domingo, 29 de junio de 2014

Colaboración literaria: ¿Pero qué narices quieren? Por Laura Fernández



¿PERO QUÉ NARICES QUIEREN?

PRÓLOGO. “DAVID”

David llevaba ya unos 10 minutos esperando aquel estúpido café. En la mesa, abierto, el bloc de notas. Vacío, desafiante.

El mundo estaba cambiando, y como tal, la productora de cine que dirigía debía cambiar también. Crisis, la gente no va más al cine, el reclamo ya no reclama, lo que ofrecen aburre. Sin duda, hay que dar con lo que el público quiere y producirlo en cantidades industriales, quizás incluso exagerado. Pensaba. Era eso lo que debía hacer, hiperbolizar el gusto del público objetivo. Aunque no es tan fácil saber qué es exactamente lo que la gente quiere. ¿Acaso referencias a cine que ya les gusta, una visión independiente, historias de celebridades, amor, surrealismo? 

El café acababa de llegar. Quemaba.

El bloc, seguía abierto, vacío. 
 
¿Pero qué narices quiere la gente? Se preguntaba David mientras daba toques agitados a su mentón con el lapicero. ¿Acaso un poco de todo?


PARTE I. “EDITADO POR LINDA SUNSHINE”

Su libro de mesita de noche: “Woody Allen en imágenes y palabras”, editado por Linda Sunshine. “Bonito apellido para la filosofía del cineasta” solía pensar con ironía cada vez que leía el nombre de la editora.

De su adoración obsesiva por este ejemplar podrían compartir culpa la brillantez del genio, el minimalismo de la encuadernación y que esta había sido una herencia de una persona muy querida y admirada.

Así, Javier había quitado de su mesita todo artículo que pudiera molestar a tan preciado tesoro. Su despertador, en el suelo, la lámpara, en la balda de encima de la cama. Había renunciado a la sed de madrugada dejando de llevar un vaso de agua a su cuarto. Sus objetos personales y pequeños complementos habituales adornaban todas las noches, con un orden meticuloso aunque algo caótico, toda la superficie del escritorio de su despacho.

La cama, lugar de lectura de su libro. La cama, lugar para soñar con cosas relacionadas con su libro.

De esta forma vivía (me refiero a la vida nocturna por supuesto) nuestro Javier, leyendo cada noche uno sólo de los pasajes o recortes de “Woody Allen en imágenes y palabras”, editado por Linda Sunshine. Si tenía ganas de leer más, súbitamente se reprimía, consciente de que algún día acabaría la composición, e intentando prolongar en el tiempo la llegada de aquel momento tan apocalíptico que supondría el haberla leído tantas veces que resultara ya aburrida.

Cuando en el lecho tenía compañía, no sólo lo leía. Lo leía, lo comentaba, y, si había humor, ocurrían también otras cosas, quizás no tan relacionadas con el libro.

La cama, lugar de lectura y otras actividades nocturnas.

Su libro era, como ven, algo maravilloso para Javier, ocupando un puesto bastante elevado en su escala de prioridades. Desde luego, un puesto bastante más alto de aquel de todas estas compañeras de cama, que constituían tan solo una procesión insulsa, no demasiado excitante. Chicas, más bien oídos que escuchasen, o al menos fingiesen escuchar, las opiniones de él sobre alguna página leída con anterioridad. No les daba tiempo a que el libro les aburriera, sino que el libro y Javier solían aburrirse antes de ellas. Luego se buscaba sustituta. Tampoco con mucho afán.

Javier. Javier ya tiene todo lo que necesita.

Tiene una cama.

Una cama para leer, comentar, dormir, soñar y, de vez en cuando hacer el amor.

Una cama bien grande y bonita, al lado de una mesita de noche de madera color marrón oscuro.

Bien al ladito de su edición de “Woody Allen en imágenes y palabras”, editado por Linda Sunshine.

Mira tú por dónde, vaya ironía de apellido.


PARTE II. “LLUEVE”

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia... como toda la vida lo ha hecho y como toda la vida lo hará, al menos en estas tierras. El niño y sus amigos corretean por la casa. ¿Qué van a hacer? Salir a la calle no, desde luego. Yo dejo la ventana y recojo despacito el plato de la merienda. 

Tostadas medio mordidas, untadas de mermelada de melocotón. Tiene un olor fuerte... Juro que si cierras los ojos e inhalas con fuerza el aroma se pasea por todo tu cuerpo, renaciendo de entre los poros de tu piel. Es divertido imaginarlo... me refiero a los melocotones. Millares de frutitas pequeñas flotando entre leucocitos y glóbulos, perfumándonos. Y no sólo eso, imaginad la rapidez con la que estos melocotones podrían aportar vitaminas a nuestro cuerpo. Desde luego, si fuese tan divertido los niños nunca hubiesen dejado sin comer estas mitades de tostada.

De todas formas el melocotón tampoco es mi fruta favorita. Me gustan mucho más las mandarinas... Qué curioso que también sean de color naranja. Igual no es casualidad. Igual el color es lo que me fascina realmente, y el placer por el sabor de la fruta va ligado a este gusto mío por lo naranja. Aunque qué sabré yo, tampoco es que vaya a escribir sobre estas cosas. Ya me lo dijeron cuando era niña: "María, tienes demasiada imaginación". Supongo que pensar como yo pienso no es algo que gusta mucho por ahí...

De todas formas, yo nunca he dejado de tener estas ideas, lo que he echo es parar de comentarlas. Así, todos contentos: mi marido, los niños, yo y los melocotones. 

Ya os lo he dicho, tampoco es que vaya a escribir sobre estas cosas.


PARTE III. “ISABELLE”

- Bienvenida a nuestro programa. Estás realmente estupenda, radiante.

- Muchas Gracias.

- Quizás es tu reciente compromiso...

Reaccionando a la osadía del presentador, el público comenzó a silbar.

- Puede que sí...

Sofía sonreía. Era una sonrisa muy amplia, parecía sincera.

- ¿Podrías contarnos la historia de cómo conociste a Clara? Tengo entendido que es muy bonita, una delicia de historia. ¿No es así?

- Sí, la verdad... Como historia está llena de casualidades, destino si quieres llamarlo así. "Isabelle", la novela que dio lugar a esta película fue la primera obra que escribí, aunque no como guión cinematográfico. El personaje protagonista estaba... bueno está inspirado en Clara. Yo no la conocía, pero la admiraba como actriz y, su físico simplemente encajaba a la perfección con la personalidad y la vida de mi personaje, del personaje que yo quería crear. Años después, cuando me metí en el mundillo del cine, la conocí, y le conté lo de la novela. Parecía increíble que nos hubiéramos llegado a conocer...

Y bueno, pues una cosa llevó a la otra y nos enamoramos. Llevamos cuatro años juntas y este año, tras el estreno de la versión para la gran pantalla de "Isabelle", Clara me pidió en matrimonio... así que nos casamos el próximo Julio.

Acompañando el rubor de la entrevistada, lo que antes eran silbidos se transformaron en verdaderos gritos de júbilo y aplausos. "Qué historia tan hermosa" pensó el presentador mientras leía en el guión su próxima pregunta. 

Esa noche, al llegar a casa, le hizo el amor a su mujer. 


PARTE IV. “EL POR QUÉ DE TUS ANDARES”

Al bajar del avión, el sol reflejado en el cristal de tus gafas me impide la vista. “Paradisíaco”, comentan algunos, "Ensoñador" dicen otros... A mi me da igual, yo sigo ensimismado tus caderas que bambolean hacia la zona de taxis, portando tus maletas, persiguiendo la sombra de tus zapatos. Son los stilettos que compraste en Viena. Quedan perfectos con tu vestido crema, ceñido en el pecho pero más voluminoso a medida que desciende por tus caderas. Cuando te lo pones es difícil diferenciar dónde empieza el vestido y donde tu piel.

Al subirnos en el taxi el conductor te observa con la misma devoción, súbita pero lógica con la que yo te obsequio cada día. Hay algo en ti que te hace espectacular. 

Una idiosincrasia confusa que atrae, que embauca.

Desde el aeropuerto al hotel se tarda treinta minutos en coche. Al menos eso nos dice el taxista, que sigue lanzándote miradas furtivas, fascinado pero confuso, tentado pero temeroso. La escena es divertida. Es como mirar a un bobo contemplando una obra de arte cuyo significado nunca nadie le explicó, como ver a un niño alucinado ante un truco de magia bien elaborado.

Para él, eres un misterio, un exotismo insólito y fugaz.

Pero ya no eres fugaz para mí. Yo sé tu secreto. He puesto fin a ese interrogante que suscitas con tus andares, con tu mera existencia. ¿Qué es lo que hechiza, lo que vende, lo que provoca?

Eres un cuento. Narras historias con tu apariencia, con tu actitud. Si observo los recovecos correctos de tu cuerpo puedo leer una novela. Los ojos azules de tu madre húngara, que recorrió Europa para encontrar el amor en un francés que fue tu padre y te enseñó arte y modales refinados. Los bucles rizados color carbón que delatan tus antepasados del sur de España. Te gusta la moda italiana porque durante años devoraste las revistas de moda que tu abuela robaba de la consulta del dentista. Siempre inmaculada, pero sin un ápice de maquillaje, pues debías ponerte casi cada día cuando eras bailarina de ballet. A menudo se aprecia en tus manos una zona rojiza porque la que has rascado con demasiado ahínco al sentirte nerviosa. Eres bastante nerviosa. Desde que naciste me aventuro a adivinar. 

Exigente porque tu hermano no lo es. Bella como tu hermana. Apasionada por ver muchas, muchas películas de cine. Sincera porque te han traicionado. Callada porque observas. Feliz, porque dentro de toda esta complejidad que proyectas, piensas y deseas simple. Eres pura paradoja, un precioso sinsentido.

Al llegar, comentas que la habitación no tiene vistas. Mis ojos no alcanzan siquiera la barandilla del balcón. Se pierden mientras escalan por tus piernas. Intento en vano que me importe tanto como a ti. En vano.

¿Cómo algo tan radiante puede siquiera suponer que exista algo más que el paso del tiempo a su lado?

Esto eres para mi, y seguiré tus stilettos, leyendo tu interminable cuento, pidiendo habitaciones con mejores vistas... siempre, siempre custodiado por la felicidad de saberte tú y no alguna otra.


PARTE V. “BENANCIO Y SUS GALLINAS”

Había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola. Y como nunca fui muy dado a vender cosas, me tuve que hacer pianista. ¡Menudo panorama! 

Toda la granja funcionando al son de mis dedos danzarines, que cada día iban cogiendo más práctica a aquello del piano. Al final, hasta las gallinas hicieron su propia coreografía. No es broma, hablo muy en serio. Pocas semanas después, ya actuábamos en los pueblos colindantes, mis gallinas y yo. ¡Vaya un éxito que tuvimos! El único problema, fue que mi huerto dejó de hacer pianos, y se puso como loco a producir castañuelas... y como bailarín folclórico, dejo bastante más que desear.


EPÍLOGO. “DAVID”

El cuaderno ya no estaba vacío, y rebosaba de ideas variadas. Aquello era todo un brain-storming, un popurrí osado, aunque también un tanto iluso. Mañana a primera hora se presentaría con ello en la reunión. Tenían que volver a enganchar a la gente, reconectar con el público. 

David sorbió lo que quedaba de café. Ya estaba frío. 

¿Qué narices quiere la gente? Se volvió a preguntar. Bueno, empecemos por lo básico: yo formo parte de la gente, también mi equipo. ¿Qué queremos nosotros?

Anotó esa pregunta al final del último boceto. 

Antes de cerrar el bloc, le lanzó a la primera página una mirada furtiva. Satisfecho, se levantó de la mesa. Hoy he hecho un bueno trabajo, se dijo a si mismo. Acto seguido se dirigió a la barra para pagar aquel café.


Laura Fernández

No hay comentarios:

Publicar un comentario