lunes, 21 de julio de 2014

A CONCURSO: 03 - UN INFORTUNIO DE CENA, por purpuraydorado



Llego a casa una noche más. Como en todas las ocasiones durante los dos últimos años no sale nadie a recibirme. Lo entiendo. ¿Qué otra cosa puedo esperar? Lo que no comprendo es por qué sigo regresando aquí cada noche. Este extraño impulso de volver para nada. Es como un deseo irrefrenable que nunca llega a consumarse. No puede. Es un imposible.
            Cruzo el pasillo. ¡Qué limpio lo sigue teniendo todo! Mi Felisa siempre fue muy relimpia ella. Todo el día bayeta en mano. Y cuando la dejaba agarraba la escoba y la fregona. Y luego se ponía con los cristales. Lo curioso es que siempre se acordaba de limpiar cuando le pedía cama. ¡Cuánta ansia he pasado! Pero oye, que la casa la tenía limpia. Eso es indiscutible. Un par de veces logré que dejase la bayeta quieta, sólo dos. Y como la pobre parecía que no se quedaba tranquila, que estando ahí en plenos sobeteos me parecía a mí que andaba pensando en lo que tenía pendiente de sacar lustre, pues dejé de insistirle a la pobre. Acabé mi vida con un dolor de huevos increíble, ¡pero qué casa más limpia!
            Veo que sigue teniendo la foto familiar. La que nos hicimos poco antes de mi defunción. Estamos muy guapos los cuatro. Mi Felisa, yo y nuestros dos hijos. ¡Ay! ¡Qué tiempos tan felices!
            Míralas a las tres en el salón. Mi mujer medio dormida en la mecedora. La pequeña mirando la tele, siempre pegada a la pantalla, seguro que fue así como se quedó miope. Y luego Estela del Carmen, mi Estela del Carmen, que aunque seas la mayor te sigo pensando como mi pequeña, Estelita. Parece que hay un poco de movimiento, voy a ver de qué están hablando.
            —Ay pues no sé, cualquier cosa, si yo apenas ceno un nada —repite Felisa.
            Parece que se disponen a cenar. Me pregunto qué tomarán esta noche. ¡Uff! Ya va Estela del Carmen. Su cara es un mapa de impaciencia. ¡Ésta la lía otra vez!
            —Mamá, que ya sabes cómo nos ponemos luego ¿eh? Que si esto no me gusta, que si aquello me repite, que si lo otro me da flatulencias, que por cierto, ¡bien que te las sueltas! No nos quejemos luego, ¿eh? No nos quejemos —le responde nerviosa, apuntándola con el dedo.
            —Pues no sé. Alguna coseja habrá en la nevera que compró tu padre. Que por cierto hija, la compró poco antes de tu… bueno, de que tú, ya sabes, aquello —empieza a decirle.
            —Mamá no empecemos, ¿eh? Por los clavos de Cristo mamá, ¡que me lió con la vajilla y no dejo ni un plato vivo! —profiere alzando la voz.
            Ya está liada. ¡Qué genio tiene la niña! No entiendo a quién habrá salido. Vaya puñetazo que acaba de soltar sobre la encimera de la cocina, hasta su hermana Elena ha dado un respingo.
            —¡Ay jomia! Ya has asustado a tu hermana, si es que así se le va el apetito a una —comenta Felisa.
            —¡Mamá! No me toques los ovarios —grita Estela del Carmen.
            —A mi me da igual lo que cenéis. Sabéis que estoy a régimen y que yo no pruebo bocado pasadas las seis de la tarde —añade Elena, haciendo una mueca para subirse la montura de las gafas.
            Esta ha salido mí, ¡tampoco cena! Claro que yo es que no puedo, como soy un ectoplasma.
            —¡Ya está la Gremlin! Que no estás gorda, mujer, que lo que pasa es que eres fea —dice Estela del Carmen alterada.
            ¡Qué poco tacto, Señor! ¡Qué poco tacto! Y la otra va y se sobresalta de nuevo. Elena jamia, que sabes cómo es tu hermana. Anda súbete las gafas con otra mueca de esas que tú haces que sólo faltaría que se te cayesen al suelo. Así, eso es, una nueva monería de las tuyas  y colocadas de nuevo en su sitio.
            —Pero cómo no vas a ser fea con esas caras que pones hermana, que se te va a deformar el rostro —dice Estela del Carmen desbordando histrionismo.
            —Pobrecita, si es que la tienes asustada con tanto genio, jomia, cálmate un poco. Y lo de la cena yo, si es que cualquier cosa, si es que yo ya no como apenas desde aquello jomia, se me fue todica el hambre —murmura Felisa.
            —¡Aaaaargh! —grita Estela del Carmen estirándose de los pelos.
            ¿Qué le ha dado? Está atacada. No está buena, no. Bueno, parece que ya se calma. Intenta alisárselos a manotazos. ¡Jaja! ¡Míralas! Madre e hija contemplándola atónitas. ¡Ay! parece mentira que no sepáis el carácter que tiene a estas alturas. 
            —Si es que me tenéis atacá del coño —grita de nuevo—. ¡Y que no me llames jomia, hostia! —añade dando un nuevo porrazo a la encimera.
            Elena, las gafas hija. Eso es. Súbetelas con otra mueca anda, no se te vayan a caer.
            —Ha dicho “del coño”, mama —dice tímidamente Elena.
            —¡Na! Tú no le hagas caso jamia  —le responde por lo bajini.
            —¡Coño! A ella sí que se lo dices bien, ¿no? —dice alterada y en voz alta Estela del Carmen.
            —Ay jomia, la costumbre de tantos años, ¿qué quieres? —explica la madre como si nada.
            —Bueno mira, que yo quiero saber qué cenamos hoy —exige Estela del Carmen.
            Salvados por la campana. No sé quién llamará a la puerta pero no va a venir mal una pequeña pausa. No vaya a ser que a Elenita se le acabe deformando la cara de verdad.
            —Ya voy yo abrir —dice la madre levantándose de la mecedora.
            Te acompaño.
            —Buenas noches Antonia, ¿qué te trae por aquí, preciosa? —le pregunta Felisa.
            —Pues nada vecina, que ha venido mi marido y ha traído un montón de sardinas que le ha dado su hermano, y que me he dicho yo, pues le voy a llevar unas pocas a la Felisa, que las cene con sus hijas, y así de paso pues hablamos un rato, que hace días que no sé de ti hermosa —le dice animadamente.
            —Mujer, pues a lo mejor le apetecen a las chicas los peces estos para cenar, no sé, estaba la Estela del Carmen mirando qué preparar —le explica.
            —Oy que apañá se ha vuelto, ¿eh? ¡Qué apañá! Una mujer de su casa. ¿Quién lo iba a decir? Si me acuerdo cuando hizo la comunión, con su traje de marinerito y su corbatita, que guapo que estaba, y ahora, mírala, toda una mujercita, que bien le salió la operación ¿eh? No se le nota nadica. Y bueno, así tienes dos hijas en casa, que te harán más compañía, que como cuando pasó lo que estamos hablando a tu santísimo le dio un infarto así en el momento, pues mira, más acompañada estás —dice animada.
            —¡Qué os estoy oyendo! No habléis de mi como si no estuviese, que Adolfo ya no existe por mucho que mi madre insista en mantener esa dichosa foto familiar —grita Estela del Carmen desde la cocina.
            Hoy se lía. Esto no acaba bien. Ya me las conozco.
            —¡Uh! ¡Cómo está hoy! El novio no la tiene contenta. Claro que la cara de Elene debe ser un mapa ahora mismo, con los tics que tiene la pobre —comenta la vecina con cierta preocupación.
            —Pues si es que la operación no debió salir tan bien, porque entre que se me fue el hambre, que es con cualquier coseja yo ya ceno, que mi marido murió así de repente cuando Adolfito se nos presentó en casa como Estela del Carmen. ¡Ni siquiera sabemos qué pensaba del cambio! Empezó a hincharse, no respiró, siguió sin respirar, ¡y que se murió el tío! Y luego la mala leche que le ha quedado a la Estela del Carmen, ¿eh? ¡Ay mi jomia! Si es que se me va a ulcerar como siga así. Pues muy buena no debió salir la operación, que digo yo. Y luego que está siempre con que lo del reparto de pililas es cuestión de suerte, o de mala suerte, azar que le llama, ya ves tú —le comenta Felisa.
            —¡Ay tonta! Tú sé feliz y pasa del tema. Y que te cuide como una hija, que siempre tienen más compenetración con una madre. Si mira la foto que tienes ahí colgada. La verdad es que como Adolfo era muy feo, ha salido ganando.  Bueno, pues nada, que os gusten las sardinas que me voy a casa, que tengo a mi marido esperándome. Un beso Felisa, y ánimo mujer, que no pasa nada, tú disfruta de tu hija —le dice.
—Pues si es que de hija solo tiene el cuerpo, porque por dentro… A mí me grita todo el día, no me quiere nada. Anda venga, adiós guapa, adiós —dice despidiéndola en la puerta.
¡Ay Felisa! ¿Dónde van a acabar estas sardinas?  Anda, que regreso contigo al salón.
            —Pues podemos cenar los peces estos, ¿no? —les pregunta.
            —Que no son peces mamá, que son sardinas —le regaña Estela del Carmen.
            —Bueno, pero serán peces digo yo —murmura Felisa.
            —¡Coño que son sardinas que te lo ha dicho la vecina, que no lo ves! — le chilla Estela del Carmen.
            —Pero las sardinas son peces, ¿no? Porque mamíferos no son, que yo sepa, ¡pues ea! Que son peces jomia —le replica.
            —¡Ay que me la cargo! La de trabajo que da la puñetera, ¡que quiere tener razón siempre en todo! ¡En todico tiene que tener la razón ella!—grita de nuevo Estela del Carmen poniéndose en jarras.
            —Pero qué trabajo jomia, si yo con un pez de estos, sin espina eso sí, ya he cenado, si yo con cualquier coseja ya estoy —trata de explicar una vez más su madre.
            —¡Que no son peces, que son sardinas! —repite Estela del Carmen desesperada.
            —Ay jomia, si te pones así yo no ceno, me voy a la habitación a dormir ya. Si es que si ahora resulta que las sardinas no son peces una ya no sabe ni lo que come, y con la mala hostia que tienes, pues que se le va la poquita hambre a una —dice mientras sale de la cocina.
            Elena que vas a recibir tú, que lo veo venir. No te aguantes la risa, suelta el aire preciosa, que mira lo que le pasó a tu padre. ¡Ay la otra que se ha dado cuenta de que te estás riendo de ella!
            —¡Tú, so Gremlin! ¡Tira para tu habitación a dormir! —le grita descontrolada lanzándole un puñado de sardinas.
            ¡Corre corre! Salvada del sardinazo. Y bueno, al menos ya soltó el aire con las carcajadas.
            —Mamá, he esquivado un puñado de esos peces —dice riendo mientras las sardinas se espachurran contra el marco de la puerta.
            —¡Ay qué mala estoy! Me vais a matar a disgustos. Yo me voy aquí al lado al bar la Ronda a ver si me dan de cenar algo —dice resignada mientras se cuelga el boso.
            ¡Ay jomia! Que andares tienes. Si es que estás para comerte. Yo cuando te vi entrar por la puerta con esos melones que te pusiste, y tu madre limpiando, que se le cayó el plumero y todo, ¡pues claro que me dio algo jomia, pues claro! Mañana vuelvo otra vez a ver qué os lo qué hacéis. ¡Uf! Calores de la muerte me han entrado.

4 comentarios:

  1. Los muertos andan entre nosotros. Nos acompañan adonde quiera que vamos. Y, ¿por qué no?
    Interesante historia, con una buena dosis de humor.

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  2. Los entresijos que tiene la vida: me encuentro con este blog siguiendo enlaces de Facebook y me parece que está muy bien. No sé si animarme a escribir algo yo también. De momento comentaré "Un infortunio de cena", ya que la organización lo permite. Me parece que está muy bien escrito, aunque para mi gusto purpuraydorado (me recuerda al capote de grana y oro) exagera con los diálogos y le da poca importancia a la descripción. La trama, está bien, incorpora a dos personajes controvertidos: un transexual y un fantasma al que el limbo le ha sentado bien, pues acepta con normalidad aquello que le proporcionó la muerte.
    Es una lata que el sistema no me de opciones a poner un nombre y deba aparecer como "anónimo", bueno, firmaré aquí.
    Jilguero de Carmín

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    1. Estimado Jilguero: si de las opciones que le salen para "Responder como" marca usted Nombre/URL, luego puede poner allá su nombre y dejar en blanco, si lo desea, la URL. De este modo no figurará como anónimo.
      Le agradecemos su participación como comentarista y, por supuesto, le animamos a escribir y a probar suerte para ser nuestro compañero en la segunda antología que estamos preparando.

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  3. Antoñita la fantástica24 de julio de 2014, 6:56

    Histriónico como un guión de Almodóvar. Me ha gustado mucho.

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