida”.
La intervención en el debate del pringao, hizo que otros hombres
se animaran a tomar la palabra. Mau, que regresaba de una gira europea por
todos los Institutos Superiores de Investigaciones Científicas, realizando
conferencias divulgativas, dijo, apoyándose en una columna del fondo de la
bodega.
—Mi amigo Matías y yo estamos oyendo
todo lo que decís y nos solidarizamos con todos y, si la policía no lo impide y
el psiquiátrico tarda en regresarme a mis aposentos, yo también quiero colaborar
con un cuento.
—¡¡¡Bien!!! —aplaudieron todos, ante
el regreso del niño prodigio del grupo.
Tras sus palabras, el niño prodigio
se sentó junto a los demás hombres y empezó a darle a los tacos de jamón y al
vino, por partida doble claro, pues engullía para él y para su amigo Matías, a
quién nadie lograba ver.
—Tengo una idea —dijo encaramada a
sus tacones, la Signorina Pirandello. Todos guardaron un respetuoso silencio,
pues la moza zaragozana les hacía todos los trabajos de maquetación del libro y
le estaban agradecidos y no querían que se cabreara, pero al mismo tiempo la
temían, porque seguro que les iba a dar algún trabajo. Y una cosa era dedicarse
a la dolce farniente de crear literatura sublime, y otra, arrimar el hombro.
—He puesto en unas papeletas todas
las cuestiones que la Reina de Corazones decía que debíamos acordar. Las voy a
repartir y cada uno votará las opciones que crea convenientes. ¿De acuerdo?
Los presentes asintieron y cuando
recibieron cada uno su papeleta, tuvieron que esperar por turno a que Love les
prestara su bolígrafo para rellenarlas, pues todos escritores, todos
escritores, pero ninguno más tenía ni un mísero lápiz: escribían con ordenador.
Al cabo de una hora, se comenzó la
lectura del escrutinio de las papeletas borrosas, pues la mayoría estaban
manchadas de chorizo de Cantimpalo.
Los participantes habían puesto toda
su cordura y seriedad en contestar al cuestionario, pues en ello iba el éxito
de la antología de cuentos que pensaban editar.
Así se decidió que el título sería
“Cuentos en tinta china” y debajo, como subtítulo “Primera antología de cuentos
del Corral de las Palabras”. Lo de “primera” se discutió bastante, pero Lucero
del Alba, que despertaba de una feliz siesta, arguyó que a la primera peli de
“Torrente”, se le llamó “Torrente I” y tuvo una buena secuela de películas. Así
que eso daba suerte.
Aliviados por no tener que volver a
realizar la votación, todos se mostraron de acuerdo.
—Gambas ¿hay? —preguntó Mau—. Es que
Matías es de secano y le hacen ilusión los Parapenaeus longirostris.
El camarero no se hizo esperar y
trajo las gambas y más queso, adelantándose a los deseos de Josema.
Al dar el resultado de cada
cuestión, siempre había alguien que había votado en lugar de una de las
opciones propuestas, “Lola Flores”. Ante ese anuncio, los demás miraban de
soslayo a Lucero y a Tornado que se reían por lo bajini, ocultando su boca con
la mano.
Pero había una orden más de la signorina…
Estaban de acuerdo en que el éxito solo va delante del trabajo en el
diccionario, pero también estaban impacientes. Se dijeron a si mismo que los
resultados de su éxito o su fracaso, no se conocerían hasta pasados cinco
años...
—Pero. ¿Cuál era la orden de la signorina?
—pregunta la lectora del Blog.
—Espera… —le contesta el narrador.
La signorina Pirandello levantó el
dedo índice de la mano derecha y advirtió:
—¿Verdad que no queremos esperar a
saber si hemos tenido éxito o hemos fracasado?
—Nooo, queremos saberlo ya
—contestaron los asistentes mirando para todos lados, por ver si había venido
el Pitoniso Pito, a adivinar el futuro.
—Maurice ya me ha pasado su cuento
—dijo la signorina, arreglándose el escote—. Tenía unas pocas faltas, pero ya Tornado
Celeste lo ha revisado trescientas veces —continuó—. Si aprieto esta tecla… la
maqueta correrá hacia la editorial y comenzará todo el proceso…
—¿Y la orden? —insiste la lectora
del blog.
—Ya va, ya va — la calma el
narrador.
—¡Pulsa pulsa! —gritaban. Parecían
una secta.
La signorina pulsó y los destinos de
todos corrieron por el éter. Sus ilusiones, sus fracasos. La historia de sus vidas
pasó por todos ellos.
—¿Y la orden?
—Joo, pesá, a ti no te vendemos el
libro: por plomo.
—Pues devuélveme los cien euros que
te he prestao para la edición.
—Jejeje. Era una broma…
Las seis mujeres se abrazaron por
los hombros y se plantaron ante los cinco hombres que, sobrecogidos, se tomaron
también por los hombros, aunque con algún traspiés, motivado por la ingesta
alcohólica.
—Las mujeres —anunció Pirandello
solemne—, como somos mayoría, hemos decidido que, para no tener que esperar a
conocer el resultado de nuestro éxito o fracaso, vamos a liofilizarnos y
seremos despertados dentro de cinco años.
Los hombres salieron corriendo
escaleras arriba, tropezando unos con otros mientras ellas se reían y cantaban:
Los
estudiantes navarros
cuando
van a la posada
chimpun
piden
pan y vino
chorizo
y jamón
y un
porrón…
Por el
sosias del Pringao del Barrio
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