Los Reyes Magos se dirigieron al
Portal. Antes de llegar se toparon con una valla de mármol. Llegaron hasta la
puerta, ante la que estaba un señor vestido de sotana blanca, con su solideo y
su báculo de oro.
—¿A dónde van ustedes?
—A adorar al niño.
—¿Tienen día y hora?
—¿Cómo que día y hora?
—Sí, claro. No creerán que se
puede venir a adorar así como así. Tienen que pedir cita. ¿No ven toda esa fila
de pastores y lavanderas? Pues llevan días esperando. Miren, vayan a aquella
mesa, que les den fecha, y luego pónganse a la cola.
—¿Quién es usted?
—El Papa, el representante del
Niño.
Mientras Melchor, cabizbajo, fue
a pedir hora a la mesa cardenalicia de adoraciones, Gaspar y Baltasar sacaron
juguetes de unos sacos y, al ir hacia el final de la cola, fueron repartiéndolos
a los niños de los pastores y de las
lavanderas.
El ángel, sentado en lo alto del portal, con el codo
apoyado en una de sus rodillas, y la cara descansando en su mano, miraba la
escena aburrido. Esperaba que alguien entrara a adorar, para coger pose.
La Virgen lavaba pañales y los
tendía en el romero.
El Gato de Cheshire
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