Por
EL PRINGAO DEL BARRIO
y
Signorina Pirandello
Fue una humillación
constante, un desapego, un sin vivir en mí, un ninguneo. Los presentes en
espíritu, aunque no en cuerpo, en el evento murciano, nos habíamos citado un
poco antes de las 19.30, hora peninsular española, para asistir juntos y
recogidos a la tercera presentación de “Cuentos en tinta china”. Pero ¡Oh
cielos! Todos tenían sus equipos informáticos preparados para hablar entre
ellos mientras a mí no me iba el micro y por lo tanto quedé relegado a una
oscura presencia a través de facebook, escribiendo sin que nadie me hiciera
ningún caso. De vez en cuando, ese espíritu acogedor de talante coordinador que
es la Signorina —gracias, de nada—,
leía en voz alta alguna de mis pocas intervenciones, entre el batiburrillo de
la conversación que mantenían todos a mis espaldas. También, más de vez en
cuando, otro espíritu benévolo me leía, y lo decía en voz alta.
Fue
emocionante, agobiante, divertido. Nervios a flor de piel para que todo
funcionase también aquí, en “nuestros aquíes”. Un intentar equilibrar la
balanza entre no estorbar demasiado allí pero poder disfrutar, jalear y
aplaudir también los que no pudimos tomar Murcia.
—¡Tenemos una bonita vista del
techo! —le gritaba a La Reina, para que colocase el telefonito bien.
Y, allí, La Reina intentaba que el
portátil se quedase abierto y grabando en un ángulo imposible. Porque el
telefonito nuevo no funcionó. Ni su ordenador. El Love rezongaba sobre
tecnologías obsoletas. Menos mal que llegó el hada Campanilla, sacó el iMac e
hizo magia.
Mientras, en nuestros aquíes
múltiples, ubicuos y tecnológicos, al pringao no le funcionaba el micro, a
Cronopio se le cortaba la transmisión, el Gato de Cheshire hacía un estriptís
sin saber que tenía cámara transmitiendo y, en pleno jamacuco, Tornado Celeste
buscaba el micrófono por debajo del ordenador, en vez de clicar el simbolito de
silenciarlo en la pantalla, tal como le indicaba Sol. Y esta Signorina se
peleaba con el feisbu, el escai, el teléfono, su propio micrófono saboteador recién
comprado ad hoc, e intentaba ejercer de traductor simultáneo con nulo éxito.
Poco a poco se fueron
acercando a la cámara, desde allí, desde la Biblioteca Regional de Murcia, los participantes;
no todos —rencoroso—, pero sí casi
todos. Los reconocíamos, entre vítores, mintiendo: “qué linda, qué simpática y
qué guapo” —que no, que lo de “mintiendo” es broma—.
El sonido, aunque
voluntarioso, llegaba fatal, con lo que tuvimos que adivinar lo bueno y nos
evitamos lo malo. Bueno, malo, malo, no hubo nada, simples ojerizas que salen a
relucir sin venir a cuento. Tú sabrás de
qué hablas, yo, ni idea.
Cuando alguien se acercaba a la cámara gritábamos, poseídos como fans
de Bustamante. Cuando no, criticábamos. Constructivamente, of course. El sonido
llegaba perfecto: claro e inteligible lo cercano al iMac (cómo mola esto del
iMac), ruido el resto. Cuando hablaba el resto, criticábamos.
Pero todos nos alegrábamos
de lo que parecía y fue un éxito. A mí personalmente, me gustó mucho mostrar mi
careto tras la linda carita de Carmen, me entusiasmó ver a Fini subirse a la
mesa, y a Luismi con la bata blanca, ¿a quién se la habrá robado, mon cher
ami?
A mí me encantó creer que comparaban nuestro libro con la escritura neandertal, aluciné con la voz desconocida y cercana de Irene y con la sonrisa de Tenorio. Con el manejo de los silencios surrealistas del Dr. Kraus y, por supuesto, con la vindicación pirata de Fini.
A nuestra Reina la teníamos en primer plano, mirándonos de vez en cuando y haciéndonos algún guiño para que nos sintiéramos allí —adoramus te, glorificamus te—.
Love, al que me da vergüenza llamarlo Love (diminutivo de Lovecraft) —es fantástico, nuestro propio Love de pega—, estuvo muy en su papel —serio, nervioso y preocupado— y organizó el acto con mucha profesionalidad —claro, es Love— y haciéndonos sentir como parte del jolgorio.
Carmen tuvo el detalle de preparar su intervención con una referencia histórica del arte o de la anécdota de escribir —¡Ah!¿sí? ¿Eso no fue Luisa?—, y María Luisa, en nombre de su página “Canal Literatura”, le dio prestancia y respaldo a la presentación de nuestra primera antología —pues eso, a la que comparó con la escritura neandertal, según entendí.
Hasta aquí lo vivido por Internet. Nos quedamos sin el paseo por Murcia, sin las conversaciones, besos y abrazos con los concurrentes, sin el conejo con caracoles. Mira que eres quejica. A mí —y a mí— me falta por conocer a Love y familia, a Susana, que ha sido fichada por alguien como “apuntadora del Corral de la Farándula” a Fini y allegados —¡yo a Fini la conozco y es un hada!—, a Irene, Isu para mí, por la que tengo una devoción secreta —¿secreta?—, a la preciosa Carmen, a Ana, a la que por fin pude —¡¡¡pudimos!!!— verle la cara, tras soñar con sus ojos verdes. Y claro, además, a Cronopio —yo ya tengo el inmenso placer— y a Tornado —¿cuándo llegará el día?—, aunque tuve el placer de verlas en vivo y en directo a través de internet.
Luego, las mil y una fotos
que nos van llegando, nos dan el reportaje preciso de lo que fue, incluidas las
artesanas galletas de Pilar. Te ha salido una competidora o colega, Sol.
Sí, luego llegan las fotos, las llamadas, las charlas, las crónicas,
los mensajes… y al final parece que hemos estado allí también. Y nos entran
muchas ganas de empezar a preparar las siguientes presentaciones, para seguir
mejorando, superando los fallos y garantizando las transmisiones para que la
magia de estar todos juntos siga siendo posible.