jueves, 7 de agosto de 2014

A CONCURSO: 05 - ¿EL AZAR JUEGA AL FUTBOL?, por Nespe.


Estaba tratando de buscar las explicaciones enterradas en el fondo de mi conciencia, después de ver disputar ese partido final del torneo de fútbol en nuestra cancha. Deseaba hacerlas salir a la luz como forma de justificar por qué habíamos perdido, cuando el partido nos había resultado tan favorable. Había sufrido muchísimo y todo aquello me parecía ahora realmente una pesadilla.
Me preguntaba, por qué en el primer tiempo no había entrado la pelota en aquella jugada genial, o en el tiro penal, cuando el balón pegó en el poste. O por qué en el segundo tiempo no fue gol el cabezazo en palomita que pegó providencialmente en un defensor caído sobre la línea, o el taquito por sobre el arquero que rebotó en el travesaño, o el tiro de chilena que salió desviado lamiendo el poste… Evidentemente no cabía ninguna duda: había sido el azar el que estuvo jugado en contra nuestra.
Cómo podía ser que el azar nos hubiera hecho tan mala pasada, si fui a la cancha como siempre con la remera famosa del número diez de nuestro equipo y llevé mi pulsera amuleto. Si me ubiqué por cábala en el mismo lugar de la tribuna donde nunca nos habían derrotado.
Me preguntaba como podía ser que hayamos perdido si cuando llegué a ese partido final, la cancha estaba tan resplandeciente como en aquellas grandes tardes de alegrías y triunfos. El partido se había desarrollado como queríamos, nos sentíamos en el paraíso cuando veíamos las maravillosas jugadas que los jugadores de nuestro equipo realizaban delante de nuestros ojos.
Pero el azar hacía que la pelota no entrara y fue recién casi al terminar el partido cuando tuvimos realmente la gran satisfacción, con aquel gol maravillosos del jugador número diez que era ídolo de nuestro equipo. En un momento dado, se produjo un rebote en la mitad de la cancha. El balón le cayó servido en sus pies, volcado sobre el lateral derecho del campo. Arrancó con un veloz pique corto y luego de dejar atrás como postes a dos jugadores rivales, dirigió su carrera directamente hacia la valla adversaria.
Amagó hacer un desborde por afuera y enganchó por adentro con un quiebre de cintura, esquivando de esa manera a otro rival que lo encaraba decidido. Ya estaba entrado dentro del área, cuando levantó la cabeza y vio al arquero que salía desesperadamente a tapar su remate. Entonces, acarició sutilmente la pelota por sobre su cabeza, la que entró en el arco como pidiendo permiso para besar suavemente la red.
Primero se produjo un murmullo de asombro en toda la cancha y luego súbitamente y al unísono se escuchó el grito más hermoso que se pueda escuchar en el fútbol: el grito de gol. Mientras gritaba enfervorizado junto con todos los hinchas, yo estaba completamente obnubilado. Como en la cancha no había repetición, trataba de atesorar en mi retina el recuerdo de esa sensacional jugada. - ¿Quien dijo que el fútbol no es arte? -, me preguntaba.
El diez se dio vuelta y vio a sus compañeros corriendo enloquecidos hacia él. Y pocos segundos después se encontraba en la base de una pirámide humana, celebrando ante nosotros con aquella algarabía del gol.
El partido continuó faltando ya pocos minutos para concluir y con ese único gol íbamos ganando. Con el corazón  anhelante, palpitaba intensamente ante cada jugada que llevara algo de peligro contra nosotros, esperando que pasen esos segundos interminables y terminara ese suplicio de una vez por todas. Pero la desgracia sucedió de repente, cuando ya se había cumplido el tiempo reglamentario y todos los hinchas de nuestro equipo estábamos listos para celebrar... 
El juez dio dos minutos de recuperación y fue en ese pequeñísimo lapso, que un tiro intrascendente de un delantero contrario, se coló inexplicablemente por debajo de las piernas de nuestro arquero y se produjo el empate. Nadie lo podía creer, incluso nuestros propios rivales, que se despertaron esperanzados en medio de la angustia que los rodeaba.
Junto con todos nuestros simpatizantes me quedé petrificado en la tribuna.
- ¡Cómo pude estar tan seguro del triunfo y ser tan necio como para creer que ya habíamos ganado, que ya éramos campeones y que ya íbamos a dar la vuelta olímpica! -, pensaba muy enojado.
Según el reglamento, debería ahora jugarse un alargue de treinta minutos, con definición por gol de oro o eventualmente penales.
Pero ya a los pocos instantes de reanudar el juego, nos sobrevino la desazón final, cuando el equipo contrario ganó directamente con el gol de oro. Fue un cabezazo normal que iba tranquilamente a las manos del arquero, pero la pelota se desvió de su trayectoria al rozar en un defensor nuestro y entró junto al poste, sin que el pobre arquero sorprendido pueda hacer absolutamente nada. Parecía mentira, habíamos perdido con un gol de oro en contra.
En la tribuna local todos los hinchas quedamos aplastados, mudos y con la cabeza gacha. Nosotros que fuimos los felices primero, resultamos los amargados después. La celebración de los simpatizantes contrarios era impresionante. Fueron sus jugadores los que dieron la vuelta olímpica, dando rienda suelta a toda su alegría y luego recibieron el trofeo por el  campeonato.
Ahora estaba tratando de llenar el vacío que se había formado en mi mente y con amargura me seguía preguntando como el azar nos había castigado de esa manera tan insólita. Porque la evidencia estaba allí ante todos los ojos y nadie lo podía negar…
El partido había sido filmado, estaba el video, el replay, las fotos de las jugadas. Tras de esa demostración de calidad tenía que haber necesariamente un periodista independiente, un relator, un espectador neutral que evaluara sin apasionamiento que realmente habíamos perdido por efecto del azar…
Un cuatro a cero habría sido el resultado lógico, porque todo el mundo lo había visto. La respuesta era clara y contundente, la definición del partido había sido sencillamente por esa azarosa injusticia del destino, como si fuera el libreto de una de esas películas de acción en la que ganan los malos, o un mal sueño que se hubiera convertido en realidad.
Fue entonces que recapacité y me calmé. Recordé que esas eran las reglas del fútbol y en ese juego el azaroso destino siempre da otra oportunidad. Ya habría una revancha, ya lograríamos el triunfo, ya daríamos la vuelta olímpica., ya volveríamos a soñar. …
Repentinamente siento que me sacuden….  que me llaman….
Es mi madre que me despierta de la siesta y entre sueños, escucho que me dice que me vaya preparando, porque sino voy a llegar tarde a la cancha para ver el partido final.

4 comentarios:

  1. El Jilguero Carmesí7 de agosto de 2014, 15:34

    Ir a la cancha con un sueño premonitorio sobre las espaldas, en plan mufa, esperando el momento en que tu arquero, ante su propia valla y, dentro ya del alargue, recibe un gol, debe de ser escalofriante. Me parece un partido inspirado en el Barcelona - Atlético de Madrid, que dio el triunfo liguero a los de Simeone. Ciertamente un partido de futbol tiene mucho de suspense, de nervios, de emociones y un relato sobre él tiene la ventaja de qué, para terminarlo, basta con el pitido final del árbitro, es decir,del referí. Este trabajo está bien contado, aunque para ser perfecto necesite de alguna modificación que va más allá de los localismos que se reconocen y que bienvenidos son. Felicidades Nespe. He pasado un buen rato leyéndolo..

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  2. Antoñita la fantástica7 de agosto de 2014, 17:41

    Antoñita la fantástica es de la opinión de que es una pena desperdiciar el subconsciente en un partido de fútbol. Cree en eso tan manido de que no es serio tanto entusiasmo ante veintidós señores en calzoncillos detrás de una pelota. Antoñita es un bicho raro que piensa al contrario del ochenta por ciento de la gente que la rodea.

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    1. Antoñita la fantástica8 de agosto de 2014, 8:26

      Y con mis respetos también yo no he dicho nada sobre desperdiciar la literatura hablándo de fútbol. Me refería al subconsciente. Pero agradezco el texto de Galeano igualmente.

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  3. La verdad es que no soy una entendida en esto del fútbol, pero me imagino que, como en cualquier deporte de competición, el azar es clave en el resultado final. No siempre gana el que mejor juega, sino el que más suerte tiene.

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