MI
ESPECTRO
El
anciano se hallaba sentado a las puertas del Edificio.
No
tenía intención de ser agradable. Parecía formar parte de las altas puertas de
madera que franqueaban el paso a la antigua Biblioteca. Nunca supe muy bien
cómo llegué a ése lugar, creo que fue por un sueño. No estaba seguro si el
lugar existía, si era una locura o una pesadilla. Pegados a él se hallaban
otros edificios similares, sucios, húmedos. Oscuros. La calle estrecha llevaba
inexorablemente a esta edificación. Esto podía ser Barcelona, París o Alemania.
Ventanas adornadas con arabescos arquitectónicos de época. Mil cuatrocientos y
tanto, mil quinientos, no sé. En aquellos años en que el Ocultismo, la
sabiduría, lo sobrenatural, dominaban intelectualmente a los espíritus
inquietos y las mentes de los escritores...
Esta
ciudad estaba rodeada de canales con aguas malolientes y verdosas, puentecillos
de piedra manchados de musgo, avenidas silenciosas y árboles raquíticos y
sombríos. Por transeúntes melancólicos. Con un cielo plomizo, el cual, como una
mano tapando una horrenda herida, cubría todo.
Su
mano derecha asomaba en el bolsillo del gastado chaquetón. El viento
arremolinaba hojas secas al borde de la calle. Se oyó por ahí un murmullo de
conversaciones, risas de niños. A lo lejos...ladridos. La luz del farol a
cincuenta metros de donde estábamos, comenzó a parpadear intermitentemente.
Parecía encender. Ya no quedaba tiempo. Al entrar, yo ya sabía que no tendría
muchas opciones.
Me
acerqué lo más que pude y el anciano me vio. Sus ojos apenas reconocían mi
figura, las arrugas alrededor de ellos y el cabello extrañamente bien
conservado, blanco y largo, le daban el aspecto de un viejo demonio. Su mano
izquierda se apoyaba en un rugoso bastón plateado. La silla en la que se
sentaba, parecía brotar del suelo. Tenía un respaldo elevado y la madera con la
que había sido construida, no sólo era negra, dura, lustrosa, sino también, tan
antigua como el edificio. Decían los pobladores del lugar, que los árboles de
los cuales se extrajo...no existían ya.
Los
antiquísimos volúmenes encerrados en aquel lugar me atraparían, me aturdirían
con sus letras góticas, sus giros idiomáticos, sus sutiles historias de magia,
sus espectros y la loca cacofonía de sus gruñidos...Como alaridos.
Luego giró y dándome la espalda, se dispuso a
abrir una hoja de la pesada puerta de entrada. La llave era negra como la
madera de la silla. Chirrió en la cerradura y el sonido de la puerta al
arrastrarse, se repitió, con ecos, por la estancia. Todo allí era penumbras. Se
hizo a un lado en el umbral y me dejó pasar, su bastón parecía brillar. Habló
entonces...
Me
dejarían, en fin, laxo, gozoso. Satisfecho, pero atormentado. Ansioso y feliz.
Queriendo leerlo todo. Verlo todo, saber más y más. No me preguntaría hasta
dónde debería llegar ni para qué. Sólo me daría a la inexplicable tarea de tratar
de dilucidar lo inexplicable... Por el sólo hecho de entender...lo
inexplicable.
Todo
aquello que fue oculto durante siglos, al común de los mortales. El anciano se
levantó a duras penas y sin decir ni una palabra, sacó su mano del bolsillo y
me entregó un pequeño amuleto de metal y cerró mis dedos alrededor de él,
obligándome a apretarlo fuerte en mi puño. Me quemaba.
-"Este
es el final de tus comienzos. No te apresures a entenderlo todo. Cuando menos
lo esperes, la sabiduría se clavará dentro tuyo como un puñal filoso..."-
Confieso
que me asusté, su voz era cavernosa, firme. Me recordaba algo o a alguien.
Siguió diciéndome...
-"Los
motivos por los cuales llegaste hasta acá, poco importan.
Lo verdadero, es el vacío de tu espíritu. Todo
lo que ves aquí, es tu reflejo.
Ése
era mi lugar, pensé y cuando lo hice, me di cuenta que ya estaba perdido, que
todo lo anterior ocurrido en mi vida, carecía de importancia. Este sueño o esta
pesadilla, se hacía realidad. Nunca supe cuánto tiempo pasó, ni qué cosas me sucedieron.
Hoy no lo recuerdo. Mi mente tal vez no quiera rememorarlo...Tal vez fueron
horas o días. Al salir, el viejecillo no estaba. Las luces de los faroles en
las esquinas, se hallaban encendidas y la gente circulaba rumbo a sus casas, a
sus trabajos, a sus citas de amor por el lugar. Todo parecía normal. La
biblioteca, detrás mío, al observarla bien, desde esta distancia, tenía en su
fachada, dos inmensas ventanas y a los pies de ellas, sendas gárgolas de
dientes afilados en sus fauces abiertas. Las puertas con figuras gastadas de
dragones en la húmeda madera, casi podrida, parecían a punto de derrumbarse.
La sensación de nada que te invade ahora, será
rebalsada de fuerzas que ni yo conozco...No temas. Cree, sólo debes
creer."-
A todo esto, me sentía hipnotizado por el
lugar.
Un
amplio salón con un techo alto y abovedado, rematado en aquella bóveda por
vitreaux de colores, con dibujos de ángeles y demonios, figuras femeninas
desnudas, árboles con frutos dorados, unicornios, dragones, serpientes, lunas y
estrellas...
Las
paredes, todas tapadas con estantes desbordados de libros y en medio de la
sala, una grandiosa mesa oval con una sola silla, una pequeña lámpara
individual, papeles en blanco y dos o tres bolígrafos de tinta exquisita,
fresca, pronta a dar vida a las palabras y los textos más sublimes. U
horrendos.
La
silla en la cual estaba sentado ahora, era lo único firme...y mi bastón
plateado.
Frente
a mí, alguien esperaba entrar y me miraba. Curioso. Expectante.
Apreté
más fuerte aún el pequeño amuleto en mi mano derecha y ya no me importó que me
quemara.
-"...todo
lo que ves aquí, es tu reflejo."- Recordé.
Y
entonces supe que aquella voz, era la mía..
Eduardo Sosa