miércoles, 17 de septiembre de 2014

A CONCURSO: 11 - Bien de pueblo, por Edidelyi



Claudio se sentó sobre la piedra. El sol caía a plomo sobre la ciudad y el río era el único lugar donde se podía estar. Su Madre había muerto hacía unos meses y nadie de la familia quedaba ya en aquel remanso de su infancia. Pasadas las seis de la tarde caminó hacia el centro de la ciudad en busca de alguien o de algo que lo acompañara.
En una mesa del Sorocabana vio la inconfundible silueta del Zorrito.
No era posible imaginar aquel café sin la figura del flaco.
Cuando la dictadura desató en el país su feroz represión, los primeros sospechosos fueron los intelectuales, los trabajadores, los hombres y mujeres más sencillas y tiernas.
Combinada su vida entre el Sportsman, las interminables charlas en el café, y el privilegio mal mirado por los mediocres del pueblo de recibir cada viernes el semanario Marcha, que daba pié a su pasión por ver el mundo en todo su ancho, asomando su mirada por encima de la apacible soledad a la que el pueblo invitaba.
Charla va, charla viene, la historia aquella tan extraña volvió entre risas.
El Hugo había entrado en la Policía. Después de andar de casa en casa con aquél aire de seductor que él mismo había creado, los deberes familiares y cierto cansancio por no poder entrar en el círculo de clase alta con alguna fulana de esas, se casó con la muchacha que lo amaba y tuvo que afrontar la cosa de acuerdo a su cuna.
Desde el golpe de estado, el ejército había tomado el control de las operaciones antisubversivas. La policía debía colaborar. La patria estaba a merced de bandas de muchachos y muchachas en busca de libertad y de un mundo más justo. La subversión quería cambiar el statu quo. ¡Vaya terrorismo!
Cubierta por los visillos de los altos ventanales de la casa, Dulcinea observaba la extraña actitud del hombre que detrás de un árbol de la vereda de enfrente miraba hacia su casa. Con humor y algo perturbada, comentó a sus hijas la extraña situación. Ella era una devota práctica y sus visitas a la Parroquia San Pedro la hacían sospechosa. El cura Villa había sido detenido y confinado en la Base Aérea Nº 2 por presuntas connivencias con los subversivos del pueblo. Nunca pudo el cura recuperarse de las terribles palizas y torturas a las que fue sometido. Muy habilidoso en el fútbol, cuando el partido era por algo, jugaba de sotana y no había Cristo que pudiera sacarle la de cuero enredada en la toga negra y respetuosa del Padre Villa.
La imaginaria frente a la casa de mi madre era una provocación más de los militares.
El Hugo vestido de milico era otra persona. Salvo la anchura de su risa que repleta de blanquísimos dientes lo delataba. Cuando podía se aparecía por el Plaza vestido de civil y aunque conservaba su buena pinta de cajetilla, ya no era el mismo.
Claudio se sentó en la mesa que ocupaba el Zorrito después de darle un apretado abrazo. Pidió un medio y medio, con bastante hielo.
Todas las noches después de dejar el trabajo en el supermercado, el flaco tomaba Manuel Oribe para abajo y tomaba por la 14 después de cruzar la vía del ferrocarril, rumbo a Flores. El día anterior se había quedado con la duda, pero la sombra que a una cuadra lo seguía esta vez lo puso nervioso. Apretó el paso y cuando cruzó la vía se perdió en la sombra y no sintió pasos ni ruidos. Estaba en el medio del campo. No había casa ni luz alguna. Siguió hasta la chacra del amigo a unas dos kilómetros del pueblo y sin comentario, entró por el fondo, pasó por el cuarto de los gurises y se acostó en el colchón junto a la cocina que la doña le dejaba preparado.
Esto sucedía día tras día. Hasta que una noche esperó a su sombra y ¡vaya sorpresa! Era el Hugo que también asustado le dijo: -perdóname Zorrito, pero ¿adónde vas?
-A lo de Guille.
-Está bien, andá tranquilo. Es que me dieron la orden ¿sabés?

1 comentario:

  1. El contenido, en este caso, es, si no mejor, al menos si más importante que el continente. Las últimas dictaduras del cono sur latinoamericano, se uniformaron por la misma tristeza del terror en la población civil, por las delaciones, por ese encogerse de hombros que significa en todo tiempo la "obediencia debida". El relato, pese a estar bien escrito, ha incorporado a mis neuronas el fracaso de la hilación de la historia, sin saber dónde meter a Claudio. Pero da igual, bienvenido y felicidades a este concurso.

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