lunes, 15 de septiembre de 2014

A CONCURSO: 10 - Allende los mares, por Arcangel



EN UN PUEBLO ALLENDE LOS MARES:
         Transcurría el 1910;  una mañana de diciembre, con el frío y la humedad calándole los huesos, partió Venancio de un pueblito de Galicia, rumbo al puerto, con una maleta de cartón que contenía pocas pertenecías y muchas ilusiones. Ilusiones de poder ganar dinero en las Américas para así ayudar al sustento de su familia, que como todos los pobres, estaban escasos de bienes pero abundantes en hijos; eran 12, de los cuáles ya algunos habían partido del hogar. El mayor, rumbo a México, la segunda se casó muy jovencita con un vecino de la aldea,  dos de las niñas fueron al convento de  monjas. Tocaba ahora el turno de partir a Venancio, quién tenía ilusión,  y Antonio, su amigo, que ya lo había hecho y le escribía entusiasmándolo a que con solo 17 años decidiera abrir nuevos horizontes allende los mares. Dejando atrás a sus padres, humildes  campesinos y a los hermanos  pequeños que aún necesitaban ayuda.
            Él escogió Cuba; a su amigo le iba bien allí pues tenía trabajo, se mantenía y enviaba algunas perras a su familia en la aldea. Antonio vivía en Oriente, con buen clima, alegre música y gentes acogedoras.  Venancio fue a parar a Manzanillo, puerto de mar con un floreciente comercio, porque atracaban barcos mercantes a cargar mercancía.
            Empezó trabajando en un almacén de víveres, Suárez y Co., de un asturiano emigrante, quién le brindó empleo en el almacén y un humilde cuarto en el fondo. El mismo contenía una cama, con más semejanza a un catre, una mesita de noche y un escaparate de dos lunas; una parte se abría y tenía tablas para poner la ropa interior  y otras pertenencias; en la otra había una barra para colgar las pocas prendas de vestir que quedaban holgadas en el espacio: A un lado, casi saliendo del cuarto había una mesa de madera, sobre ella una pequeña hornilla de gas y dos platos, que con los cuatro cubiertos que había en la gaveta, formaban un pequeño comedor, con facilidades para colar un cafecito por la mañana. Costumbre muy cubana, pero que al añadirle unas gotas de coñac, cambiaba de nacionalidad al convertirse en el típico carajillo, que reconfortaba en los días húmedos  y animaba para comenzar la faena diaria, tan temprano como las seis de la mañana. A esa hora llegaba la mercancía al almacén, que él tenía que descargar y acomodar, para poder atender a los parroquianos que comenzaban a comprar a las ocho de la mañana. El almacén cerraba a las seis de la tarde, aunque él continuara faena hasta las ocho de la noche.
            Había en el barrio un humilde quiosco que manejaba Pepa, quien también había emigrado con su esposo fallecido por paludismo al poco tiempo de llegar. Quedó sola, al no tener descendencia, por lo que trabajaba en un pequeño negocio vendiendo prensa, caramelos y chucherías para los niños de un colegio cercano, más billetes de la lotería. Para los billetes contaba con una nutrida clientela entre los españoles amigos, que como no podían abandonar el trabajo para ir al quiosco, ella  les llevaba el billete el viernes, vísperas del sorteo.
            Su paisano Venancio, su amigo y coterráneo era uno de sus acostumbrados clientes. Ella lo visitaba muy temprano antes de que abriera el negocio, y se reunian en su cuarto a compartir el carajillo matutino que tanto disfrutaban mientras hacían cuentos del terruño, llenos de nostalgia y algunas veces con tristeza.  Es el destino del emigrante,  siempre termina en “ar” añorar, soñar, trabajar y suspirar.
            Venancio no tenía tiempo de salir a divertirse, por lo que empleaba su dinero con gran fe todos los sorteos, comprándole un billete entero de la lotería, al cual siempre le faltaba un décimo, con el que se quedaba Pepa,  uno de cada billete que vendía, invirtiendo en ilusiones lo que podía ganar con la venta.
Pasaron así los años, ganándose Venancio la confianza del patrón, quién algunas veces lo enviaba a Santiago de Cuba a gestionar en otros almacenes la compra y envío de ciertas mercancías, sobre todo los turrones en época navideña.
En el mes de noviembre de 1920, fue Venancio a Santiago de Cuba por tres días, regresando un domingo, pasaron varios días hasta que preguntó por Pepa, pues no había estado el viernes anterior, por lo que no pudo comprarle el billete, pero le extrañó  que no hubiera vuelto a visitarle como era costumbre.
Se llevó una gran sorpresa cuando le informaron que Pepa se había regresado a Galicia porque se había ganado  el premio gordo de la lotería en el sorteo del sábado anterior. El premio ganador fue el  6893. Venancio  tragó en seco, ese era el número que llevaba años jugando él, era su fecha de nacimiento seis de agosto de 1893. Dos sentimientos afluyeron a su mente:  primero, la alegría de saber que el azar había tocado las puertas de su amiga, cumpliendo  su sueño, segundo, la tristeza que por estar él ausente no fuera él también participe de esa gran suerte. Pero aparentemente el destino, azar o como quieran llamarle no estaba de su lado, así que dejó de pensar en eso y siguió faenando como de costumbre, de sol a sol.
Llegó la Navidad, que pasó sólo en su habitación, porque la noche antes, Nochebuena, había salido después del trabajo con su amigo Antonio a comer lechón asado, frijoles negros, arroz blanco y yuca, en casa de una familia cubana que eran clientes del almacén donde trabajaba, quienes al saber que estaban solos, los invitaron a que participaran de la cena familiar. Él aportó los turrones españoles que vendían en el almacén y una botella de Marqués de Riscal, vino muy conocido; su amigo llevó  una botella de sidra El Gaitero y otra de Domecq, para hacer “España en llamas”  bebida muy conocida en los festejos cubanos, que consistía en mezclar sidra con coñac. Lo pasaron bien, aunque no pudieron evitar la nostalgia por los que allá se quedaron.
Ese día de Navidad estaba cerrado el negocio, «¡al menos celebraban las fiestas!».  Aprovechó él la oportunidad de dormir un poco la mañana, dedicándose después a limpiar su cuarto, que con el trabajo excesivo tenía desordenado.
Abrió el escaparate, sacando toda la ropa de las tablas para limpiar el polvo y acomodarla de nuevo, gran sorpresa se llevó cuando al levantar los seis calzoncillos que tenía, vio en el fondo un sobre con su nombre;  al abrirlo no pudo contener la emoción y dio un grito. “¡Dios mío, aquí está el billete!” exclamó emocionado sin dar crédito a lo que veía, pero allí estaban sus noventa y nueve fracciones del billete premiado con cien mil pesos. ¡El azar también  había tocado a su puerta!.
En aquella época esa cifra era una fortuna; de hecho Pepa con sus  mil pesos, que también eran bastante, se fue de regreso a su patria. Ella había ido ese viernes al almacén a buscar a Venancio y cuando le dijeron que estaba de viaje, fue al cuarto, dejando los billetes escondidos debajo de la ropa, pues estaba segura de que al regreso se los pagaría. Confiaba en su amigo que había sido  un cliente fijo para ese número todas las semanas durante muchos años.
Con ese dinero fue Venancio a España, las primeras vacaciones de su vida; llevó regalos para todos, haciendo una generosa aportación a sus padres para mejorar la humilde casa en donde habitaban, ya que los hermanos iban creciendo y requerían de espacio extra en donde dormir separados las niñas de los niños.
Regresó al mes a Manzanillo, allí compró un local muy bien situado; él conocía bien ese mercado y abrió su propio almacén de víveres, el cual tenía una casa al fondo con todas las comodidades: baño adentro, cocina con espacio para comedor, sala y dos habitaciones dormitorios
Al poco tiempo contrató para que le atendiera el hogar y le cocinara a una empleada doméstica; era una mujer joven de la raza negra, muy eficiente, prudente y bien educada. A pesar de sus raíces humildes, tenía una gran educación y sabía comportarse y guardar  bien las apariencias. Su nombre, Juana Vega.
Juana estuvo al servicio de Venancio, hombre honrado y trabajador, que le llevaba unos diez años de edad, lo que no impidió que se enamorara de la muchacha y ella pasara de empleada doméstica a acompañante, sin haberse casado con el hombre, con quien procreó tres niños,  que aunque tratados como hijos, nunca fueron reconocidos legalmente por él, llevando el apellido de  la madre, Vega.
            Eran dos niños y una niña. El mayor, Marcos, muy amistoso a quién le gustaba la gente y conversaba con todo el mundo: Era un mulato fuerte y tenía muy buena presencia, bonita era la mezcla de negra con gallego,  tan comentada en la provincia de Oriente, en donde decían que: “las mujeres más hermosas eran las mulatas orientales”. (En esta clasificación como gallegos, en Cuba entraban todos los españoles, sin distinguir el lugar de origen)
            Marcos desde pequeño fue buen estudiante, vivían en la parte de atrás de la casa patriarcal, a la cuál añadieron dos habitaciones más para los niños, cubriendo las apariencias, aunque de todos era sabida la relación que sostenía Venancio con la buena mujer.  Además decía un refrán en aquellos tiempos “hijo ilegitimo señala al padre” siendo evidente el parecido  que había entre padre e hijos, que aunque con piel morena tenían las mismas facciones.
            Todo iba muy bien, ya los tres hijos eran adolescentes, buenos muchachos y buenos estudiantes, cuando de repente, Venancio falleció de un infarto, dejando a la familia totalmente sola y sin medios económicos.
Juana, se mudó a Santiago de Cuba para estar cerca de un hermano que le ofreció protección cuando la vio desamparada. Allí alquiló una humilde casita cerca del Cuartel Moncada, consiguiendo la contrata de muchos militares para el lavado y planchado de los uniformes, lo cual, aunque era una labor muy dura, le dejaba dinero para sustentar a su familia.
            De hecho, gracias a eso, pudo lograr que su segundo hijo Benny (diminutivo de Venancio) a los dieciocho años, entrara como guardia al cuartel, pasando las pruebas. Con esto se consiguió una entrada de dinero más y una boca menos para mantener.
            Marcos tenía ilusiones; ya había terminado el bachillerato y quería ser veterinario; le encantaban los animales y casi era el San Francisco de Asís del barrio, pues socorría y alimentaba a cuanto animalito abandonado se encontraba en el camino. A través de las relaciones de la madre, también le dieron trabajo en el cuartel, como civil, ya que no quería ser militar; ayudaba a limpiar las cuadras,  a alimentar y a  vacunar a los caballos, en lo que con gran ilusión esperaba a que se presentara la oportunidad de hacer la carrera de veterinario.
            Pero el azar a ellos también le tenía algo deparado. Ellos lo consideraron un milagro, pues fue  algo que solo las buenas gentes pueden lograr, además de los santos del cielo, para los creyentes.
Llegó a Manzanillo a hacerse cargo del negocio un sobrino de Venancio, hijo de la hermana, llamado Alfonso Mariño Díaz, nombrado por la ley  heredero de los bienes de su tío en Cuba. Era una buena persona,  a quién cogió de sorpresa esta herencia, decidiendo venir a América a disfrutar de la misma, con el propósito también de generar fortuna para continuar ayudando a los suyos, siguiendo las huellas del tío, haciéndose cargo del próspero  negocio.
No fue hasta dos años después de fallecido el tío, que un día moviendo un buró que había en la oficina del almacén encontró en una gaveta secreta una carta dirigida “al Juez de turno” no sabía mucho de leyes,  pero como era hombre consciente buscó un abogado para que le orientara que debía hacer con ese documento.
Le explicó que era heredero de su tío que e.p.d., don Venancio Díaz, que él, al no dejar herederos directos, le habían pasado a su nombre todos sus bienes, que incluyen el almacén de víveres Díaz Incorporado y la casa residencial adyacente. También le narró como encontró el sobre que le extendía en ese momento para que el abogado lo examinara y le orientara de como proceder y si había que ir a ver al Juez que le acompañara. Él, de asuntos legales no sabía nada, pero era su interés que las cosas se hicieran bien en beneficio de todos.
El abogado le advirtió que cuando se dejaba un sobre así, casi seguro que en el interior había un testamento holográfico, o sea un testamento manuscrito sin inscribir, pero que al abrirlo delante un Juez ya era válido. Por tal motivo, se sintió en la obligación de advertirle a Alfonso que tal vez en ese sobre estarían escritas de puño y letra las voluntades de su tío.
            Alfonso le aclaró al abogado, que él no tenía nada, hasta que  heredó al tío que casi no conocía, que solo lo vio al regresar de visita a España cuando él era un niño.   Si el destino le había dado esta herencia, también el destino podía señalar a otros herederos que tal vez tuvieran más derechos a ella que él mismo. No era él quién se opondría al cumplimiento de las últimas voluntades de su tío.
Fueron ante el Juez que estaba al cargo; abrió la carta, cuyo contenido decía:  “Yo, Venancio Díaz López, mayor de edad, natural de Orense, España, estando en plena capacidad de mis facultades mentales, plasmo aquí mi última voluntad para que el reparto de mis bienes se disponga de la forma que a continuación detallo. Ante todo debo de reconocer que tuve una relación extra matrimonial por muchos años con Juana Vega, de la cual hemos procreado tres hijos, Marcos, Venancio y Juana María, a los que  no he reconocido, pero que son mis hijos.  Yo tengo una cuenta de ahorros en el Banco Nova Scotia con ciento cincuenta mil dólares(1). Es mi voluntad que ese dinero se le entregue a la Sra. Juana Vega, para que los distribuya de la siguiente forma:
Quince mil  para cada uno de mis hijos, para que puedan estudiar, o utilizar en algún negocio que les permita vivir.          El resto, que son ciento cinco mil,  son para Juana Vega, a fin de que pueda comprarse una casa en donde vivir y que tenga algo para montar un pequeño negocio que le permita mantenerse y que guarde el resto para garantizar tranquilidad económica a su vejez.
El almacén y la casa le corresponderán por  herencia a mi único sobrino en España, que se llama Alfonso Mariño Díaz, en quién confío que seguirá atendiendo como es debido a los clientes que por tantos años han visitado mi negocio y a quién dejo encargado también de velar por el bienestar de mí familia, tanto la de España como la que tengo aquí.
Para que así conste, firmo la presente el  doce de diciembre  de 1935.
Muy satisfecho se sintió Alfonso al saber que su tío había considerado a sus hijos dejándoles una fortuna, pues en aquellos años lo era.     
Investigó el paradero de Juana Vega con una vecina del almacén que la conocía de muchos años y quién la apreciaba mucho. Decidió ir a verla y así conocer a la familia heredada también de su tío. Alquiló un chofer para que lo llevara a Santiago de Cuba, y encontró la casita humilde en donde vivía. Llegó a la casa, tocó, abrió la puerta una hermosa muchacha de unos diecisiete años, trigueña de piel oscura pero con grandes ojos claros almendrados; tenía el pelo lacio y buenas facciones, impresionando grandemente al galleguito, que no estaba acostumbrado a este tipo de belleza mestiza.
            Alfonso se presentó y le pidió a la muchacha que llamara a su madre, quien llegó  sofocada del calor del patio, se acercó a Alfonso y le extendió la mano, que él le respondió con un abrazo,  invitándolo a sentarse, le comentó que lo conocía por las fotos de la primera comunión que le habían enviado al tío.
Una vez hecha las presentaciones, pasó Alfonso a explicarle todo lo sucedido con la herencia que les dejara su tío Venancio a ellos  Fue una gran emoción para la buena mujer, que nunca había pedido nada a cambio de los mejores años de su juventud dedicados a Venancio, quien quiso protegerlos aún después de su partida
            Se despidieron quedando en ponerse de acuerdo para que ella fuera a recoger al banco, con una orden judicial que él conseguiría, el dinero que le correspondía.
La  fortuna llegó al hogar de esta familia, que sin esperar nada, recibieron mucho. Gracias a ese dinero, Juana se compró una casita cerca del cuartel en donde montó un negocio de dar comida a los obreros, despachando cosas sencillas: empanadillas, tamales en hoja, arroz y frijoles, con pernil y tostones, comida típica para los hombres de campo y obreros que trabajaban en las cercanías, incluyendo algún militar que no comía el rancho del cuartel.  Marcos pudo estudiar veterinaria, Benny siguió trabajando como guardia en el cuartel.
Y Juana María, la pequeña de los hermanos, se enamoró y caso…., con Alfonso, que como buen gallego supo apreciar la dulzura y belleza de la mulata cubana, que el azar dispuso  en su camino.
           
Notas del Autor:
1)      En Cuba el peso era equivalente a $1.02, o sea que corrían a la par las dos monedas.

2 comentarios:

  1. Bonita historia de emigración en la que la suerte beneficia a las buenas personas. Parece un relato contado alrededor de una queimada. Pulcramente escrito, apenas un par de despistes.

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  2. Saludos Jilguero Carmesí, no se si habrá identificado los mismos despistes que yo, pero mas que nada se dejaron pasar por no aumentar mas los folios y que cupiera la historia en un máximo de diez como era el requisito..
    Me gustaría adivinar los despistes. El primero, posiblemente sea la inversión en loteria del emigrante, que en realidad era alta para esos tiempos, el jugaba fracciones sueltas y una vez al mes, en el primer sorteo invertía en un billete entero que le costaba diecinueve pesos, pues Pepa se quedaba con uno. Ese sorteo fue a principios de diciembre, ya que a fines de noviembre el salió de viaje y por eso no pudo comprar el billete de ese mes.
    El segundo despiste, puede ser el hecho de que le heredara el sobrino; en Cuba como en España la herencia se divide en 3 partes, una de herederos forzosos, una de mejoras y otra de libre disposición. En este caso, al no haber testamento, todo se supone fuera para los padres aldeanos de Venancio que aun vivian, pero todos dejaron la responsabilidad de la herencia a cargo de Alfonso pues era la persona mas joven preparada que podían enviar a trabajar el negocio, para así poder enviar las perras a España.
    No se si coincidimos en los despistes, me gustaria saber cuales son en realidad, porque he estado consciente de estos dos detalles.
    Me gusta escribir sobre cosas positivas y bonitas, pues las otras se las dejo a los periodistas que tienen mucha faena con ellas diariamente. Se agradece el comentario, las críticas instruyen.

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