jueves, 7 de noviembre de 2013

Y una nueva colaboración literaria!

Musyletra Indecisa nos ha regalado una historia y una encantadora auto-reseña. Pasad y ved.




VIAJAR CON LAS ESTRELLAS



El funicular subía lentamente, casi a la misma velocidad a la que él había estado escribiendo durante la última semana. Y es que no encontraba nunca el momento de sentarse delante de la pantalla y teclear algo coherente. Se ponía la excusa de que la cercanía de la cita no le dejaba concentrarse pero la verdad era que no tenía nada que decir. Se aposentaba delante de la sopa de letras en la que, a sus ojos, se había convertido el teclado de su ordenador y por mucho que lo observara no encontraba ninguna frase escondida que le inspirara un relato, ni siquiera una palabra con la que comenzar.


En esos momentos de apagón literario se preguntaba cómo había acabado aceptando el reto, y sentía una gran presión al recordar que fue él el retador, el que había arrastrado a ese juego a los demás.


Los demás. Curiosa palabra para hablar de esas personas de las que su vida literaria había dependido tanto durante los dos últimos años. Pensaba que la real la dejaba siempre al margen de sus “idas de olla” compartidas con las personas que hoy, por fin, iba a conocer allí arriba, al final de los raíles. Ahora iba a cambiar todo. Sus amigos virtuales iban a mostrar su verdadera cara y las dos vidas se iban a fundir en una.


Mientras se deslizaba montaña arriba recordaba como comenzó todo, con un curso online sobre el cuento breve, en el que había que inscribirse con un nombre de estrella para preservar el anonimato. Esa excentricidad le tenía que haber dado una pista sobre lo que se iba a encontrar, pero aun así se hizo llamar Atria y empezó a escribir.


El mal llamado curso no fue gran cosa. Aprendió más bien poco, salvo que  la persona que lo impartía, que se hacía llamar Polaris, sólo concebía una forma de escribir bien: como él.


No fue el único que lo concluyó antes de su final oficial. La “estrella guía” le invitó a dejarlo cuando, bajo el tema propuesto de “el tacto”, Atria vertió en el foro un cuento erótico que no fue del agrado del casto maestro, así que abandonó el universo Polaris y, empujados por tanta idiotez galáctica, se fueron varias personas más. Tras mantener varios correos con ellos sobre la patochada de seudo profesor y la pérdida de tiempo dejó caer su propuesta que fue aceptada de inmediato por tres de ellos.


Cada mes uno lanzaba un tema sobre el que escribir y se ayudaban unos a otros dándose consejos. Seguían utilizando sus nombres estelares para no verse influidos por su verdadera identidad. Mejoraron en técnica y en puntuación. Afilaron su ingenio y audacia y le dieron un giro a sus relatos cuando pasaron a proponer frases enteras con las que comenzar.  Pero todo cambió cuando a Hamal se le ocurrió algo distinto.


“Treinta y cuatro líneas” lo llamó él. “Escritura para dos” lo bautizó Vega. Se hacían parejas distintas cada vez. Ambos comenzaban un relato y al llegar  a la línea treinta y cuatro éste pasaba a las manos del compañero para su continuación y final. No había límites de extensión, temática ni estilo por lo que se daban casos tan insólitos como el que ocurrió con lo que escribió con Hamal.


Cuando sus primeras treinta y cuatro líneas terminaban con un terrorífico asesino a punto de cometer el crimen, Hamal tuvo la destreza de convertir una atrocidad inminente en una bella historia con final feliz y todo  con poco más de veinte palabras. Hacía posible lo increíble. El hombre de las soluciones rápidas.


Atria también disfrutaba enormemente con la comicidad de las propuestas de Vega pero se frustraba al intentar seguir sus relatos con el mismo tono hilarante, así que se limitaba a hacer dos cosas: intentar escribir algo que no le saliera melodramático y a esperar la terminación de su propio relato pasado por el humor absurdo de Vega. La admiraba. Estaba convencido de que Vega tenía que ser una mujer muy inteligente.


Pero con Deneb fue como encontrar su otro yo. Sus finales se ajustaban tanto a los que él mismo podía haber escrito que a veces sospechaba de tener un troyano en su ordenador conectado directamente con el de Deneb. Era romántica, divertida y aunque estuviera relatando una tragedia te hacía sonreír quizás por ese punto de inocencia, que él no creía casual, que destilaban sus frases. A veces la imaginaba pequeña y risueña, otras muy alta y reservada pero tampoco tenía ninguna duda en cuanto a su sexo. La delicadeza con que trató a su personaje al que él había dejado abandonado en mitad de la calle, sólo, sin dinero ni memoria, le conmovió. Eso sólo lo podía hacer una gran mujer.


Y es que a través de los relatos,  Atria se divertía con su propio juego, un solitario en el que imaginaba cómo sería cada uno de sus compañeros. De hecho poco a poco esa era su verdadera razón para seguir con los cuentos. Por la forma de escribir, por las palabras y los giros utilizados, por los temas que elegían ya con absoluta libertad. Estaba convencido de que la escritura era el reflejo de cada uno y era imposible alejarse de los propios sentimientos y visiones de la vida para hacerlo.


Su teoría le había llevado a una conclusión: en el grupo eran dos mujeres, Vega y Deneb, y dos hombres, Hamal y él mismo, Atria y en breves momentos iba a saber si estaba en lo cierto.


Le pilló por sorpresa ver que el funicular llegaba a lo más alto de la empinada montaña y supo que no quería hacerlo. No iba a comprobar si su teoría era verdad. No iba a poner rostros ni nombres verdaderos a los que ya había imaginado. No quiso saber la realidad de sus vidas. Se conformaba con saber cómo eran para él y seguir queriendo en secreto a la maravillosa Deneb, fuera como fuera. Además, nunca había acertado con nada de lo que había imaginado o intuido y él lo sabía.


Se dio media vuelta nada más salir y, sin mirar atrás, se unió a un grupo en su descenso. Si hubiera mirado tampoco les hubiera encontrado. Ninguno de los cuatro hombres acudió a la cita.


Esa noche soñó con la pequeña y risueña Deneb. Su voz era dulce. Leían un cuento tumbados en la cama, desnudos, bajo la luz de una vela. Le perdía el romanticismo…





Escribir es olvidarme de quién soy. Esa persona llena de limitaciones, imperfecciones y odiosas rutinas se queda aparcada a un lado para inventar, enredarse y perderse entre las vidas de otros.


Quizás por esa razón escribo poco, menos de lo que me gustaría, porque una vez que aparece un personaje ante mí no puedo parar de inventarlo, meterle en problemas y, por supuesto, darle alguna alegría. En resumidas cuentas: vivirlo, y eso, la verdad, quita tiempo y energías en la vida real con lo que la lavadora se queda muchas veces sin poner (por suerte todavía no me he olvidado nunca de ir a buscar a mi hija al colegio, aunque todo puede llegar…)


Mis historias no son nada originales, impactantes, ni van a sacar a nadie de una duda trascendental. Me lo paso bien, me divierten e incluso a veces me sorprenden. Eso es todo.


El veneno de la tinta entró hace tiempo en mis venas aunque el pudor que me impedía compartir mis pequeñas historias con los demás tardó más en venir.


Este relato os debe algo a vosotros ya que alguien me habló de vuestra existencia mucho antes de conoceros e imaginándoos os di una vida distinta.


Quedo al amparo de vuestras sugerencias, críticas y comentarios ¡por favor!


Gracias por estar, por ser, por compartir tantas palabras y emociones en este corral único.

Musyletra Indecisa